jueves, 9 de enero de 2020

Abrazos y abrazados


Hace unos días en una novela, de esas que lees en una tarde, el autor hacía referencia a dos tipos de personas: las que abrazan y las que se dejan abrazar.

Al instante reflexioné en qué grupo me encuentro y no dudé al responderme a mí misma que yo soy de las que me dejo abrazar. Lo curioso en mi vida es que me han pedido  abrazos personas extrañas en situaciones surrealistas. Las dos más curiosas fueron las siguientes: una vez estaba en un establecimiento abierto al público, trabajando con dos compañeras más, entró una mujer indigente que no había visto en mi vida y me pidió educadamente si la podía abrazar. Mis compañeras se quedaron atónitas, pensaron que yo conocía  a esa mujer que desprendía un olor a demonios fritos, arrastraba un carrito de supermercado  lleno de trastos y era bastante mayor. Le faltaban dientes y su piel era blanca y tersa con pequeños ojos azules flotando en un mar de arrugas. Imaginé que debió ser una gran belleza en su juventud. Me sentí tan alagada que me levanté de mi mesa y fui abrazarla tímidamente, como quien recoge un premio. ¡Fue algo mágico! Sentí su bondad. Me dio las gracias y salió sin más… No volví a ver a esa mujer pero todavía recuerdo qué sentí al abrazarla.

Hace un año y medio, era el mes de julio en Barcelona, salía corriendo de una reunión de trabajo a recoger a mi hijo en un campus de verano en el barrio de  Poble Nou, había un hombre mayor en un semáforo y me resultó tan agradable y yo estaba tan eufórica que cogí un billete de diez euros y se lo ofrecí. El hombre me pidió que bajara del coche, lo hice y me abrazó de una de las formas más intensas que he vivido. El semáforo cambió a verde y nadie protestó, me sentí observada y flotando en un haro de energía indescriptible.

No me gusta que me toquen personas que no conozco, me incomoda. No es por ser fría sino por ser demasiado emotiva. No quiero que se rompa mi distancia de confort con todo lo ajeno, me hago vulnerable.

Ahora que tengo parejas de usar y olvidar me doy cuenta que cuando abrazo es un estado avanzado de la relación y me acabo acomodando en los bolsillos traseros de mi abrazado. Lo que suele gustar. Para mí es un anclarme en un puerto hasta la siguiente marea. Algo breve que me permitirá descansar por unos segundos. Pero nunca abrazo. Me dejo abrazar y es tan gratificante que el día que decida hacerlo de corazón será más satisfactorio que los abrazos que me robaron personas extrañas que  viajan conmigo en un aura de gratitud infinita. No imagino que habrán sentido esos abrazados con mi abrazo, lo único de lo que estoy segura es de lo que yo sentí cuando lo hice.

Puedes devorar a una persona sin dejar de pensar en tu  próximo reto laboral pero si alguien te abraza no puedes pensar en nada, solo sentir. El universo se detiene y se abre un agujero negro donde todo desaparece y solo se siente velocidad centrífuga hacia ninguna parte. Un respirar hacia adentro. Con el abrazo se cierra un espacio pero se abre una nueva dimensión, por supuesto desconocida, que se recorre en segundos y que solo dependerá de los abrazados volver a recorrer algún día.

Existen muchos tipos de abrazos. Todo depende de la persona que decide abrazar:

Está el abrazo de colegas, en el que se juntan cabezas y se cogen por la nuca. También la modalidad abrazo con palmadas en la espalda del abrazado, puede tener múltiples usos. El abrazo asfixiante, el que te cogen por detrás mientras cruzan su brazo por la altura del cuello. El abrazo de amigas, cuando te apoyas en la otra persona y se camina a la vez durante un rato...Mi favorito es el abrazo volador, sí, sin lugar a dudas, es rápido e inesperado. Es el abrazo que te dan y te levanta al mismo tiempo. Puede ser para girar o para desplazarte hacia otro lugar más cómodo. Creo que en esos instantes me vuelvo aire y no peso nada, siempre ocurre algo maravilloso después de un abrazo volador. 

