jueves, 7 de diciembre de 2023

La muerte, el chute de vida más poderoso

Parece un título de una película de domingo por la tarde, pero es el resumen perfecto de mis últimas dos semanas. A penas recuerdo que era martes, no me encontraba muy bien y decidí salir a correr para estimular mi organismo. Después de la carrera mi malestar empeoró. A las pocas horas estaba en una consulta médica diagnosticada de posible gripe A con bronquitis, y se cruzó un informe médico que yo no había prestado atención: Recomendaba hacerme una prueba médica urgente con sedación para hacer unas biopsias. La sombra genética del cáncer volvía alcanzarme y una carrera médica por haber quién hacía una prueba antes que otra consiguió romper mis rutinas de vida. “Hay muchos indicios” decían los médicos, y yo estoy harta de esos indicios que nunca se cumplen. Pero esta vez, no había sonrisa, ni duda detrás de los médicos, mi mundo se detuvo no tanto por la presencia inmovilizante de la idea de una posible enfermedad grave y terminal, sino porque toda mi familia se fue contagiando, todo mi equipo de trabajo y mi mundo entero tuvo que detenerse. 

Imagen creada por realidad vitual, Dall.e

Ha sido como un simulacro de pandemia global, pero a escala personal. Todo dejó de tener sentido. Mis excursiones, mis carreras, cancelé toda mi agenda, no respondí mensajes y mi cabeza solo tenía ruido. Invitaciones a salir, a cenar, a celebrar año nuevo, todo silenciado…Ruido de la tos incesante, de la fiebre exagerada, ruido de la idea de que esta vez la parca me había alcanzado. Desde hace años se que llevo la estirpe del cáncer en mi ADN y que tarde o temprano se hará presente. Yo inicié el estudio familiar y sigo siendo cobaya de pruebas en varios campos en los que solo se me pide una analítica y mucho de mis hábitos diarios de alimentación, deporte y demás. Firmé un testamento vital para que nadie me medique cuando llegue el caso, y esta vez ha sido la primera ocasión en la que recordé mis propias palabras escritas ante notario y que debería de cumplir, por coherencia ideológica hacia mí misma, aunque la muerte fuera el resultado. Y creí estar segura, ahora ya no lo sé. Todo se ha borrado. La presión encerrada en mi cabeza se ha liberado ante unos resultados positivos, y según me han contado lo primero que hice al despertar de la anestesia, ante el asombro de los doctores y el ridículo de mis hijos, fue ponerme de pie y hacer estiramientos, es que es mi rutina diaria. Lo que sí recuerdo fue lo último que pensé mientras me administraban la anestesia: “Con esto asesinaron a Micheal Jackson”.  Y me dormí.

Y como una película de domingo, mi vida de los últimos meses pasó con detalle por mi cabeza: todas las personas que había dejado y todas las que han llegado a mi vida, como un huracán de eso, precisamente, de vida. Han roto todas mis defensas de chica dura e independiente y me han vuelto a dar el valor auténtico de un abrazo. El abrazo más bonito que hay el que dice “gracias por estar aquí, ahora”. Abrazos gratuitos de niños y niñas capaces de romper sus rutinas para saludarme. Un pequeño ejército en el que nadie confía, en el que no se les concede ni el derecho a suspender. Somos iguales, marginados de un sistema: yo no venceré a la muerte, y ellos, tal vez, consigan vencer al sistema a pesar de su diagnóstico.

Y aquí estoy superdopada de vida, parece un cuento de navidad, pero es totalmente cierto, no hay nada tan estimulante como sentir que te vas a morir para apreciar lo que nos rodea. He vuelto a creer en las palabras, porque una sola palabra me ha rescatado de las tinieblas del averno, “Angie”, mi palabra prohibida desde hace más de 35 años. Murió en un accidente de coche en silencio. Quedó encima de una calle que ni conozco. Angie ha vuelto, he dejado que me llamen así, aunque solo a una persona. El poder de una invocación en apenas cinco fonemas. Una llave a mi mundo silenciado por tanto tiempo, un hechizo que tal vez se acabe con las campanadas del nuevo año. Pero eso será otra historia. Lo importante no es cómo acabará mi historia, es algo obvio, sino como escribiré cada palabra que viva en los días que me quedan.

