martes, 22 de diciembre de 2020

Esta navidad, prometo

 ¡Vuelve a ser navidad! Quien nos hubiera dicho que echaríamos de menos  la navidad con su atrezzo o escenario sobrecargado de propósitos. Después de nueve, 9, meses de movimientos restringidos, de espacios cerrados, de sentimientos higienizados  ya no nos reconocemos y echamos de menos cosas que antes se nos antojaban ridículas y fastidiosas.    



Estas navidades, no imagino a nadie haciendo las típicas listas de deseos y propósitos de final de año. ¿Alguien se atreve a desear? Creo que se ha prohibido fuera de horario restringido. Los deseos no cumplen las normas sanitarias en esta pandemia global. Nadie sabía que los deseos eran vulnerables a un virus que te silencia y te anula, porque no se puede ir por ahí deseando lo que te apetece, hay que ser solidario y nuestras emociones también le pertenecen al Estado. Y si nuestros deseos contagian a otras personas y empiezan a soñar lo que les apetece que sea el próximo 2021.

Por si acaso, yo voy a prometer pero sin desear. Si alguien no comprende la diferencia, creo que desear es volátil mientras que prometer implica acción y el compromiso de hacer lo que  has prometido. Las promesas dependen de ti, los deseos existen en una dimensión imprecisa, las promesas están aquí cerca nuestro, solo hay que ponerse a ello.

Prometo

Prometo cruzar la península en coche.

Prometo estar con los que pronto ya no estarán.

Prometo vivir cada día como el día que es: lunes, martes...

Prometo pagar yo el café en mi próxima reunión de trabajo.

Prometo recorrer los caminos que  me quedaron por recorrer.

Prometo no enfadarme cuando alguien me empuje en un bar lleno de gente.

Prometo reírme cuando me digan que mi generación nunca ha sufrido una guerra.

Prometo pintarme los labios cada día para lucir mi sonrisa a pesar de que no es perfecta.

Prometo dar la mano, abrazar y besar para saludar o despedirme de las personas.

Prometo no enfadarme cuando se hayan agotado las entradas de un espectáculo.

Prometo no jugarme la vida haciendo tonterías, porque tener salud es la mejor de las propiedades.

Prometo no huir del amor porque el amor me ha infectado y no quiero ninguna vacuna.

No más mascarillas.

No más aforos reducidos.

No más domingos eternos

No más videoconferencias.

No más cierres perimetrales.

No más distancia de seguridad.

FELIZ NAVIDAD 2020

 

No sabía cómo felicitaros estas fiestas y  compartir con vosotros mis mejores promesas, que no deseos. No puedo imaginar cómo podéis sentiros aquellos que habéis perdido a personas por causa de este virus. No hay espacio para  la ironía en tanto dolor. Deciros que la muerte es la mayor afirmación de la vida, que por eso la gente hace cosas extraordinarias cuando sabe que va a morir pero no hay consuelo cuando entendemos que también las personas que más queremos morirán y pueden hacerlo todos los días. Está permitido llorar, está permitido enfadarse pero jamás deprimirse. No podemos dejar de celebrar la vida a pesar de que la muerte esté rondando cerca, muy cerca. Por esas «sillas vacías», tenemos que celebrar este año todo con más fuerza. Porque no dejamos de ser hijos cuando nuestros padres se van, ni nietos, ni madres o padres. No nos convertimos en huérfanos por la muerte de un padre o una madre. Ni dejamos de ser madres por el fallecimiento de un hijo. Seguimos aquí y debemos de ser las personas que fuimos cuando ellos, los que ya no están, estaban. Porque la muerte no nos cambia solo nos hace llorar. La muerte nos recuerda que estamos vivos y que somos libres para morir. Depende de nosotros elegir la vida, y prometo vivir, solo eso, vivir el 2021.

¡Permaneced sanos!


domingo, 23 de agosto de 2020

Vacaciones «made in Spain»

Se me supone de vacaciones, exactamente llevo seis  semanas más una sin trabajar. Hay que tener en cuenta que en mi caso entiendo que trabajar es el acto de  escribir para mi revista, agencias de noticias, proyectos varios así como escritores despistados que buscan orientación literaria, suena irónico que yo pueda orientar a nadie.


Trabajar puede ser un verbo con varias acepciones, la RAE vincula el trabajar a realizar una tarea con esfuerzo en casi todas las definiciones que propone. Es curioso que solo en una de ellas, nuestra Real Academia define trabajo con «tener una ocupación remunerada en una empresa, institución, etc.» Para mí «trabajo» no significa esfuerzo ni tampoco ganar dinero, siempre. Porque en mis supuestas vacaciones he trabajado y he ganado dinero a la vez. No voy a entrar en detalles porque sería complicado definir todas las ocupaciones y actividades físicas y mentales que he desarrollado en mi «periodo vacacional», lo único cierto es que decidí darle un descanso a mis dedos delante del teclado y al eterno estrés de la página en blanco del Word, cerré mi email y desconecté mi teléfono más de ocho horas al día. Confieso que la semana pasada, que era mi semana siete de descanso, abrí tres páginas en blanco y las guardé con vínculos  a páginas web e ideas flotantes  para próximos artículos. Conseguí engañar a mi deseo de volver a la rutina y continué de vacaciones; Lo que ha sido absolutamente agotador pero altamente recompensado.

Una parte de mí se siente por fin integrada y patriótica al haber hecho vacaciones en agosto. La verdad es que jamás imaginé que la actividad se detuviera incluso saliendo de un confinamiento de tres meses y ante un caos económico como el que vivimos. Los patrióticos de cabeza erguida  siempre besan  principios como «Dios, Patria, Rey» Pero jamás se menciona a  Agosto, sí, como suena, el mes de agosto es el eterno no-mencionado en el manual del buen ciudadano español. No hay principio religioso, ni libertad constitucional que produzca más aceptación popular que las vacaciones de agosto. ¿Qué el mundo tiene una pandemia? Pues nos vamos de vacaciones. ¿Qué hay un millón y medio más de parados, sin contar las personas que están en ERTE? Pues nos vamos de vacaciones…

¡No hay nada mejor que ser optimista! El 1 de agosto se publica que el Covid ha reducido el PIB español en un 18,5% y como se esperaba una reducción del 22%, ¿qué hacemos? Irnos de vacaciones para celebrarlo. Si es que todo podría ser peor, por supuesto. Podría haber más de 40.000 muertos y sumando, pero las calculadoras del estado se han parado en la cifra de 28.000 muertos y pico. Siento lo del pico, suena irrespetuoso para los muertos que se excluyen, pero como soy de letras me cuesta diferenciar entre números naturales y números políticos.

