Siempre había oído
que cumplir 50 años marcaba un antes y un después en la vida de todas las
personas. Por fin lo puedo comprobar. De hecho, desde que cumplí los 49 estoy emocionada
por sentir que he llegado a este
momento.
La única certeza es que el pasado es muerte y no
se puede cambiar
Cumplir cincuenta
años es como hacer puenting o escalar un
árbol. En ambas situaciones la fuerza de la experiencia es lo que dejas atrás con la certeza que jamás volverá. Cuando llegas a la cima de un árbol
buscas acomodarte y disfrutar el paisaje. Cuando haces puenting, te quedas
balanceando y una vez superas el shock del salto inicial todo es paz y calma, a
pesar del balanceo. Así me siento ahora,
a mis cincuenta años, disfrutando el paisaje en paz.
No quiero
volverme la típica persona mayor que da consejos como si tuviera la llave secreta
de la puerta a la felicidad. Ni me siento mayor, ni ejemplo de nada. Solo puedo
compartir, desde la más absoluta gratitud y humildad el hecho de haberme
sobrevivido.
Reconocer que te
has sobrevivido es dar relevancia a tus propios errores y a las personas que me
han ayudado a superarlos. Afortunadamente lo peor que me ha sucedido siempre
ha sido lo mejor que podría haberme pasado. Tal vez hay que releerlo varias
veces, pero ha sido así.
Sobrevivir necesita
dos factores muy importantes: vivir primero y casi morir después. Tengo una
teoría personal, nada científica, que dice que todas las personas morimos en
vida tres veces. Añadiría un tercer factor que lo cambia todo: la consciencia.
Ser consciente que has sobrevivido es un deber personal. Si no tomas consciencia a pesar de la dureza
de hacerlo, puedes seguir sobreviviéndote una vida entera.
Vivir tu vida contigo, por y para ti. No es egoísmo.
Es lo natural
Sobrevivir
significa vivir una vida sin ti. Vives tu vida con arrogancia y falsa seguridad
creyendo que todo lo que haces lo realizas porque quieres. Pero no es así.
Actuamos como autómatas con instrucciones aprendidas y heredadas. La electricidad
o corriente continua que nos alimenta es la culpa. Es muy poderosa porque
anestesia al ego. La culpa consigue que no hagas lo que debes hacer porque
crees que no es lo correcto para los demás: familia, amigos, país. La culpa
consigue que te traiciones a ti mismo cada día. La actualidad es triste, los políticos solicitan «lealtad», me aterroriza eso, es como
pedirme mi alma. ¿Qué tipo de monstruo se atreve a pedirme lealtad? La única lealtad
posible es a uno mismo. Pero la culpa nos hace leales a lo ajeno. Y lo ajeno es
todo: país, pareja, hijos, padres…Si un estado te exige lealtad, lo único que está ofreciendo a cambio es sobrevivir pero jamás vivir en plenitud.
Desaprender todo lo aprendido
A pesar de cumplir los cincuenta años realmente tengo solo cuatro. Cuatro años desde mi última y definitiva muerte. Las otras dos anteriores les faltó lo más importante, la consciencia.
A pesar de cumplir los cincuenta años realmente tengo solo cuatro. Cuatro años desde mi última y definitiva muerte. Las otras dos anteriores les faltó lo más importante, la consciencia.
En estos cuatro
años de vida nueva he desaprendido todo lo adquirido por educación y genética
social. ¡Es mucho! Quilos y quilos de información que revisar y quemar. Sí, la
he quemado metafóricamente porque no hace falta guardarla, ni recordarla. Soy anti memoria
histórica, y de eso sí que hay evidencias. Recordar la historia de la humanidad
solo consigue perpetuar los odios. Hasta el día de hoy no he visto ninguna
civilización que gracias a su memoria histórica superase odios pasados. ¡Ninguna!
El único ejemplo de civilización
completamente pacífica, para mí, es la tibetana. El pueblo tibetano, después de ser masacrado en su país, ha sido capaz de
buscar la paz y mantener su estado solo a través de su cultura, sin pelear, sin
tener un país físico, sin tener estado (al fin y al cabo qué es un estado, eso
será otro post). Me siento completamente
identificada con la cultura tibetana porque yo he dejado de tener todo lo que
tenía para disfrutarlo en lugar de poseerlo. Suena bien pero ha sido, y todavía
es, terriblemente duro. Porque nos enseñan a tener y no a ser. Y yo he tenido y
todavía tengo mucho. Nadie puede
imaginar el precio que he pagado por conseguirlo. ¡Pagado está! Si alguien me
pregunta, «¿Volverías a tenerlo?» La respuesta es sí, y tendría mucho más pero
de diferente manera. Todo lo que tengo es porque lo quise tener. De hecho uno
de mis planes presentes es triplicar mi patrimonio,« ¿Por necesidad? No, por
diversión esta vez». Pero hoy no toca hablar de la abundancia.