 Porque escribir ha sido, como siempre, mi refugio en estos días. Cuando enfermé elegí el libro que me acompañaría justo después de sacar a la luz mi diario, mi espejo vital de verdades y mentiras. Porque también nos mentimos a nosotros mismos. Nos mentimos cuando pensamos que todo irá bien, pero los finales no son ni buenos ni malos, solo son finales. Y lo verdaderamente importante es todo lo que hemos respirado en esos instantes de vida que nos ha tocado. Y depende de nosotros darle sentido o esperar que se lo den otros. Yo no pretendo que nadie me recuerde, solo que se queden con lo que han sentido cuando han estado conmigo. Lo considero ser de utilidad para otros, si las personas a las que tocamos las transformamos conseguimos una inmortalidad involuntaria y terrenal, poco divina, pero muy pragmática. Ese es mi ikigai (propósito de vida).  Ahora mismo siento mi vida como un aliento de un caramelo Halls de sabor suave y fresco, un aliento que reconforta y evita la tos. Hoy he vuelto a responder a mis WhatsApp, editar, corregir, entregar guiones, estudiar y avanzar en mi tesis, achuchar a los míos, ir a comprar y hablar con mi persona favorita, olvidando por completo que la gente normal tiene fiesta. Hoy, ha sido un día de mi vida. Uno más que suma y negocia entre Chronos y la espada de Damocles, por eso nunca llevo reloj.  Porque mi tiempo suma y ya restaremos en otro momento.  

jueves, 17 de agosto de 2023

25 años de maternidad

Que nadie empiece a leer estas líneas buscando un homenaje egocéntrico a mi papel de madre como celebración del veinticinco aniversario de mi primer hijo, tengo dos, se hace raro numerarlos. Quiero compartir una reflexión respetuosa y personal de lo que significa la maternidad. Porque todavía hoy, veinticinco años después de ese primer instante de tener a mi hijo en brazos puedo afirmar que tengo más claro las incertezas que las certezas sobre la maternidad.



La maternidad, para mí, como todo lo femenino, resulta complicado conceptualmente hablando. Pero es complicado «per se». Ser madre es algo físico, psicológico, cultural y económico a la vez. Y cada ámbito condiciona y transforma al resto y al concepto de ser madre en su totalidad.

Las dos cosas que más han determinado mi vida han sido los perros y la maternidad. Mis hijos ya conocen la historia, o sea que nadie sufra porque se puedan sentir ofendidos. Bien al contrario, los perros han determinado nuestra vida en muchos aspectos, todos buenos. Después de los perros, la maternidad ha sido la experiencia más mágica, desconcertante y determinante de mi existencia. No obstante, no fue así en el primer momento, porque al prinicipio de ser madre todos mis esfuerzos se dirigían a intentar que no cambiara nada en mi vida, siguiendo la consigna de mi pareja y progenitor de mis hijos en el momento del nacimiento de los mismos. Sin duda, la maternidad superó la experiencia de vivir en pareja y me convertí en madre soltera sin elección.

No me he percatado de lo duro de lo vivido hasta unos meses atrás, porque en el día a día no hay tiempo de reflexionar ni mirar atrás, solo de correr hacia adelante como si un ejército de zombis hambrientos me persiguiera. Pero no quiero explicar batallas de madre soltera, porque no creo que existan diferentes tipos de madres, madres buenas o malas. La realidad constata que solo existe un único tipo de madre: las malas madres. Hay blogs que tratan el tema de la «malamaternidad», pero habitualmente se centra en las acciones cotidianas que generan culpa a la madre. Yo creo que la maternidad es una apuesta ganadora a saber que siempre harás algo mal, aunque hagas cosas buenas y seas una persona ejemplar. Porque la maternidad es un proyecto «coconstruido» entre los dos agentes intervinientes: la madre y el hijo. Eso es un axioma evidente, no necesita demostración, o sea, hagamos lo que hagamos siempre lo haremos mal en alguna ocasión o en muchas. Y para colmo los hijos solo recuerdan las veces en las que lo hicimos mal.

La maternidad es algo unidireccional, siempre va de la madre hacia al hijo. Tal vez, se pueda mal interpretar esto, no quiero excluir a los hombres de la maternidad, los hombres (padres o madres) pueden identificarse, igualmente, en esa unidireccionalidad en su paternidad o maternidad, según lo que tengan. Tanto la maternidad como la paternidad no pueden tener bidireccionalidad, es una acción de sentido único que sale de las madres y de los padres llega a los hijos y jamás regresa. No recorre el camino de vuelta. Hay una expresión que decía mi abuela y creo que puede ayudar a entender el concepto: «la casa de los padres es la casa del hijo, pero la casa del hijo no es la casa de los padres».