¡Por fin he hecho vacaciones en agosto, como la familia real, el Presidente y la mayoría de funcionarios y políticos! Me llena de orgullo y satisfacción como autónoma, poder gritar esta exclamación. Es complicado detallar todo lo realizado durante estos 42 días,  resulta más interesante compartir  lo que he sentido: He entrado en un estado como decía aquel título de un libro, « Qué esperar mientras estás esperando», no encuentro una única palabra que defina mi estado emocional de estas semanas, tal vez la expresión « calma expectante», por contradictorio que suene.

Es un estado en el que me reconozco bien pero percibo que todo aquello que me rodea, y no puedo controlar, está moviéndose hacia una dirección que desconozco. Sufro un efecto madriguera fuera de temporada, porque normalmente me llega en octubre, con el otoño, pero este verano he sentido la necesidad de quedarme aquí, mirar, escuchar, sentir y evitar (a otros seres humanos). Intentar descifrar lo que  susurra el viento, tal vez, solo lo percibo yo porque soy aire, por ser acuario, pero hay susurros que me hablan y que no entiendo.

Sufro otro síndrome, el del silencio. Algunos convecinos entenderán a lo que me refiero. Después de 25 años conviviendo con un tráfico aéreo internacional de avión por minuto aterrizando y despegando, resulta realmente extraño el estar en silencio en cualquier parte de mi casa, de mi barrio y de mi municipio. Alguien se plantea qué será de nosotros cuando se recupere el tráfico del aeropuerto internacional del Prat y volvamos a nuestra normalidad pre pandemia de un avión aterrizando cada tres minutos…Este síndrome, sin nombre, tal vez nos ha hecho escuchar todo el  silencio que antes no percibíamos y podemos dibujar futuros que no escuchábamos por haber desarrollado la capacidad de aislarnos del ruido que en realidad es la capacidad de aislarse del silencio.

Tengo que dejaros porque debo prepararme para volver a mi trabajo, lo que es un placer inmenso, con lo que según la definición de la RAE resulta que  mi vida transcurre  en un estado de período vacacional  durante unos 365 días al año, y por esa razón adoro los años bisiestos como este, aunque venga con pandemia incluida y vacaciones «made in Spain» durante el mes de agosto.

¡Cuidaros y permanecer sanos!

 

domingo, 7 de junio de 2020

Adiós confinamiento



Parece que esto, «el confinamiento», llega a su fin. Qué certero es aquel dicho que nos recuerda que « todo pasa». Es la primera vez que me enfrento a la despedida de un confinamiento. Desconozco si sabré cómo hacerlo. De hecho no tengo claro si deseo dejar de estar confinada. Lo poco que he visto del mundo exterior esta semana me invita a pensar  que hay una diferencia sustancial entre como me siento y como lo hacen mis congéneres. Percibo que la sociedad ha puesto el piloto automático de la normalidad. Me desconcierta la distancia que hay entre lo que dice y dicta el gobierno y lo que hacemos y vivimos los ciudadanos en las calles.

El confinamiento me ha dado muchas cosas, todas buenas: He seguido trabajando más y mejor que antes, que tenido la oportunidad de desayunar a media mañana con mi hijo pequeño, hablar de todo despacio y compartir mis proyectos con él y escuchar sus ideas. Hemos salido juntos al patio, a nuestro patio particular, a veces ha llovido y otras ha salido el sol. 


Mi familia por fin ha entendido que trabajo, después de 10 años de hacerlo principalmente desde casa. Han sabido apreciar que trabajo muchas horas, también cuando no estoy técnicamente trabajando: cuando camino y hablo en voz alta, cuando me preguntan algo y respondo cualquier cosa que no tiene nada que ver con la pregunta. Cuando me levanto para ver amanecer y  acabar algo que siempre tengo por terminar.  Qué leo por mi trabajo, que escribo por mi necesidad de sobrevivencia. Que todo eso que son hobbies para personas son prioridades en mi vida laboral y personal. Que soy contable unos días, empresaria e inversora otras, que me peleo con cifras de audiencia y lenguajes de programación que no entiendo, que nadie me manda porque soy autónoma pero todos y todo me condicionan. Que soy feliz hasta cuando estoy enfadada y que  siempre me digo que podría haberlo hecho mejor. Que mi grupo de trabajo me completa.  Y que los resultados llegan, siempre llegan.

El confinamiento me ha dado muchas cosas, todas buenas

El confinamiento me ha dado la oportunidad de matar a mi padre en vida y eso me permitirá estar en paz en su muerte. He podido perdonar a mi madre por ser cómo es y empezar a admirarla aunque no la entienda y represente todo lo que yo nunca seré. He entendido que todo lo que necesito no está ahí afuera. He aprendido a agradecer porque tengo una vida que la mayoría de personas no puede ni siquiera soñar porque temen enfrentarse a sus sueños. Estoy donde quiero estar y dibujo con precisión de (*) Rotring  0.70mm mi futuro.  Pocas horas antes de iniciar el confinamiento había pedido tiempo, se lo dije a una amiga textualmente así: « necesitaría que el tiempo se parara y que el viernes 13 nunca llegara. Deseo desaparecer para poder acabar todo lo que he empezado. Mi hijo también necesita tiempo, es lo único que no puedo darle…» Y ocurrió, el viernes 13 de marzo nunca llegó, se detuvo para mí el día 12 y hasta hoy 7 de junio que escribo estas líneas para despedirme de un confinamiento que no ha sido tal, más bien un proceso de renacimiento consciente al momento justo donde estoy, que es donde quería estar al principio de todo y también al final.

Me declaro en estado  de excepcionalidad vital permanente

Para mí las doce semanas de confinamiento han sido paz, han sido tiempo lento, de ese que te hace cosquillas cuando lo recuerdas. Semanas de risas sin prisas, de incertidumbre por los que quieres, tiempo para descubrir que amas a tantas personas que ellas ni lo saben.Que no es importante que lo sepan sino que tú lo sientas. Mientras la humanidad quiere volver a su normalidad, yo me declaro en estado  de excepcionalidad vital permanente y así pienso seguir.

(*) Rotring: Rotring es una conocida marca de bolígrafos técnicos para delineación y dibujo técnico. Suelen ser de puntas muy finas para tener precisión en los escalados.

jueves, 14 de mayo de 2020

Vidas provisionales


Escribo desde la fase 0 de una desescalada que nos debe llevar a una anhelada normalidad. Hoy he ido al centro de la pequeña ciudad donde vivo y todo parece resurgir. Caminaba como si fuera una superviviente que viera todo por primera vez. Me he dado cuenta que sonrío mientras camino a pesar de que la mascarilla que visto no deja ver mi sonrisa. Siento que la gente sonríe también. Nos alegramos de vernos aunque no nos conozcamos. ¡Estamos aquí y estamos bien! Qué fácil y sencillo sentirlo, y a la vez, resulta  un gran motivo de celebración. 

