jueves, 19 de julio de 2018

Heridas

Horas de espera, butacas vacías, zapatillas de plástico, crujir de camillas, susurros de aire acondicionado, timbres disonantes, goteo de café hirviendo, vasos desechables, y yo silencio.
Fricción de sábanas frías, tintineo de mandos, gritos del aire en la ventana, dolor, quejidos, miedos, gracias, sustos, encuentros y yo silencio.

Mi cuerpo, duro y fuerte, ha decidido volverse gel así resistirá mejor los empujes de la vida. Sangra y se desgarra pero nadie encuentra la herida. Yo sé dónde está: Detrás del silencio y un poquito más allá…existe un lugar que nadie conoce, al que no se puede llegar con biopsias ni con resonancias. No tiene nombre ni espacio definido pero es frágil  y se puede romper.






Cuando se fragmenta se hacen heridas que no vemos, que no sentimos porque solo las notamos cuando dormimos. Es entonces cuando esas heridas se abren, duelen y al despertar ya no sabemos por qué nos dolía y olvidamos que siguen ahí. Producen una hemorragia invisible  que a un ritmo lento pero constante encontrará la manera de salir y hacerse visible.

Cómo podemos curar lo que no tiene nombre, aquello que solo es ecos de palabras o memorias que se diluyen en sueños. No hay médicos que curen heridas que no se ven, ríos de cristales que corren por un espacio desconocido sin dar una clínica conocida, solo silencio.

Silencio sonriente que parece iluminar la vida de otras personas mientras  las carcajadas no dejan oír el crepitar del silencio  que habita dentro.  Días de hospital, pruebas, y reflexión, especialistas frustrados al no dar con la causa ni la cura, y de pronto a punto de cruzar la puerta de la salida al día siguiente me llegó por WhatsApp el único remedio posible:

 “Suelta, perdona, el más beneficiado del perdón es uno mismo”
Gracias, amigo.

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