Tampoco se puede compartir, la maternidad no se comparte, se vive. Se puede compartir la crianza con el otro progenitor, con los abuelos, con otros miembros de la familia o con extraños que dejemos entrar en nuestra vida familiar. Pero la maternidad no se comparte se vive, se siente, se respira y se transforma en algo intangible que permanece en nuestros hijos. Es una relación exclusiva, personal e intransferible a terceros, no se puede delegar la maternidad, solo la guardia y custodia.

La maternidad es tan mágica que supera la presencialidad, es decir se actúa sobre el hijo sin estar presente: desde preparar la cena a enviar un pensamiento positivo cuando sabes que lo necesita. Por ello, la maternidad es atemporal e infinita podemos morir como madres, pero la maternidad sobrevivirá en nuestros hijos. Al igual que si perdemos un hijo, no dejamos de ser madres por ello. Es una relación inquebrantable.

La maternidad es un instinto, un impulso natural, interior e irracional que provoca una acción o sentimiento sin que se tenga conciencia de la razón a la que obedece, (Oxford dictionary online), por ello no hace falta elegir el querer como madre ni como hijo. Se elige un amante, un amigo o una mascota, pero no elegimos nuestros hijos ni ellos a nosotras. Es algo dado por el universo y la genética, una selección única que no se comparte entre hermanos. La maternidad es diferente para cada hijo, porque es una fórmula única y crea vínculos diferentes para cada ocasión. Por lo que es imposible querer más un hijo que a otro, cada maternidad será distinta para cada uno de nuestros vástagos. Tengamos uno, dos o media docena de ellos. 

En mi caso, nada me duele más que una discusión con mis hijos, es algo que lo supera todo. Nada me inhabilita para la vida tanto como tener una discusión con ellos. La verdad es que discutimos poco porque nuestra vida no ha sido un camino de rosas y la adversidad saca lo mejor y lo peor de ti, normalmente primero sale lo peor y luego aparece lo mejor.  Y en nuestro camino juntos ha habido momentos en los que todos hemos sacado lo peor. Entenderlo, asumirlo y no juzgarlo nos ha hecho más fuertes.

La maternidad puede ser algo distinto para cada madre. Para mí es algo que no se puede entender desde el intelecto solo desde el corazón. Ha sido un auténtico regalo del universo que anti todo pronóstico me haya concedido el privilegio inmenso de ser madre y, además, madre de mis hijos, no es cualquier cosa, hace falta estar a la «altura» y dar «la talla», juego con las palabras porque los dos son más altos que yo y hoy, veinticinco años después, me sigo preguntando lo mismo que se preguntaba el pediatra que nos atendió a mi hijo mayor y a mí a los pocos días del parto: «cómo un cuerpo tan pequeño puede criar un niño tan grande».

Así me siento, diminuta y bendecida ante la magnitud de mi maternidad y de lo que sigo percibiendo en esta relación maravillosa que me sorprende cada día con todo lo que surge de dentro de mis hijos y de poder disfrutar de las personas en las que se han convertido. Espero seguir disfrutándolo otros veinticinco años más, como mínimo.

¡Feliz cumpleaños Mark!

jueves, 2 de febrero de 2023

Problemas de vida y problemas de muerte

Ando entre congresos de educación emocional y problemas de salud mental en los jóvenes. El mundo parece empezar a entender que somos mucho más de lo que nos han hecho creer en los últimos dos mil años. Las personas se están despertando de un letargo histórico y eso pasa factura.

Como buena escéptica, estoy buscando la trampa. Porque con el medio siglo y pico que visto tengo recuerdos de otros momentos sociales en los que parecía que «esto» iba a cambiar, que ya nada sería como antes. Desde el Rock & Roll al New Age ochentero en el que Kitaro, Enya e instrumentalistas varios nos hacían imaginar un universo navegable y amigo que no estaba allá, lejos, sino que vivía en nosotros. Luego empezó el yoga, la meditación, las artes marciales…Tal vez, el orden que indico no es el correcto. Pero en este totum revolutum de intenciones holísticas siguieron guerras y más muertes, y más hambre y más pobreza. Y esto no tiene pinta de mejorar. Y es que los jóvenes son de todo menos imbéciles. La sociedad tiende a pensar que por ser viejo eres más listo, nada de eso, el joven idiota será un idiota anciano con toda seguridad, si no pone remedio a su idiotez antes de su vejez.