Percibo una nueva energía que nos cambiará a todos o tal vez ya nos ha cambiado y por ella nos sentimos  «nuevos». Así es como  me siento, nueva, «nueva de mí», a pesar de que mi físico se ha deteriorado, imagino que el de todos, y no a nivel estético sino a nivel muscular. Tal vez nuestra mente ha cambiado y con ella nuestra «alma». Las personas con las que he hablado han sido felices y productivas durante el confinamiento. Productivas sobre todo con ellas mismas: se han cuidado más que nunca y han aprendido a disfrutar de todo lo que tienen en casa. El salir al mundo exterior se ha convertido en una obligación que rompe esa producción holística de autoservicio y auto beneplácito.

Existe una teoría en Psicología que llama, «vida provisional», a la que se tiene cuando se pasa un tiempo en la cárcel, o en un hospital, o en un confinamiento. En mi caso creo que la vida provisional la llevábamos todos antes de esta pandemia. Una vida subrogada a los demás, llena de huidas de nosotros mismos. Cuando tienes que convivir contigo mismo durante más de 50 días, sin fugas efímeras, aprendes a reconocer que lo que no echas de menos es lo que te deconstruía de más. Nos hemos desintoxicado de tantas cosas y de tantas personas innecesarias en nuestras «vidas pre pandemia» que somos «nuevos nosotros».

Siempre había entendido que se necesita mucho tiempo para construirte y muy poco para romperte. Hemos tenido tiempo, horas y horas para creer y crear nuevas versiones  de nosotros mismos que deberemos cuidar en un futuro próximo y no contaminar con viejas costumbres. Recuerda que derribar lo construido es casi instantáneo.  Por ello el peligro de los que abogan por la incongruente «nueva normalidad». Quién quiere ser «normal» pudiendo ser extraordinario. Qué obsesiva costumbre tienen todos los estados con hacer «normales» a sus ciudadanos. ¡Dejadnos ser extraordinarios! Porque así nacimos.

En mi opinión personal, si miro históricamente a otras guerras, veo una obsesiva necesidad de reconstruir lo derrumbado pero no de crear algo nuevo. ¡Derrumbamos y volvemos a construir! Así un siglo tras otro. Tal vez, por esa razón llegamos a esta pandemia con los niveles de humanidad tan precarios. De hecho, propongo extinguir la palabra «humanidad», hacer un encuentro global transgeneracional y buscar una nueva palabra que nos defina como especie y demuestre nuestro regreso al reino animal con humildad y agradecimiento y olvidar  nuestro propio inframundo humano pasado. Que las nuevas generaciones no asocien al ser humano con  matar y esclavizar como formas de economía global normalizada.  

Cada uno de nosotros tenemos una oportunidad de reinventarnos de la forma que mejor nos parezca, no existe una forma de proceder única y estandarizada para reinventarse, a pesar de que los medios digitales están inundados de nuevas ideas de autoayuda. Tal vez, esa es la cuestión, ya no vamos a necesitar la «auto ayuda» en ningún ámbito, porque vamos a ser capaces de ayudar a los demás aunque sea solo con una sonrisa y un «buenos días» mientras esperamos en cualquier cola, de las tantas que hay en cada ciudad. No está mal hablar a dos metros de alguien que no conoces, si lo piensas con detenimiento resulta hasta poca distancia, las palabras también acarician y nos hacen vibrar.  Después de llevar casi tres meses hablando a un  clic de otra persona, dos metros de distancia real no me parece tanto.

Listos para la fase 1: Susurrar con la mirada mientras nuestros labios permanezcan ocultos.




martes, 7 de abril de 2020

23 días sin identidad

Después de 23 días de encierro forzoso todo se desvanece, yo también. Tengo una palabra en mi interior que rezumba hace horas: «identidad». Existen múltiples definiciones, elijo quedarme con la que dice la filosofía: « la identidad es la relación que toda entidad mantiene solo consigo misma».

Todo mi camino pasado me ha traído hasta este momento, confinada con un adolescente, un anciano octogenario, una madre que no he soportado nunca y un gato. Todo se desvanece, el mundo en el que vivía antes ya no existe y me esfuerzo por mantener mis objetivos, mis rutinas. Pero empiezo a olvidarme del por qué escribí esos objetivos, por qué tenía esas rutinas, creo que cuestiono mi propia identidad. Estamos en un momento crítico en este encierro, aquel en el que no se ve la luz al final del túnel, ni la del principio. Ahora solo hay oscuridad y yo. Un yo que cada nuevo día me resulta más extraño. ¿Cómo hemos desarrollado nuestra identidad con tanto ruido? No somos nadie sino nos compartimos, sino nos reconocen los otros.

Pero este viaje a una nueva era no solo nos afecta a nosotros, a nuestro yo individual. A la vez se desvanecen conceptos de identidad colectiva como patria,  nacionalidad, fronteras. No quedan lugares sin coronavirus, no existen razas privilegiadas ante la hegemonía del Covid-19. El lado oscuro gana fuerza  al mismo ritmo que crece el miedo, la arma de control más eficaz de todos los tiempos: « Por miedo te hago patriota, por  miedo te militarizo, por miedo te controlo a dónde vas, por miedo te silencio…» El miedo es la oscuridad, la nada, hay que alejarse de él para poder mantener nuestra identidad desnuda e ingenua como cuando nacimos, desnudos de todo y sin documento alguno de identidad. Nacemos sin nada, vacíos de todo lo malo y ávidos de llenarnos de un universo maravilloso sin miedo.

En estos días de conspiraciones y de razones sin causa poco importa dónde nació el bicho, un mal bicho que cuestiona quién vive y quien muere en función del poder que tienes: los monarcas y políticos no mueren, todos los demás sí. Se han roto las diferencias entre la identidad del rico y la del pobre, al virus no se le compra con dinero pero sí con recursos y poder. ¿Quién tiene poder para hacer test, para tener atención sanitaria correcta, y respiradores? Hombres y mujeres que ejercen sus puestos elegidos por nosotros, ahora ellos deciden quien entra en la muerte con silencio y sin etiquetas. Los más afortunados serán recordados por ser la víctima número x  de la pandemia pero y todos los otros que se asfixiaron hasta llegar a la muerte y se les niega la identidad de ser reconocidos como víctimas. Tal vez ahora más ciudadanos entiendan lo que significa ser víctima, que alguien decida agredirte y el sistema lo justifique y lo normalice. O tal vez no, esta sociedad llega adormecida a esta pandemia, (sedación moral de una colectividad sin identidad), porque hace ya tiempo que había normalizado a asesinos. Asesinos que ahora son parte de la oligarquía selectiva que ofrece a sus seres queridos el poder de respirar, mientras nosotros, las víctimas, no podemos ofrecer ni memoria a nuestros muertos.