Perdonarse uno mismo
Sobrevivirse a
los cincuenta años implica otra aceptación personal: Perdonarse uno mismo. En mi caso lo he conseguido hace
muy pocos días. Perdonarme por haber sido como fui en cada una de mis etapas anteriores. Perdonarse a uno mismo no implica perdonar
a los otros, a esas personas que te han herido. Bien al contrario. No perdono
todo lo sufrido (aunque he dejado de recordarlo, lo llaman sobrevivencia
psicológica), hacerlo sería aceptar el maltrato ajeno y eso es crear un camino
para volver a ser dañada. Lo importante es aceptar que todo lo que te ha pasado en tu vida ha sido por tu propio
consentimiento, por tu propia aceptación y normalización de lo que te daña. ¡Parece
fácil! No lo es, además puedo confirmar que resulta terriblemente doloroso
saber que todo lo que has vivido es culpa de tus propios pasos. Nos han
enseñado a perdonarlo todo, todo lo ajeno, pero jamás se educa para perdonarte
a ti mismo.
Aceptarme, quererme, cuidarme y mejorarme. El orden
de los factores sí altera el resultado final.
El perdonarte a ti
mismo implica asumirte tal y como eres, como eres ahora. Yo miro atrás y veo mi
obsesiva fijación por la mejora y la superación constante. La obsesión por lo
perfecto es una distorsión de lo bueno. Reconozco haberla sufrido y ahora
también intento mejorarme constantemente pero sin obsesión. Disfruto de mis
debilidades: «Soy así, y me parece genial» Lo aprendí gracias a mi cuerpo.
Mi cuerpo se rompió físicamente después de
tomar consciencia y no he podido recuperarlo con rapidez. Mis músculos y
tendones han requerido mucho tiempo, trabajo constante y diario para
recuperar mi fuerza. Un día la volví a sentir. Tengo la misma fuerza que hace
treinta años pero no el mismo cuerpo. Eso me hace seguir trabajándolo cada día.
Aceptarme, quererme, cuidarme y mejorarme. Ese es el nuevo orden de prioridades
en mí día a día, y no al revés.
Gestionar la ira
Conseguir
sobrevivirme ha implicado reconocer la ira y aprender a gestionarla. Tengo que
hacer público que no lo he conseguido todavía. Supongo que estoy en la fase
inicial del proceso. Gracias a horas de terapia y a leer mucho sobre emociones, ahora entiendo que
la ira es lo que se conoce como emoción básica, ayuda a la adaptación y a la supervivencia.
No se puede anular. Solo entender y aprender a gestionarla. Lo curioso es que
he sido capaz de ver la ira en mis hijos y solicitar que les ayuden pero no he
podido detectar la ira en mí hasta hace muy poco. La ira me invadió y lo hizo
para salvarme la vida, ahora lo he entendido, y gracias a entenderlo he podido
perdonarme por haberla sentido. Sigue ahí, cada vez más controlada por la
alegría de estar viva. Sí, la vida implica sentir emociones y no siempre las que te apetecería. Pero la
alegría es mi emoción predominante incluso cuando no soy feliz. He llegado a
pensar que sufro un trastorno que podría llamarse optimismo desenchufable (optimismo
auto recargable). Es decir soy optimista en todas las circunstancias, incluso ante la idea de la muerte. Siento una terrible pena por
ella (la muerte) pero jamás miedo.
Aceptar la muerte para entender la vida
Superar el miedo
a la muerte es otra condición indispensable para sobrevivirse. En mi caso hace
cuatro años entendí que iba a morir. Lo sentí una tarde cualquiera caminando por la orilla del mar. Pude ver mi vida sin mí, con frialdad, como si fuera una película. Hablé con una amiga, la hice tutora legal de mis hijos y
preparé mi testamento patrimonial y médico. Hablé con mis hijos y les entregué todas las claves de mis bancos, mis seguros, mis cuentas, mis redes sociales y les dije cómo controlar los ingresos que tengo sin mí. Me invadió un gran alivio al reconocer que ya estaba preparada para morir con 46 años. ¡Esto es absolutamente cierto! Nadie imagina lo que puede liberar el
aceptar que vas a morir. No fue fácil, antes de sentir la vida sufrí mucha,
mucha, mucha ira, porque no todo fue una revelación, había factores ajenos a mí que me provocaron toda esa necesidad de poner orden en mi vida. Fue como intentar nadar sin saber qué es lo que te está ahogando. Pero
aceptar que voy a morir es la mayor dosis de vida que alguien podía haberme regalado. Por eso empecé a vivir hasta el día de hoy con agradecimiento por todo lo que tengo y humildad para recibir todo lo bueno que llegará a mí.
Y aquí sigo con
cincuenta años y más de cincuenta razones para seguir viviendo.
¡Gracias
infinitas a aquellas personas que incluso cuando mostré ira me cuidaron y
permitieron que mi alegría innata prevalezca en mi nueva vida! No quiero hacer
fiesta sorpresa porque no ha sido por casualidad que he llegado a mis cincuenta
años. No necesito nada material, lo único que pido es tiempo
para disfrutar con las personas que han sido importantes en esta nueva vida y
ya llevo tres semanas de celebración y me dedicaré el año entero a decir «gracias, gracias y gracias»… Y abrazaré muchas veces.
Espectaculares y fantásticas reflexiones. Enamorado de tú escrito. Felicidades.
ResponderEliminarMuy bueno buena reflexcion
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