Los adultos les vendemos la moto con realidades virtuales y metaversos que ellos saben que no existen. Qué sentido tiene tener internet y poder enviar gente a la luna sino no podemos detener el cambio climático o mejorar la injusticia social. Si a los jóvenes no les apetece vivir es porque les hemos dejado un mundo en situación crítica, y encima les cuestionamos diciendo que son «poco fuertes» para plantarle cara a los problemas. Hemos inventado la palabra «resilientes» como si nacieran así, con la resiliencia de serie. Mi generación, la vuestra supongo, porque nadie joven leerá este blog, somos decadentes, adictos a casi todo y poco disciplinados, y generalmente, bastante ocupados en actividades sin ningún sentido (a pesar de que un alto porcentaje está en paro). Ser joven hoy en día me produce angustia y sobre todo mucho respeto. ¡Vamos que estoy a escasos días de mi cincuenta y tres cumpleaños y no me cambio por nadie de veinte! Claro está que soy todo un Ferrari sin pegatinas y no es por mi carrocería de estética totalmente cincuentañera, sino por mi capacidad de reacción de 0 a 100 en menos de 10 segundos. Y eso, también, es generacional. Si es que aprendimos a hacer todo en masa: veíamos la televisión cuando todo el país lo hacía, íbamos de vacaciones todos en agosto, y ahora nos falta tiempo para entrar todos en Tik-Tok y la última red que toque. ¿Por qué? Pues, porque somos rápidos y muy chulitos. Qué rápido es abrirse un perfil en cualquier red social, sin embargo, que difícil es ver todo lo que hemos destrozado por el camino. Un treinta y cuatro por ciento de los jóvenes menores de 24 años ha pensado en quitarse la vida, mientras, nosotros seguimos queriendo aprender cómo hacer un selfi y sonreír a la vez.
"Soy un Ferrari sin pegatinas, no por mi carrocería sino porque paso de 0 a 100 en 10 segundos"

Los que habéis leído el blog sabéis que siempre hago referencia a palabras, porque este espacio nació por mi trabajo en la edición literaria. Hace tiempo que la sustituí por la edición periodística, y dejé de leer a amantes de la prosa por estudios e informes estadísticos de realidades, principalmente, del entorno educativo y social. Desde una visión literaria me gustaría encontrar la palabra que defina una sociedad que ha conseguido crear una generación de jóvenes que quieren morir antes de seguir viviendo aquello que nosotros hemos construido. En Japón, ya existe la figura del asesor anti suicidio en los institutos, y es como poner una tirita a un enfermo de cáncer. Mejor será prevenir la situación antes de que se produzca. Pero los de mi quinta, como he dicho, siempre estamos ocupados y no tenemos tiempo de hablar con nuestros hijos y menos con los hijos de los demás. Los jóvenes hablan, los que lo hacen, a través de imágenes y emoticonos. Este silencio asesino e incómodo solo podemos romperlo nosotros si levantamos la mirada y buscamos dónde mirar.

Si miramos con calma podremos detectar problemas de vida y problemas de muerte. Los primeros son, básicamente, todos los problemas. Los segundos son aquellos en los que ya sabes el final antes de empezar. Todo es un problema de vida mientras estamos vivos: el paro, un mal día en el trabajo, una infidelidad, un amor no correspondido, un accidente de tráfico, un examen…Los problemas de muerte son los que hay que mirar de frente y sonreír cuando solo te apetece llorar. Llorar hasta morir. Si no naturalizas los problemas de vida como una oportunidad, entonces, puede llegar el día que tengas un problema de muerte, y tal vez, no lo reconozcas. Yo estoy con un problema de muerte, otra vez, y esta vez he vuelto a mirar a la cabrona de la Parca a la cara y cuándo me ha preguntado, «¿te cambiarías por ella?», he respondido que no, tan rápido como un Ferrari, apretando el acelerador hacia la vida, la mía. Vida que disfruto inexplicablemente feliz, sin motivo aparente, casi siempre en soledad y en ocasiones revuelta. Pero estoy a gustito aquí en mi historia, alocada, excéntrica e inalcanzable para la mayoría, y en mi territorio ya no se muere nadie más sin mi permiso. Porque hay personas que necesito para dibujarme cada día, saber que están ahí, cerquita de mí, aunque miles de kilómetros nos separen, no puedo dejarlas marchar, aunque la física cuántica, esa de las narices, diga que todo es una misma energía, yo quiero las partículas de las personas que son mis vitaminas aquí conmigo, y el universo que nos espere, allá, bien lejos.

martes, 5 de abril de 2022

Otro 5 de abril, sin pizza ni manzana

Yo sé que me miras aunque no te veo, he aprendido a reírte cuando nadie me ve. Sobre todo en la mañana, mientras preparo el desayuno y aún no ha salido el sol. A veces hablas tan alto que me giro para mandarte callar y no estás, y me río. Un río de sonrisas que me parte en cien pedazos de mi que no olvidan el ayer. Aquellos cinco de abril de tu cumpleaños, cenas pizza y yo una manzana, era vegetariana.