En mi derrumbe imaginario no atisbo a recordar cómo era antes de este confinamiento, pero tengo una herramienta de construcción personal eficaz: tener muy claro lo que NO voy a ser después de este virus. 

sábado, 28 de marzo de 2020

La primera vez, otra vez


Día 15º del confinamiento, han pasado ya las dos primeras semanas. Nos parecía imposible llegar hasta aquí. Hoy es un día raro y especialmente duro. Un día que debería de ser meridiano de un antes y un lo que queda. Pero lo que queda es futuro y eso no existe, todavía. Cuesta levantarse un sábado más sin que sea un sábado cualquiera. El concepto fin de semana se ha desvanecido como la mayoría de  nuestros  cimientos personales. Hoy he percibido el miedo y la tristeza en algunos de mis seres queridos y eso me inquieta.

Sigo con mi vitalidad de optimista inexplicable y quiero hacer algo para mejorar lo que sienten otras personas. No sé construir casi nada, tampoco reparar, o cocinar, solo se me da bien escribir y hacer el payaso. Por ello propongo un ejercicio de visualización: alejaros de la fatalidad de los números que nos calan la piel. Dejarlo todo por unos instantes, mirar por la ventana y pensar en qué es lo primero que vais a hacer cuando todo esto pase.

Cuántas veces hemos pedido al cielo poder tener una segunda oportunidad. Pues ahora la tenemos. Y además con la licencia de  elegir qué nueva primera vez queréis tener. ¡Es mágico! El primer abrazo sin mascarilla, el primer apretón de manos sin guantes, la primera acaricia sin ropa, el chocarte con alguien en el metro. El compartir una bandeja en un restaurante de comida rápida. La primera vez, otra vez, que pueda llevar a gente en mi coche para subir a una montaña juntos. Hay cientos de primeras veces que se están construyendo mientras estamos en casa. En este tiempo lento por el que  nos pasa la vida por dentro sin que la hayamos concedido ese permiso.

 Hay cientos de primeras veces que se están construyendo mientras estamos en casa
Qué arrogante esta vida nuestra que nos pide que le prestemos algo más de atención. Que nos recuerda sueños que dejamos de soñar y personas con las que dejamos de hablar. ¡Apaga el televisor, desconecta de las redes sociales y escúchate! ¿Qué vas a hacer con todas las nuevas primeras veces que te están esperando? Vas a dejar que las decidan otros, tus circunstancias: tu jefe, tu gobierno, tu pareja, tus miedos…
Tener miedo está permitido, estos días más que nunca, porque sentimos que la muerte  nos acompaña. Ahora ya no mueren los hijos de otros, los padres de otros. La muerte está aquí y ahora. ¡Bienvenido a la realidad! ¡Esto ha sido así durante toda tu  vida! ¿Olvidaste que la muerte completa la vida? Si dejas que las noticias marquen estos momentos de estar en casa, si les permite silenciar tus horas de estar contigo, también marcarás que sean otros los que decidan si te mereces o no una primera vez en algo, otra vez.

Por mi parte, ya siento las mariposas en mi estómago de mis primeras nuevas veces, otra vez. Estoy impaciente, soy una adolescente de mi propia vida. Tanto por hacer, tanto por sentir, tanto por aprender…Creo que necesitaré otros quince días más de confinamiento para prepararme. ¡Deseo concedido!  

lunes, 23 de marzo de 2020

¡Suéñate, ahora o nunca!

Después de diez días de confinamiento, la mente nos juega malas pasadas, yo he tenido episodios de sueños tan reales que mi propia voz me ha despertado en mitad de la noche. ¡Qué fuerza cobran los sueños estos días! Los que soñamos dormidos y sobre todo los que visualizamos despiertos.

Son tiempos de recogimiento interior y reestructuración mental. Nuestra sociedad vive enalteciendo a los sueños, la  creencia previa para la creación posterior. Parece una llave mágica pero puede generar adicción. Me refiero a quedarte colgado de tus sueños cuando nadie te explica lo que ocurre si no se cumplen. Todo te invita a soñar pero nada te protege de tus sueños no cumplidos.


La otra tarde estuve fantaseando con mi hijo menor, juntos imaginábamos qué construiríamos en nuestra casa actual y qué derrumbaríamos. No quedaron muchas cosas en pie, es la verdad. Por la noche, medio emocionada por la intensidad de aquellos sueños, me inquieté al pesar qué pasaría con aquellos sueños si no consigo hacerlos realidad. E inmediatamente me forcé a recordar sueños pasados, de mi infancia, que me ayudaron a evadirme durante muchos años y un día desaparecieron. ¿A dónde han ido? ¿Existe un lugar para los sueños olvidados? O sencillamente desaparecen. ¿Recordáis vuestros sueños recurrentes cuando eráis adolescentes?

Todo te invita a soñar pero nada te protege de tus sueños no cumplidos
Yo, sí, los recuerdo. Mis sueños pasados tenían los mismos principios que  los sueños que tengo ahora: libertad, viajes y abundancia. Tal vez son las reglas básicas de mi existencia. Aquello que no encaja o que contradice uno de esos sueños no tiene cabida en mi vida. Ni la tuvo entonces ni la tiene ahora. Pero, qué ha ocurrido con los sueños que un día olvidé volver a soñar. ¿Quién se los ha quedado? ¿Se habrán hecho realidad mediante otra persona? No creo que haya manera de saberlo, o tal vez sí. Pero ese viaje sería un regreso al pasado y el pasado es muerte, por ello me agarro a todo lo bueno que ha de venir.

Muchas personas reniegan de los sueños: los propios, de los ajenos e incluso de los colectivos. Yo he aprendido a tenerles mucho aprecio y sobre todo respeto. El Universo* se empeña en hacer realidad lo que sueño, o sea que en ocasiones debo atar en corto mis deseos. Es una fuerza tan real que a veces he sentido que soy una simple marioneta en ellos, tal vez tenían que hacerse realidad con o sin mí, por eso los soñé, en algún diario mágico y secreto ya fueron escritos.

Tu «yo» anterior es una alma más que deambula por la zona de sueños incumplidos
En tiempos de la comunicación del miedo, aniquiladora de lo que ha de venir, los medios se esfuerzan por difundir mensajes que dicen que «volveremos a ser lo que éramos». Me pregunto quién está interesado en seguir siendo «quien era hasta ahora» cuando se le ofrece ser aquello que siempre ha soñado. ¡Levántate, mírate a tus ojos, busca bien adentro y recupera tus sueños! Olvídate de quien eras, tu «yo» anterior es una alma más que deambula por la zona de sueños incumplidos. ¡Suéñate, ahora o nunca!

(* )Siempre escribo Universo en mayúscula a pesar de la normativa de la RAE, para mí es el continente de una energía superior que lo rige todo. 

jueves, 12 de marzo de 2020

La fuerza del miedo


Escribo este post en un tren que se dirige a Barcelona desde Madrid, sí, he sido una loca aventurera y he ido a Madrid para una reunión de trabajo en medio de la crisis global sanitaria más grande que recordamos en nuestra generación. 

