miércoles, 27 de marzo de 2019

Diario del tren


Hoy he ido a una tienda de los chinos a comprarme una libreta, un euro me ha costado. Estoy emocionada usando las discretas  líneas azules que pautan cada página, así escribo mejor. Como a todo en mi vida le he puesto un nombre: el diario del tren. Sí, otro diario más, ya tengo el de la mesita de noche, el de los viajes, el blog digital, mi revista…


Nadie escribe en el tren, de hecho ya casi nadie lee, pero aquí estoy incomodando a las miradas furtivas con esta inmensa libreta azul. Creo que los momentos que paso viajando en tren o en metro bien merecen permanecer guardados en un espacio único porque en realidad se trata de un ecosistema complejo y cambiante que se desplaza rápida y sigilosamente entre las vías.

Todo tiene un sentido y una dirección cuando vamos en tren. Puedo reconocer a las personas según en el vagón que viajan y cómo se mueven por los andenes: Los viajeros que suben en los primeros vagones son usuarios esporádicos y personalidades despistadas que desconfían en llegar a tiempo a sus destinos.  Los pasajeros más tristes eligen los vagones del medio, son personas rutinarias que esperan la llegada de su tren sentados, se levantan en el último segundo y se mueven de forma pausada. Prefieren estar debajo del techado de la estación. Yo soy de los viajeros que elegimos los vagones de cola: sabemos a dónde vamos, no es casualidad, elegimos los vagones traseros según la puerta de salida que tomaremos en el andén que nos bajaremos. Somos pasajeros en tránsito, nos esperan kilómetros de vías hasta nuestro destino final.

Otro detalle importante es la línea de tren por la que entras a la gran ciudad. Yo pertenezco a la línea R2 de cercanías, la de las playas del Sur de Barcelona, es una línea amable, de gente guapa y morena todo el año, personas de mediana edad y  muchos descendientes de centro europeos. Es una línea silenciosa y multirracial, los viajeros parecen en paz consigo mismos. Cuando entro en mi vagón elegido me siento en los bancos del principio, los pasajeros suelen hacer como en los cines, ocupan las filas del medio.  Mi elección implica ir hacia atrás y de cara al resto de pasajeros. Pero me gusta la sensación en mi estómago de avanzar hacia atrás. Me deleito mirando a cada uno de los pasajeros. He aprendido que las personas se incomodan si haces cosas extrañas como sonreír o llorar sin llevar auriculares. Porque llevar auriculares es un pase mágico que te permite gesticular, reír o hasta tararear canciones sin que nadie te mire mal.  Por esta razón, ahora viajo disfrazada de viajera de cercanías corriente, me he puesto auriculares, lo que la gente no sabe es que no escucho nada, así paso desapercibida y tengo total libertad para mirar y escuchar sin ser descubierta.

La línea R2 casi siempre llega a Barcelona por el andén 13 de la Estació de Sants, es una estación importante y el vagón se vacía y se llena otra vez de pasajeros que no tienen nada que ver con los que estamos dentro.  La mezcla y posibilidades de personas es casi infinita. Todo empieza a tomar otro ritmo, ya no estamos en las afueras, avanzamos de forma trepidante por el centro de la ciudad a unos cuantos metros bajo tierra.

La próxima parada es la mía, no me levanto hasta el último momento, de hecho casi siempre debo salir corriendo al andén pero me resulta sencillo avanzar porque estoy prácticamente delante del pasillo por el que tendré que caminar durante más de diez minutos hasta mi próximo tren que será un metro. Los ritmos, los viajeros, y los habitantes del metro no tienen nada que ver con los de una línea de extrarradio, os lo explicaré en otro viaje.

1 comentario:

  1. Curiosa reflexión! El transporte público, aeropuertos, estaciones, son una fuente inagotable de inspiración. Miles de personas anónimas que se transforman en personajes y vidas inventadas que alimentan nuestra imaginación.

    A mi también me gusta leer, escribir y sobre todo, observar mi entorno cuando viajo.

    Un abrazo

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