Sigo en mi cuarto menguante, habitando cuerpos durante noventa minutos. Perdiéndome entre abrazos sordos, mucho más bonitos que aquellos otros que no me dejaban respirar, los que dicen que sanan, pero ahogan. Los que te sacan todo el aire con un ruido peculiar y te hacen daño sin querer sino por querer. Tengo más claro a dónde no quiero volver que a dónde voy, volvería a nosotros, pero es una realidad que solo vive en mí, mi metaverso particular, el espacio-tiempo real me lo impide. No te reencarnes, por favor, a mí me quedan cinco minutos de vida, a ti un suspiro de eternidad. Tú eres la infinitud y yo una simple torpe con lateralidad confundida.

Mientras vivías te imaginé feliz, en la casa de mis sueños haciendo los tuyos realidad. Pero tus sueños eran yo, y yo una insomne crónica, cuando desperté de mi pesadilla, tú ya te habías ido. Sin avisar, como cuando me quedaba dormida en tu cuarto y tu sacabas al perro sin hacer ruido para no despertarme. Seguí dormida hasta un amanecer que no llegó nunca, mi mundo se volvió noche para siempre, una noche de estrellas y luna menguante en la que me columpio imaginando tu vida perfecta en alguna estrella lejana, desarrollando nuevos lenguajes de comunicación entre mundos y agujeros negros. ¿¡Me copias!?

Dicen que las personas buscan su mitad, yo me sobro entera y a veces me sumo a algún cuerpo que despierta de su letargo entre mis abrazos sordos, elevándose hasta una ilusión imposible. Un final decodificado por un texto enviado con un «piensa en nosotros», al que mi cerebro se bloquea con un, «otra vez», y el algoritmo de desconexión se inicia con un «tenemos que hablar». Hablar para decir adiós, se que te ríes cada vez que lo hago, sé que te diviertes en tu perfecto silencio sonoro de mí. Soy tu humana favorita en una eternidad sin humanidad. Pero cada cuerpo extraño de mí se empecina en hablar de «nosotros», pero yo me conjugo en singular. He desarrollado un complejo sistema anti vidas ajenas, se arma cuando percibe algún atisbo de acomodamiento emocional de un tercero, ¡qué confianza tan aventurera! Pensar en mí, como en «nosotros», sin pedir permiso. Mi mecanismo algorítmico anti posibles medias mitades se activa de forma infalible con un «borrar contacto», así  pasan a la lista de amores perfectos con licencia a ser olvidados. Y yo quedo libre para buscar otro cuerpo en el que intentar buscarte. Sabes que me gusta, me gustas, me gustan, todo de todos. Y tu disfrutas mirando desde el otro lado y diciéndome, «no lo veo para ti, siguiente», tal cual hacías con mis andanzas entre pizzas y manzanas. 

Y entre tanta fruta prohibida, soy yo el fruto de aquello que nunca sembraré. Pero la vida siempre me dice ven, pero jamás me enseña aquello que no puedo ver, a ti. Parece que tengo mucho pero solo me tengo a mí, soy poca cosa, pero bastante esencial en mi vida, la de aquí. La que ya no es la tuya, no sé porque el destino me eligió a mí para seguir aquí, cuando tú eras el genio. Ando detrás de tu genialidad por la Tierra, y solo queda uno de los de aquella época. Lo sigo, y en cada conferencia, pienso que tú le esperas entre bastidores, pero solo hay nada, una nada infinita que respiro, y me llena de recuerdos que me empujan en mi camino, esa nada que vive en mí y es mi mejor amigo con el que puedo hablar a cualquier hora. Lo bueno de nuestra perfecta amistad, como antes, es que no hace falta que te explique nada porque tú ya lo sabes todo, es una relación cómoda, no tienes competidores. Nunca los has tenido. 