Ha sido curioso ver el tren de alta velocidad, habitualmente abarrotado, prácticamente vacío de pasajeros. La estación de Atocha, tanto la de cercanías como la del metro, estaban sin gente, éramos menos de 20 personas que nos movíamos con normalidad por andenes y escaleras mecánicas que se alegraban al activarse durante escasos segundos. Café, centros comerciales, pequeños comercios…Todos cerrados. Los taxistas hacían cola esperando algún cliente y parecían una procesión blanca que se extendía a lo largo del Paseo de la Castellana. Encontré una cafetería ecológica abierta y con bastante gente, no pude evitar entrar y desayunar. El ambiente era normal y relajado, nadie llevaba mascarilla ni vestía guantes, la gente pagaba con dinero efectivo y se trataban temas de trabajo habituales. Mi entrevista fluyó con normalidad sin ninguna medida de higiene especial, nos dimos las manos de forma correcta y caminamos juntos por pasillos estrechos sin ningún protocolo sanitario. Al mediodía, Madrid ya estaba más activo, había gente por la calle y más restaurantes y cafeterías abiertos. La estación de Atocha, a pesar de ser el 11 M, no recordaba nada del pasado porque las voces que flotaban en el ambiente llevaban historias del nuevo enemigo del mundo, el Covid-19.

Este virus tiene una fuerza oculta casi milagrosa porque en pocas horas hemos podido resolver problemas sociales históricamente no resueltos

Percibí a las personas más alegres que en días habituales, hablaban los unos con los otros de forma espontánea. Y sentí que tener un enemigo intangible común hace que todos seamos iguales ante la enfermedad. Mi generación se  inició en el sexo con el miedo al  SIDA, cuando mataba, luego dejamos de comer carne roja porque llegó el virus de las vacas locas, de la que soy presuntamente portadora y por ello no puedo donar sangre. Más tarde vimos brotar el Ébola que "solo" mató, y todavía mata, a  africanos no productores de nada relevante para la sociedad occidental y por ello los medios de comunicación no dan cifras de la devastación que ha causado ese “virus” nacido de la nada, como lo hizo el  SIDA, como ahora el Covid-19. No entraré en teorías de la conspiración aunque creo en ellas.

Estamos ante una oportunidad única, vamos a tener tiempo para pensar

Este virus tiene una fuerza oculta casi milagrosa porque en pocas horas hemos podido resolver problemas sociales históricamente no resueltos: conciliación laboral, reducción de jornada de trabajo, y desarrollar sentido de higiene personal básico – desconocido en nuestro país hasta la fecha-. Eficacia sanitaria en atención rápida para criba de pacientes. ¡Ha aparecido dinero para ayudar a las familias con hijos de forma real!- familias de trabajadores asalariados, a los autónomos no se les menciona, como es habitual-  Se han reducido los impuestos. Es la primera vez en doscientos años que el ser humano decide que hay cosas más importantes que el fútbol. ¡No es fascinante! Estamos reduciendo las emisiones de CO2 ¡Todo ello en apenas unos días! Y qué pasará cuando ya todos estemos infectados del coronavirus. Se volverá a dejar los niños en los colegios durante ocho horas al día, volveremos a las  jornadas laborales inacabables, a tener que ir al médico para una primera visita genérica…

Personalmente creo que es una lástima que el ser humano decida cambiar hábitos por el miedo a la muerte y no por el respecto a la vida digna y de calidad que todos nos merecemos. Creo que como sociedad debemos reflexionar profundamente y distinguir entre lo importante y lo fundamental como seres humanos. Yo hace años que lo tengo claro: Mi vida no está en venta. Estamos ante una oportunidad única, vamos a tener tiempo para pensar. La duda que tengo es si seremos capaces de usar bien el tiempo de calma forzada, en nuestros domicilios, durante las próximas semanas.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Menos «ismos» y más igualdad

Todos los medios se vuelven locos ante la suculenta audiencia lista para responder a todo lo disfrazado de feminismo por la celebración del día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora.  Para empezar ninguna mujer es más mujer por ser mujer trabajadora. Y lo digo como madre soltera, autónoma, hija y nieta de mujeres trabajadoras. No soy mejor que otra mujer que no trabaja.

Nadie hubiera imaginado una perversión mediática capaz de infotoxicar y corromper una palabra, «feminismo». Sé que arderé en la hoguera de las feministas y es evidente que me da igual. Bonita palabra, “igual”. Es que como este blog va de palabras y personalmente no entiendo la razón  por la que hay que dar nuevas acepciones a palabras cuando hay una palabra existente que se entiende, se puede traducir y ser usada por todos los seres humanos: «IGUALDAD». La igualdad no tiene género, como la libertad.
Creo que es una manera de etiquetar y de alejarse realmente de lo importante, la igualdad natural de todo ser vivo, que implica el reconocimiento de sus diferencias y el soporte a sus habilidades, sean las que sean. La fuerza de lo biológicamente evidente es que todos somos seres iguales desde la diferencia universal. La igualdad pura quema por su sencillez, su significado, y su fuerza biológica,  por eso se nos engaña con palabras que son antítesis de esa igualdad básica, sencilla.
 Actualmente feminismo así como machismo son dos caras diferentes de la misma moneda clasista y patriarcal. Ambas palabras incluyen discriminación a lo diferente a su significado. Y es que casi todas las palabras declinadas con «…ismo» son perjudiciales para una gran parte de la sociedad: fanatismo, comunismo, socialismo, capitalismo, judaísmo, cristianismo, islamismo, individualismo…Los ismos tienden a ser mono ideológicos y excluyentes.
Me declaro humanista naturista y significa que creo en el derecho de todo ser vivo a vivir como mejor le apetezca sin violentar la libertad de los otros. Implica una aceptación compleja y diversa, dolorosa en algunas ocasiones. Porque la igualdad no es justa. Justicia sería otro post. La naturaleza es en sí misma igualitaria y diversa pero jamás justa desde el punto de vista del ser humano. Solo asumiremos el supra concepto de igualdad que intento explicar desde la aceptación de que somos animales y tenemos un derecho a la vida dado por fuerzas biológicas universales, jamás por otro ser humano o deidad inventada. Estamos vivos, no necesitamos el permiso de otro ser humano para vivir de una u otra manera. Ningún  «ismo» me hace más libre, ni más igualitaria, ni mejor que otro ser humano. Nací mujer y en mi caso ejerzo ese don de una forma amplia y diversa, a mi manera. No tengo porque decidir cómo debe ser otra mujer, por más diferente a mí que sea. Me debo al respeto de todo lo diferente a mí misma.
"Estamos vivos, no necesitamos el permiso de otro ser humano para vivir de una u otra manera"
Nunca aceptaré el criterio de otra mujer que afirme que es mejor ser feminista cuando he sufrido la ley de las mujeres en mi presente, el coleguismo descarnado y cruel de compañeras de trabajo que me han hecho todo tipo de perrerías vestidas de lila. No creo que haya que respetar a ninguna persona por ser mujer u hombre, creo que hay que hacerlo porque somos seres vivos que vivimos o sobrevivimos como podemos. Tenemos que dejar que cada ser vivo alcance su propia excelencia por más ajena a nosotros que sea.
"Somos mejores mujeres por ser más humanas y no por ser más feministas"
La única acción de cambio real, la única fuerza renovadora en un mundo de la información falsa y totalitaria, un mundo de verdades puras,  son las palabras que acaban en « DAD »: fraternidad, amistad, amabilidad, homosexualidad, heterosexualidad, maternidad, esterilidad, soledad, sociedad, felicidad, libertad…IGUALDAD.
Hoy miro a la cara a mi ciudad, a mi ayuntamiento, a mi estado autonómico, y al nacional y les pregunto aparte de ser feministas qué van a hacer para que ningún SER HUMANO cobre más que otro con igualdad de capacidades ( funcionarias públicas y políticas, 40% subida de sueldo, 30 días de vacaciones pagadas al año, 5 días de asuntos propios…), que me miren a la cara y me respondan por qué algunos seres humanos tienen inmunidad jurídica total, sin ser dioses, solo elegidos cada cuatro años ( presidentas y políticas de todo el / los estados). Por qué yo, mujer autónoma, no tengo los mismos derechos laborales que algunas ministras a contratar a mis hijos en régimen de la seguridad social solo por ser autónoma o empresaria, ( ministros y ministras miembros de una misma familia en igualdad de condiciones salariales amb@s). Por qué no tengo derecho a pensión vitalicia después de llevar 25 años de cotización social en todas las formas posibles. Por qué una alcaldesa,  sin estudios acabados, lleva escolta paramilitar y cobra 100.000 euros al año mientras mujeres que limpian habitaciones en hoteles de Barcelona, o teleoperadoras, cobran 920 euros al mes por ETT y sin derecho a vacaciones, ni días de asuntos propios. Que me digan por qué al ser madre soltera con dos hijos a mi cargo, sin subvención ni ningún tipo de pensión,  no tengo derecho al reconocimiento de familia numerosa cuando sí lo tiene una mujer viuda solo por haberse casado…
Yo quiero igualdad, pero la de verdad, no es una igualdad lila, es una IGUALDAD multicolor y que no protege sino que otorga a los seres humanos los derechos con los que han nacido: ser y vivir con dignidad, y no por ser miembros de sus partidos políticos, feudos fundamentalistas a imagen y semejanza de los señores de la Edad Media. Estamos igual que entonces, nos violan y nos discriminan tanto a hombres como a mujeres.
 ¡No quiero este feminismo de pacotilla, gracias! Seguiré siendo mujer y punto, animal mamífero y salvaje, líder  protectora de mi manada.

