Justamente ayer
una escritora me llamó y me dijo que no podía escribir, que su madre había
fallecido pocos días atrás y no podía concentrarse ni escribir. Le dije que se
diera tiempo que hay que metabolizar la
muerte para seguir viviendo.
La muerte nos mira a veces |
Siempre evitamos
hablar de la muerte. Tendríamos que vivirla como algo más natural, cómo parte
de la vida. Casi todas las culturas se basan en ritos falsos y superficiales
donde se compite por quien está más apenado delante del muerto. Cómo si la muerte no fuera a venir por
nosotros si le mostramos respeto.
Yo he visto a la muerte, o mejor dicho ella me
ha mirado a mí, y lo ha hecho de frente, sin ningún reparo. Sé que solo entenderán
estas palabras aquellos que han perdido a un ser querido en extrañas circunstancias
o por enfermedad. La muerte es muy sutil
y silenciosa, le gusta acercarse despacio y susurrarte al oído. Sientes su
frialdad y vacío tan cerca que te asusta hasta tocarte a ti mismo para saber
qué sigues vivo, que no es un sueño.
Tal vez yo la he
provocado e incluso la he buscado con arrogancia y la prepotencia de sentirte
sano y fuerte, todos pensamos “¿cómo me
voy a morir? Hoy no, si acaso ya mañana”. Y así vivimos un día tras otro.
Pero cuando la
muerte se planta delante de ti, te mira tranquila, sonríe, con su silbido fugaz
y helador te dice “me voy a llevar a alguien que quieres y no podrás hacer nada”. Entonces
tu mundo se cae, la arrogancia se desvanece y descubres que eres el atisbo de
vida más pequeño del universo e incluso que te cambiarías por esa persona
cientos de veces. Cuesta mucho, muchísimo metabolizar esas muertes, las que nos
matan a nosotros por dentro, pero lo hacemos. Y de ese dolor sale la vida, y
resurgimos con agradecimiento por estar aquí y ahora. Sin importar qué pasará
mañana. De la muerte aprendemos que
vivir vale la pena.
Como editora he
reflexionado sobre las obras publicadas y casi nadie se inspira en alguien
fallecido, ¿Por qué no podemos crear un
personaje a partir del recuerdo de alguien que se ha ido para siempre? Yo
sé el por qué, porque duele, duele mucho, duele tanto que no puedes respirar ni
para escribir. Cuando recuerdas a alguien que ha sido tanto en tu vida y se ha
ido sin entender por qué ahora y por qué así, te conviertes en un juguete roto,
un colador humano por el que se escapan la creatividad y alguna que otra
ilusión soñada.
Tal vez sea imposible crear nada ficticio sobre
la muerte, porque la muerte es el hecho de la vida más real y certero.