Pero, como buena gata, la curiosidad me puede y los retos me atraen, sigo buscando, por mero placer, para poder arañar y ronronear un rato. Y luego, un zarpazo y me vuelvo a mi madriguera.  Siempre es el mismo final. Una posición cómoda, un margen perfectamente delimitado. Mi margen, donde el fuego no me alcanza. Porque todos son fuego, y yo tengo miedo a arder. Reviento, porque a veces ni yo me entiendo, ¿cómo voy a entender lo nuestro si nunca te entendí a ti? Siento que te has escondido de mí. Tu marcha fue tu mejor venganza. Perdí la batalla, me convertí en cero para siempre. Me falta el uno, así no hay fórmula posible. 

Dicen que todo va y viene, pero tú solo te vas y ya no vuelves. Te tomaste al pie de la letra aquello de que «si hay que ir se va». Y te fuiste, sin avisar. Me hubiera gustado ir contigo aquel día en aquel coche. Nuestro último viaje, o no, hubiéramos parado para comer una pizza, los dos, porque yo ya no soy vegetariana, ¡bueno, a veces, un poco! Dicen que, en el Universo, allá donde estás, no hay luz, es todo oscuridad, pero también dicen que el amor es ciego por lo que nos daría igual.

¡Feliz cumpleaños! 52 ya, pero yo llegué primero, aunque me iré la última.

PS: el texto lo he construido,expresamente, con citas de canciones de Beret. He indicado en cursiva las frases de su autoría. ¡Grande Beret! Gracias por romperme el corazón cada vez que te escucho.

domingo, 14 de marzo de 2021

365 lunes

El viernes 13 de marzo de 2020 fue mi día 0. El inicio de un periodo atemporal de 365 lunes que parece empieza a llegar a su ocaso. Vuelve a ser primavera, ahora hay un sabor a atardecer  infinito de color grisáceo. Se percibe un fuerte deseo de que llegue el martes. Un martes aburrido y normal de 24 horas. Quién imaginaba que íbamos a anhelar los días de pocas horas y de muchas actividades que solo nos hacen perder el tiempo. El ir de aquí para allá, aunque sea sin sentido, se ha convertido en un acto de rebeldía. Quién hubiera dicho que perder el tiempo como mejor nos plazca es un derecho fundamental del ser humano.

Foto de Ángeles sentada en un banco


Dicen los Estados  y sus estadísticas, todopoderosas, que vamos a ser mejores personas: más higiénicas, más humildes y más ecológicas. Me cuesta mucho sentirme mejor que hace 365 lunes: mis células han envejecido, mi cuerpo se ha oxidado por la falta de ejercicio físico y mi mente tiene agujetas por exceso de uso.

Todo lo que no hice el día 0 nunca será hecho. Se perdió en alguna dimensión espacio-tiempo que ya no me interesa. Lo curioso es que solo una acción, que no acabé en aquellos momentos de la última semana de siete días, ha vuelto a llamar a mi puerta. Sabía que ocurriría, porque así lo he deseado durante los 365 lunes. He trabajado y trabajo para hacer ese proyecto realidad y toda circunstancia en mi vida que no esté a la altura de ese objetivo, sencillamente me aburre o, se desvanece por el propio fluir de un lunes infinito, normal y corriente.

Siempre habíamos dicho que los lunes eran duros, el día de inicio de todo, vuelta al trabajo: producir, crear y avanzar. Así son los lunes. Y los últimos 365 lunes me han transformado en la columna principal de mi mundo, si yo me quiebro los lunes desaparecen. Sin duda, he jugado en casa, como pez en el agua me siento, porque los lunes siempre han sido mi día favorito y jamás pensé el vivir una vida plena en un lunes de 365 días.

Dicen que hemos vivido una guerra, algo pandémico y global. En mi ejército de vida no hemos tenido bajas, en mi legión de extraños amigos, sí. El bicho se ha cobrado vidas, incontable e innombrable legión de ilusiones quebradas por falta de oxígeno. El martes siguiente nadie las recordará porque solo importará llegar al viernes. Todo por un fin de semana, 48 horas de hacer lo que quieras sabiendo que volverá a ser lunes. Habrá lunes de regreso y lunes de ser un domingo más. Personas que no van a volver a trabajar ni a ser lo que eran, náufragos  de un pasado lejano y certezas de un futuro a la deriva.

365 lunes viviendo como muertos durmientes por miedo a morir. Los números se han vuelto líquidos, se les van los decímales y las unidades de mil por agujeros invisibles. El tic-tac de las agujas del reloj enmudeció y se abrió la dimensión donde habitan los sueños de Dalí. El maestro de los lunes eternos y de los espacios oníricos que dormían tranquilos hasta que el primer lunes de 365 días los despertó. La noche desapareció, todo era día, luz y destellos deslumbrantes aun teniendo los ojos cerrados. Hemos paseado 365 lunes por el cementerio de nuestra propia vida.