martes, 11 de febrero de 2020

50 razones más


Siempre había oído que cumplir 50 años marcaba un antes y un después en la vida de todas las personas. Por fin lo puedo comprobar. De hecho, desde que cumplí los 49 estoy emocionada por  sentir que he llegado a este momento.


La única certeza es que el pasado es muerte y no se puede cambiar

Cumplir cincuenta años es  como hacer puenting o escalar un árbol. En ambas situaciones la fuerza de la experiencia es  lo que dejas atrás con la certeza que  jamás volverá. Cuando llegas a la cima de un árbol buscas acomodarte y disfrutar el paisaje. Cuando haces puenting, te quedas balanceando y una vez superas el shock del salto inicial todo es paz y calma, a pesar del balanceo.  Así me siento ahora, a mis cincuenta años, disfrutando el paisaje en paz.

No quiero volverme la típica persona mayor que da consejos como si tuviera la llave secreta de la puerta a la felicidad. Ni me siento mayor, ni ejemplo de nada. Solo puedo compartir, desde la más absoluta gratitud y humildad el hecho de haberme sobrevivido.

Reconocer que te has sobrevivido es dar relevancia a tus propios errores y a las personas que me han ayudado a superarlos. Afortunadamente lo peor que me ha sucedido siempre ha sido lo mejor que podría haberme pasado. Tal vez hay que releerlo varias veces, pero ha sido así.
Sobrevivir necesita dos factores muy importantes: vivir primero y casi morir después. Tengo una teoría personal, nada científica, que dice que todas las personas morimos en vida tres veces. Añadiría un tercer factor que lo cambia todo: la consciencia. Ser consciente que has sobrevivido es un deber personal. Si no tomas consciencia a pesar de la dureza de hacerlo, puedes seguir sobreviviéndote una vida entera.

Vivir tu vida contigo, por y para ti. No es egoísmo. Es lo natural

Sobrevivir significa vivir una vida sin ti. Vives tu vida con arrogancia y falsa seguridad creyendo que todo lo que haces lo realizas porque quieres. Pero no es así. Actuamos como autómatas con instrucciones aprendidas y heredadas. La electricidad o corriente continua que nos alimenta es la culpa. Es muy poderosa porque anestesia al ego. La culpa consigue que no hagas lo que debes hacer porque crees que no es lo correcto para los demás: familia, amigos, país. La culpa consigue que te traiciones a ti mismo cada día. La actualidad es triste, los políticos solicitan «lealtad», me aterroriza eso, es como pedirme mi alma. ¿Qué tipo de monstruo se atreve a pedirme lealtad? La única lealtad posible es a uno mismo. Pero la culpa nos hace leales a lo ajeno. Y lo ajeno es todo: país, pareja, hijos, padres…Si un estado te exige lealtad, lo único que está ofreciendo a cambio es sobrevivir pero jamás vivir en plenitud.

Desaprender todo lo aprendido

A pesar de cumplir los cincuenta años realmente tengo solo cuatro. Cuatro años desde mi última y definitiva muerte. Las otras dos anteriores les faltó lo más importante, la consciencia.

En estos cuatro años de vida nueva he desaprendido todo lo adquirido por educación y genética social. ¡Es mucho! Quilos y quilos de información que revisar y quemar. Sí, la he quemado metafóricamente porque no hace falta guardarla, ni recordarla. Soy anti memoria histórica, y de eso sí que hay evidencias. Recordar la historia de la humanidad solo consigue perpetuar los odios. Hasta el día de hoy no he visto ninguna civilización que gracias a su memoria histórica superase odios pasados. ¡Ninguna! El  único ejemplo de civilización completamente pacífica, para mí, es la tibetana. El pueblo tibetano, después de ser  masacrado en su país, ha sido capaz de buscar la paz y mantener su estado solo a través de su cultura, sin pelear, sin tener un país físico, sin tener estado (al fin y al cabo qué es un estado, eso será otro post).  Me siento completamente identificada con la cultura tibetana porque yo he dejado de tener todo lo que tenía para disfrutarlo en lugar de poseerlo. Suena bien pero ha sido, y todavía es, terriblemente duro. Porque nos enseñan a tener y no a ser. Y yo he tenido y todavía tengo mucho. Nadie puede imaginar el precio que he pagado por conseguirlo. ¡Pagado está! Si alguien me pregunta, «¿Volverías a tenerlo?» La respuesta es sí, y tendría mucho más pero de diferente manera. Todo lo que tengo es porque lo quise tener. De hecho uno de mis planes presentes es triplicar mi patrimonio,« ¿Por necesidad? No, por diversión esta vez». Pero hoy no toca hablar de la abundancia.

