jueves, 17 de agosto de 2023

25 años de maternidad

Que nadie empiece a leer estas líneas buscando un homenaje egocéntrico a mi papel de madre como celebración del veinticinco aniversario de mi primer hijo, tengo dos, se hace raro numerarlos. Quiero compartir una reflexión respetuosa y personal de lo que significa la maternidad. Porque todavía hoy, veinticinco años después de ese primer instante de tener a mi hijo en brazos puedo afirmar que tengo más claro las incertezas que las certezas sobre la maternidad.



La maternidad, para mí, como todo lo femenino, resulta complicado conceptualmente hablando. Pero es complicado «per se». Ser madre es algo físico, psicológico, cultural y económico a la vez. Y cada ámbito condiciona y transforma al resto y al concepto de ser madre en su totalidad.

Las dos cosas que más han determinado mi vida han sido los perros y la maternidad. Mis hijos ya conocen la historia, o sea que nadie sufra porque se puedan sentir ofendidos. Bien al contrario, los perros han determinado nuestra vida en muchos aspectos, todos buenos. Después de los perros, la maternidad ha sido la experiencia más mágica, desconcertante y determinante de mi existencia. No obstante, no fue así en el primer momento, porque al prinicipio de ser madre todos mis esfuerzos se dirigían a intentar que no cambiara nada en mi vida, siguiendo la consigna de mi pareja y progenitor de mis hijos en el momento del nacimiento de los mismos. Sin duda, la maternidad superó la experiencia de vivir en pareja y me convertí en madre soltera sin elección.

No me he percatado de lo duro de lo vivido hasta unos meses atrás, porque en el día a día no hay tiempo de reflexionar ni mirar atrás, solo de correr hacia adelante como si un ejército de zombis hambrientos me persiguiera. Pero no quiero explicar batallas de madre soltera, porque no creo que existan diferentes tipos de madres, madres buenas o malas. La realidad constata que solo existe un único tipo de madre: las malas madres. Hay blogs que tratan el tema de la «malamaternidad», pero habitualmente se centra en las acciones cotidianas que generan culpa a la madre. Yo creo que la maternidad es una apuesta ganadora a saber que siempre harás algo mal, aunque hagas cosas buenas y seas una persona ejemplar. Porque la maternidad es un proyecto «coconstruido» entre los dos agentes intervinientes: la madre y el hijo. Eso es un axioma evidente, no necesita demostración, o sea, hagamos lo que hagamos siempre lo haremos mal en alguna ocasión o en muchas. Y para colmo los hijos solo recuerdan las veces en las que lo hicimos mal.

La maternidad es algo unidireccional, siempre va de la madre hacia al hijo. Tal vez, se pueda mal interpretar esto, no quiero excluir a los hombres de la maternidad, los hombres (padres o madres) pueden identificarse, igualmente, en esa unidireccionalidad en su paternidad o maternidad, según lo que tengan. Tanto la maternidad como la paternidad no pueden tener bidireccionalidad, es una acción de sentido único que sale de las madres y de los padres llega a los hijos y jamás regresa. No recorre el camino de vuelta. Hay una expresión que decía mi abuela y creo que puede ayudar a entender el concepto: «la casa de los padres es la casa del hijo, pero la casa del hijo no es la casa de los padres».

Tampoco se puede compartir, la maternidad no se comparte, se vive. Se puede compartir la crianza con el otro progenitor, con los abuelos, con otros miembros de la familia o con extraños que dejemos entrar en nuestra vida familiar. Pero la maternidad no se comparte se vive, se siente, se respira y se transforma en algo intangible que permanece en nuestros hijos. Es una relación exclusiva, personal e intransferible a terceros, no se puede delegar la maternidad, solo la guardia y custodia.

La maternidad es tan mágica que supera la presencialidad, es decir se actúa sobre el hijo sin estar presente: desde preparar la cena a enviar un pensamiento positivo cuando sabes que lo necesita. Por ello, la maternidad es atemporal e infinita podemos morir como madres, pero la maternidad sobrevivirá en nuestros hijos. Al igual que si perdemos un hijo, no dejamos de ser madres por ello. Es una relación inquebrantable.

La maternidad es un instinto, un impulso natural, interior e irracional que provoca una acción o sentimiento sin que se tenga conciencia de la razón a la que obedece, (Oxford dictionary online), por ello no hace falta elegir el querer como madre ni como hijo. Se elige un amante, un amigo o una mascota, pero no elegimos nuestros hijos ni ellos a nosotras. Es algo dado por el universo y la genética, una selección única que no se comparte entre hermanos. La maternidad es diferente para cada hijo, porque es una fórmula única y crea vínculos diferentes para cada ocasión. Por lo que es imposible querer más un hijo que a otro, cada maternidad será distinta para cada uno de nuestros vástagos. Tengamos uno, dos o media docena de ellos. 

En mi caso, nada me duele más que una discusión con mis hijos, es algo que lo supera todo. Nada me inhabilita para la vida tanto como tener una discusión con ellos. La verdad es que discutimos poco porque nuestra vida no ha sido un camino de rosas y la adversidad saca lo mejor y lo peor de ti, normalmente primero sale lo peor y luego aparece lo mejor.  Y en nuestro camino juntos ha habido momentos en los que todos hemos sacado lo peor. Entenderlo, asumirlo y no juzgarlo nos ha hecho más fuertes.

La maternidad puede ser algo distinto para cada madre. Para mí es algo que no se puede entender desde el intelecto solo desde el corazón. Ha sido un auténtico regalo del universo que anti todo pronóstico me haya concedido el privilegio inmenso de ser madre y, además, madre de mis hijos, no es cualquier cosa, hace falta estar a la «altura» y dar «la talla», juego con las palabras porque los dos son más altos que yo y hoy, veinticinco años después, me sigo preguntando lo mismo que se preguntaba el pediatra que nos atendió a mi hijo mayor y a mí a los pocos días del parto: «cómo un cuerpo tan pequeño puede criar un niño tan grande».

Así me siento, diminuta y bendecida ante la magnitud de mi maternidad y de lo que sigo percibiendo en esta relación maravillosa que me sorprende cada día con todo lo que surge de dentro de mis hijos y de poder disfrutar de las personas en las que se han convertido. Espero seguir disfrutándolo otros veinticinco años más, como mínimo.

¡Feliz cumpleaños Mark!