Cómo saber mañana, lunes, 15 de marzo de 2021, que será un lunes más o el lunes, 366, de la nueva normalidad. El Estado nos garantiza solo dos semanas de normalidad comparada, mientras nos exige que le entreguemos nuestra lealtad por cuatro años. ¿Cuántos lunes caben en esos cuatro años? Nadie lo sabe. Yo, por si acaso, sigo en modo lunes unas cuantas semanas más y solo intercalaré algún fin de semana entre un miércoles y un jueves, lo que todavía no tiene nombre, propongo llamarlo «miersamingo», dícese del fin de semana que puede ocurrir entre un miércoles a un domingo en la era de los lunes de 365 días. ¡Feliz lunes!

Fuente consultada: ninguna

Fuente de inspiración: Alicia.

 

martes, 16 de febrero de 2021

Persona o ciudadana

Hace unos días, escuchando a un youtuber  hablar sobre sus razones para no votar en las pasadas elecciones, me surgió la necesidad de aclararme con  el concepto de ciudadano. El periodista en cuestión se sentía traicionado y defendía su decisión de no votar como ciudadano libre. En el preciso instante de empezar a teclear mi respuesta a su sentimiento pensé cómo puede ser ningún ciudadano libre alguna vez.

Dentro de cada ciudadano habita, dormida, una persona.


Ciudadano es, en sí misma, una palabra excluyente de libertades, sobre todo de las libertades ajenas. Desde sus orígenes, del latín, es la palabra que define a los habitantes de las ciudades, pero no  a todos, de ahí lo de excluyente, solo a los que tenían derechos. Mujeres, niños, esclavos de todo tipo y extranjeros no entraban en esa condición.

Ciudadana es, en sí misma, una palabra excluyente

Los años fueron pasando se fue preparando un nuevo concepto de ciudadano libre, fraternal e igualitario que la Revolución Francesa enalteció como avance histórico, sin duda lo fue, aunque una vez más se olvidaron de incluir a mujeres, niños y esclavos. Los pocos ciudadanos libres del momento empezaron a votar. Claro está a votarse entre ellos con total libertad y fraternidad. 

Casi doscientos años más tarde, en algún momento de este tortuoso camino de evolución histórica alguien nos ha estafado. Así me siento, porque no veo nada bueno en ser ciudadana. Los políticos o lo que es igual, las monarquías dirigentes*, sean de una lateralidad u otra, son los únicos ciudadanos libres porque no son juzgados, pueden contratar y dar trabajo a sus familias y amigos, el ejército y las fuerzas de seguridad les protegen, tienen recursos sanitarios directos e inmediatos, y dispondrán de retribución económica de por vida. Son libres de casarse entre ellos y compartir cargos públicos…Algo imposible para el resto de ciudadanos, supuestamente igual de libres. 

Los ciudadanos confraternizan y legislan, las personas nacen, crecen y se reproducen

 – si les apetece-

Pido permiso para devolver mi libertad ciudadana, -el pack completo-, hasta que incluya el mismo equipamiento de serie que el de los políticos, altos funcionarios y monarcas. Mientras llega ese momento, decido ser persona, así sin más. Prefiero ser persona que ciudadana porque es algo que eliges y construyes cuando naces  como ser humano. Ser persona es más fácil solo tienes que ser tú, lo que ya es suficiente tarea. Puedes reír, llorar y opinar. A nadie le importa, ni nadie te juzga cuando eres solo una persona más. No necesitas patria, ni estado, solo una tierra  con mar o montaña. A las personas se les recuerda por su aroma, su sonrisa, por su voz. A los ciudadanos se les recuerda en los libros de historia  por lo que escriben otros ciudadanos de ellos. Los ciudadanos son gobernados por el Estado y la patria. Las personas por la familia y los amigos. Los ciudadanos reconocen y normalizan la jerarquía. Las personas reconocen  la diversidad. Las personas son libres desde el minuto cero de su existencia, no necesitan votar para tener libertad. Los ciudadanos solo tienen libertad cuando el Estado decide convocar elecciones. Los ciudadanos confraternizan y legislan, las personas nacen, crecen y se reproducen – si les apetece-. La persona se elige a sí misma, es el grado máximo de libertad poder no ser tú mismo, sin identidad, pero con personalidad. Un ciudadano no tiene personalidad solo identidad. Una persona nace para ser amada. Un ciudadano se crea para ser respetado. Lo más bonito que se le puede decir a otra persona es te quiero. Lo más bonito que se le dice a un ciudadano es llamarlo patriota. Ser persona es un don natural. Ser ciudadano es un derecho civil… Dos mil y pico de años han conseguido crear al esclavo perfecto: aquel que elige, -votando-, a sus amos como acto de libertad.