Perdonarse  uno mismo

Sobrevivirse a los cincuenta años implica otra aceptación personal: Perdonarse  uno mismo. En mi caso lo he conseguido hace muy pocos días. Perdonarme por haber sido como fui en cada una de mis etapas anteriores. Perdonarse a uno mismo no implica perdonar a los otros, a esas personas que te han herido. Bien al contrario. No perdono todo lo sufrido (aunque he dejado de recordarlo, lo llaman sobrevivencia psicológica), hacerlo sería aceptar el maltrato ajeno y eso es crear un camino para volver a ser dañada. Lo importante es aceptar  que todo lo que  te ha pasado en tu vida ha sido por tu propio consentimiento, por tu propia aceptación y normalización de lo que te daña. ¡Parece fácil! No lo es, además puedo confirmar que resulta terriblemente doloroso saber que todo lo que has vivido es culpa de tus propios pasos. Nos han enseñado a perdonarlo todo, todo lo ajeno, pero jamás se educa para perdonarte a ti mismo.

Aceptarme, quererme, cuidarme y mejorarme. El orden de los factores sí altera el resultado final.

El perdonarte a ti mismo implica asumirte tal y  como eres, como eres ahora. Yo miro atrás y veo mi obsesiva fijación por la mejora y la superación constante. La obsesión por lo perfecto es una distorsión de lo bueno. Reconozco haberla sufrido y ahora también intento mejorarme constantemente pero sin obsesión. Disfruto de mis debilidades: «Soy así, y me parece genial» Lo aprendí gracias a mi cuerpo.
Mi cuerpo se rompió físicamente después de tomar consciencia y no he podido recuperarlo con rapidez. Mis músculos y tendones han requerido mucho tiempo, trabajo constante y diario para recuperar mi fuerza. Un día la volví a sentir. Tengo la misma fuerza que hace treinta años pero no el mismo cuerpo. Eso me hace seguir trabajándolo cada día. Aceptarme, quererme, cuidarme y mejorarme. Ese es el nuevo orden de prioridades en mí día a día, y no al revés.

Gestionar la ira

Conseguir sobrevivirme ha implicado reconocer la ira y aprender a gestionarla. Tengo que hacer público que no lo he conseguido todavía. Supongo que estoy en la fase inicial del proceso. Gracias a horas de terapia y a leer mucho sobre emociones, ahora entiendo que la ira es lo que se conoce como emoción básica, ayuda a la adaptación y a la supervivencia. No se puede anular. Solo entender y aprender a gestionarla. Lo curioso es que he sido capaz de ver la ira en mis hijos y solicitar que les ayuden pero no he podido detectar la ira en mí hasta hace muy poco. La ira me invadió y lo hizo para salvarme la vida, ahora lo he entendido, y gracias a entenderlo he podido perdonarme por haberla sentido. Sigue ahí, cada vez más controlada por la alegría de estar viva. Sí, la vida implica sentir emociones  y no siempre las que te apetecería. Pero la alegría es mi emoción predominante incluso cuando no soy feliz. He llegado a pensar que sufro un trastorno que podría llamarse optimismo desenchufable (optimismo auto recargable). Es decir soy optimista en todas las circunstancias, incluso ante la idea de la muerte. Siento una terrible pena por ella (la muerte)  pero jamás miedo.

Aceptar la muerte para entender la vida

Superar el miedo a la muerte es otra condición indispensable para sobrevivirse. En mi caso hace cuatro años entendí que iba a morir. Lo sentí una tarde cualquiera caminando por la orilla del mar. Pude ver mi vida sin mí, con frialdad, como si fuera una película. Hablé con una amiga, la hice tutora legal de mis hijos y preparé mi testamento patrimonial y médico. Hablé con mis hijos y les entregué todas las claves de mis bancos, mis seguros, mis cuentas,  mis redes sociales y les dije cómo controlar los ingresos que tengo sin mí. Me invadió un gran alivio al reconocer que ya estaba preparada para morir con 46 años. ¡Esto es absolutamente cierto! Nadie imagina lo que puede liberar el aceptar que vas a morir. No fue fácil, antes de sentir la vida sufrí mucha, mucha, mucha ira, porque no todo fue una revelación, había factores ajenos a mí que me provocaron toda esa necesidad de poner orden en mi vida. Fue como intentar nadar sin saber qué es lo que te está ahogando. Pero aceptar que voy a morir es la mayor dosis de vida que alguien  podía haberme regalado. Por eso empecé a vivir hasta el día de hoy con agradecimiento por todo lo que tengo y humildad para recibir todo lo bueno que llegará a mí.

Y aquí sigo con cincuenta años y más de cincuenta razones para seguir viviendo.

¡Gracias infinitas a aquellas personas que incluso cuando mostré ira me cuidaron y permitieron que mi alegría innata prevalezca en mi nueva vida! No quiero hacer fiesta sorpresa porque no ha sido por casualidad que he llegado a mis cincuenta años. No necesito nada material, lo único que pido es tiempo para disfrutar con las personas que han sido importantes en esta nueva vida y ya llevo tres semanas de celebración y me dedicaré el año entero a decir «gracias, gracias y gracias»… Y abrazaré muchas veces.

jueves, 9 de enero de 2020

Abrazos y abrazados


Hace unos días en una novela, de esas que lees en una tarde, el autor hacía referencia a dos tipos de personas: las que abrazan y las que se dejan abrazar.

Al instante reflexioné en qué grupo me encuentro y no dudé al responderme a mí misma que yo soy de las que me dejo abrazar. Lo curioso en mi vida es que me han pedido  abrazos personas extrañas en situaciones surrealistas. Las dos más curiosas fueron las siguientes: una vez estaba en un establecimiento abierto al público, trabajando con dos compañeras más, entró una mujer indigente que no había visto en mi vida y me pidió educadamente si la podía abrazar. Mis compañeras se quedaron atónitas, pensaron que yo conocía  a esa mujer que desprendía un olor a demonios fritos, arrastraba un carrito de supermercado  lleno de trastos y era bastante mayor. Le faltaban dientes y su piel era blanca y tersa con pequeños ojos azules flotando en un mar de arrugas. Imaginé que debió ser una gran belleza en su juventud. Me sentí tan alagada que me levanté de mi mesa y fui abrazarla tímidamente, como quien recoge un premio. ¡Fue algo mágico! Sentí su bondad. Me dio las gracias y salió sin más… No volví a ver a esa mujer pero todavía recuerdo qué sentí al abrazarla.