Ser ciudadano está sobrevalorado, si probáis a ser personas seréis más felices, aunque no votéis.


* Uso el término, «monarquías dirigentes», expresamente porque apenas existen diferencias entre los privilegios de cualquier monarca y los dirigentes de los estados. 

martes, 22 de diciembre de 2020

Esta navidad, prometo

 ¡Vuelve a ser navidad! Quien nos hubiera dicho que echaríamos de menos  la navidad con su atrezzo o escenario sobrecargado de propósitos. Después de nueve, 9, meses de movimientos restringidos, de espacios cerrados, de sentimientos higienizados  ya no nos reconocemos y echamos de menos cosas que antes se nos antojaban ridículas y fastidiosas.    



Estas navidades, no imagino a nadie haciendo las típicas listas de deseos y propósitos de final de año. ¿Alguien se atreve a desear? Creo que se ha prohibido fuera de horario restringido. Los deseos no cumplen las normas sanitarias en esta pandemia global. Nadie sabía que los deseos eran vulnerables a un virus que te silencia y te anula, porque no se puede ir por ahí deseando lo que te apetece, hay que ser solidario y nuestras emociones también le pertenecen al Estado. Y si nuestros deseos contagian a otras personas y empiezan a soñar lo que les apetece que sea el próximo 2021.

Por si acaso, yo voy a prometer pero sin desear. Si alguien no comprende la diferencia, creo que desear es volátil mientras que prometer implica acción y el compromiso de hacer lo que  has prometido. Las promesas dependen de ti, los deseos existen en una dimensión imprecisa, las promesas están aquí cerca nuestro, solo hay que ponerse a ello.

Prometo

Prometo cruzar la península en coche.

Prometo estar con los que pronto ya no estarán.

Prometo vivir cada día como el día que es: lunes, martes...

Prometo pagar yo el café en mi próxima reunión de trabajo.

Prometo recorrer los caminos que  me quedaron por recorrer.

Prometo no enfadarme cuando alguien me empuje en un bar lleno de gente.

Prometo reírme cuando me digan que mi generación nunca ha sufrido una guerra.

Prometo pintarme los labios cada día para lucir mi sonrisa a pesar de que no es perfecta.

Prometo dar la mano, abrazar y besar para saludar o despedirme de las personas.

Prometo no enfadarme cuando se hayan agotado las entradas de un espectáculo.

Prometo no jugarme la vida haciendo tonterías, porque tener salud es la mejor de las propiedades.

Prometo no huir del amor porque el amor me ha infectado y no quiero ninguna vacuna.

No más mascarillas.

No más aforos reducidos.

No más domingos eternos

No más videoconferencias.

No más cierres perimetrales.

No más distancia de seguridad.

FELIZ NAVIDAD 2020

 

No sabía cómo felicitaros estas fiestas y  compartir con vosotros mis mejores promesas, que no deseos. No puedo imaginar cómo podéis sentiros aquellos que habéis perdido a personas por causa de este virus. No hay espacio para  la ironía en tanto dolor. Deciros que la muerte es la mayor afirmación de la vida, que por eso la gente hace cosas extraordinarias cuando sabe que va a morir pero no hay consuelo cuando entendemos que también las personas que más queremos morirán y pueden hacerlo todos los días. Está permitido llorar, está permitido enfadarse pero jamás deprimirse. No podemos dejar de celebrar la vida a pesar de que la muerte esté rondando cerca, muy cerca. Por esas «sillas vacías», tenemos que celebrar este año todo con más fuerza. Porque no dejamos de ser hijos cuando nuestros padres se van, ni nietos, ni madres o padres. No nos convertimos en huérfanos por la muerte de un padre o una madre. Ni dejamos de ser madres por el fallecimiento de un hijo. Seguimos aquí y debemos de ser las personas que fuimos cuando ellos, los que ya no están, estaban. Porque la muerte no nos cambia solo nos hace llorar. La muerte nos recuerda que estamos vivos y que somos libres para morir. Depende de nosotros elegir la vida, y prometo vivir, solo eso, vivir el 2021.

¡Permaneced sanos!