Hace un año y medio, era el mes de julio en Barcelona, salía corriendo de una reunión de trabajo a recoger a mi hijo en un campus de verano en el barrio de  Poble Nou, había un hombre mayor en un semáforo y me resultó tan agradable y yo estaba tan eufórica que cogí un billete de diez euros y se lo ofrecí. El hombre me pidió que bajara del coche, lo hice y me abrazó de una de las formas más intensas que he vivido. El semáforo cambió a verde y nadie protestó, me sentí observada y flotando en un haro de energía indescriptible.

No me gusta que me toquen personas que no conozco, me incomoda. No es por ser fría sino por ser demasiado emotiva. No quiero que se rompa mi distancia de confort con todo lo ajeno, me hago vulnerable.

Ahora que tengo parejas de usar y olvidar me doy cuenta que cuando abrazo es un estado avanzado de la relación y me acabo acomodando en los bolsillos traseros de mi abrazado. Lo que suele gustar. Para mí es un anclarme en un puerto hasta la siguiente marea. Algo breve que me permitirá descansar por unos segundos. Pero nunca abrazo. Me dejo abrazar y es tan gratificante que el día que decida hacerlo de corazón será más satisfactorio que los abrazos que me robaron personas extrañas que  viajan conmigo en un aura de gratitud infinita. No imagino que habrán sentido esos abrazados con mi abrazo, lo único de lo que estoy segura es de lo que yo sentí cuando lo hice.

Puedes devorar a una persona sin dejar de pensar en tu  próximo reto laboral pero si alguien te abraza no puedes pensar en nada, solo sentir. El universo se detiene y se abre un agujero negro donde todo desaparece y solo se siente velocidad centrífuga hacia ninguna parte. Un respirar hacia adentro. Con el abrazo se cierra un espacio pero se abre una nueva dimensión, por supuesto desconocida, que se recorre en segundos y que solo dependerá de los abrazados volver a recorrer algún día.

Existen muchos tipos de abrazos. Todo depende de la persona que decide abrazar:

Está el abrazo de colegas, en el que se juntan cabezas y se cogen por la nuca. También la modalidad abrazo con palmadas en la espalda del abrazado, puede tener múltiples usos. El abrazo asfixiante, el que te cogen por detrás mientras cruzan su brazo por la altura del cuello. El abrazo de amigas, cuando te apoyas en la otra persona y se camina a la vez durante un rato...Mi favorito es el abrazo volador, sí, sin lugar a dudas, es rápido e inesperado. Es el abrazo que te dan y te levanta al mismo tiempo. Puede ser para girar o para desplazarte hacia otro lugar más cómodo. Creo que en esos instantes me vuelvo aire y no peso nada, siempre ocurre algo maravilloso después de un abrazo volador. 

Últimamente he empezado a practicar el abrazo colectivo entre mi gato, mi hijo pequeño y yo. Consiste en hacer un sándwich entre mi hijo pequeño y yo, y en medio está Simón, nuestro gato. Nunca se ha quejado, al revés, ronronea y emite pequeños ruiditos de confortabilidad que han acabado por convertirlo en el momento del día más deseado.

Abrazad o abrazaros, lo que más os guste pero no os quedéis en medio.

jueves, 2 de enero de 2020

2020 iluminado

La iluminación es un concepto filosófico y religioso que me llama la atención. Todo surge gracias a una felicitación que he recibido este año pasado, 2019, deseándome «un 2020 iluminado», ¿¡Original, verdad!? Me brotó una sonrisa y pensé, « ¿Y cómo me ilumino?», esperé  otro WhatsApp con alguna postal digital que le diera sentido a ese deseo tan metafísico. Porque mi amigo no puede imaginar cuánta intranquilidad ha creado su deseo en mí. ¡Cómo diablos me voy a iluminar yo sola!  

Además siempre he tenido mucha electricidad estática con lo que provoco pequeños accidentes, chispas y demás cortocircuitos a toda clase de aparatos electrónicos a los que me acerco. Y lo que es peor, cómo se responde a esa felicitación. Me gusta responder a las felicitaciones que recibo más que felicitar directamente. Pero qué le digo a alguien que me quiere ver «iluminada»…Todo un sinvivir ha sido esa felicitación porque la dejé así, sin respuesta, ni un «gracias». No voy a agradecer algo que no entiendo. Y si el sujeto en cuestión lo que desea es que me caiga un rayo y me haga desaparecer en mil pedazos porque esa es la única forma que veo yo de iluminarme.


 Aproveché estos días tan aburridos, de supuesto descanso, para llamar a amigos y amigas que practican yoga. Creo que es la actividad física que se relaciona con la iluminación. Y quedé para hacer una clase de prueba. La verdad es que resulta más complicado de lo que parece todo y que  mi elasticidad es buena porque conseguí sobrevivir a la primera clase. Lo mejor fue el profesor. Un apuesto argentino con pinta de surfero buscador de olas más que de monitor de yoga. Lo primero que hizo fue quitarse la ropa- no toda, casi toda- y luego empezó a decir que cogiéramos un tocho, una cinta y no recuerdo qué más… Yo no le hice caso, más bien porque no sabía a qué material se refería y luego entendí que el tocho debía de ser para lanzarselo a él y que entienda que debe practicar el silencio. Tranquilos, no le lancé nada. Pero el gurú bonaerense no calló, ni un segundo. Con los ojos cerrados, con todas sus extremidades cruzadas en formas indescriptibles, seguía hablando. A la vez indicaba, «cierren los ojos y abran sus chakras, respiren»…

Fui para saber lo que era la iluminación y me dijeron que tenemos «chakras» pequeñas puertas de iluminación por todo nuestro cuerpo. Por unos segundos me sentí totalmente desplazada  porque los otros asistentes parecían relajados y yo era como una pulga molesta que iba abriendo los ojos y mirando al profesor entre pensamientos lujuriosos y de rencor por dar tantas órdenes incomprensibles tan rápido. Creo que hablaba en indio o sánscrito o cualquier lengua muerta o de otra galaxia. Élfico no era, de eso sí estoy segura. Mi rabia era hacia mi madre por haberme parido así, sin conexión, dónde puñetas están mis chakras. Al parecer carezco de esos «enchufes» y por ello no podré iluminarme. ¡Qué desesperación! Cómo voy a tener un 2020 iluminado sino tengo esas puertecillas diminutas en mí. Dicen que el yoga relaja, a mí con solo una clase me ha excitado y me ha puesto de los nervios para todo el 2020. Siempre había pensado que las personas etéreas y elevadas espiritualmente eran gordas, feas y sonrientes. Pero un gurú dicharachero, trasandino y escultural como un David de Michelangelo bien vale una iluminación o dos, si llegara el caso.
Os deseo toda la iluminación posible para este 2020 ya sea eléctrica, la de toda la vida, o a través de esos misteriosos chakras. Yo, si el universo me deja, seguiré con mi vida terrenal aunque prometo asistir a esas clases de yoga por puro interés espiritual y científico, nada más. ¡FELIZ 2020!