Últimamente he empezado a practicar el abrazo colectivo entre mi gato, mi hijo pequeño y yo. Consiste en hacer un sándwich entre mi hijo pequeño y yo, y en medio está Simón, nuestro gato. Nunca se ha quejado, al revés, ronronea y emite pequeños ruiditos de confortabilidad que han acabado por convertirlo en el momento del día más deseado.

Abrazad o abrazaros, lo que más os guste pero no os quedéis en medio.

jueves, 2 de enero de 2020

2020 iluminado

La iluminación es un concepto filosófico y religioso que me llama la atención. Todo surge gracias a una felicitación que he recibido este año pasado, 2019, deseándome «un 2020 iluminado», ¿¡Original, verdad!? Me brotó una sonrisa y pensé, « ¿Y cómo me ilumino?», esperé  otro WhatsApp con alguna postal digital que le diera sentido a ese deseo tan metafísico. Porque mi amigo no puede imaginar cuánta intranquilidad ha creado su deseo en mí. ¡Cómo diablos me voy a iluminar yo sola!  

Además siempre he tenido mucha electricidad estática con lo que provoco pequeños accidentes, chispas y demás cortocircuitos a toda clase de aparatos electrónicos a los que me acerco. Y lo que es peor, cómo se responde a esa felicitación. Me gusta responder a las felicitaciones que recibo más que felicitar directamente. Pero qué le digo a alguien que me quiere ver «iluminada»…Todo un sinvivir ha sido esa felicitación porque la dejé así, sin respuesta, ni un «gracias». No voy a agradecer algo que no entiendo. Y si el sujeto en cuestión lo que desea es que me caiga un rayo y me haga desaparecer en mil pedazos porque esa es la única forma que veo yo de iluminarme.


 Aproveché estos días tan aburridos, de supuesto descanso, para llamar a amigos y amigas que practican yoga. Creo que es la actividad física que se relaciona con la iluminación. Y quedé para hacer una clase de prueba. La verdad es que resulta más complicado de lo que parece todo y que  mi elasticidad es buena porque conseguí sobrevivir a la primera clase. Lo mejor fue el profesor. Un apuesto argentino con pinta de surfero buscador de olas más que de monitor de yoga. Lo primero que hizo fue quitarse la ropa- no toda, casi toda- y luego empezó a decir que cogiéramos un tocho, una cinta y no recuerdo qué más… Yo no le hice caso, más bien porque no sabía a qué material se refería y luego entendí que el tocho debía de ser para lanzarselo a él y que entienda que debe practicar el silencio. Tranquilos, no le lancé nada. Pero el gurú bonaerense no calló, ni un segundo. Con los ojos cerrados, con todas sus extremidades cruzadas en formas indescriptibles, seguía hablando. A la vez indicaba, «cierren los ojos y abran sus chakras, respiren»…

Fui para saber lo que era la iluminación y me dijeron que tenemos «chakras» pequeñas puertas de iluminación por todo nuestro cuerpo. Por unos segundos me sentí totalmente desplazada  porque los otros asistentes parecían relajados y yo era como una pulga molesta que iba abriendo los ojos y mirando al profesor entre pensamientos lujuriosos y de rencor por dar tantas órdenes incomprensibles tan rápido. Creo que hablaba en indio o sánscrito o cualquier lengua muerta o de otra galaxia. Élfico no era, de eso sí estoy segura. Mi rabia era hacia mi madre por haberme parido así, sin conexión, dónde puñetas están mis chakras. Al parecer carezco de esos «enchufes» y por ello no podré iluminarme. ¡Qué desesperación! Cómo voy a tener un 2020 iluminado sino tengo esas puertecillas diminutas en mí. Dicen que el yoga relaja, a mí con solo una clase me ha excitado y me ha puesto de los nervios para todo el 2020. Siempre había pensado que las personas etéreas y elevadas espiritualmente eran gordas, feas y sonrientes. Pero un gurú dicharachero, trasandino y escultural como un David de Michelangelo bien vale una iluminación o dos, si llegara el caso.
Os deseo toda la iluminación posible para este 2020 ya sea eléctrica, la de toda la vida, o a través de esos misteriosos chakras. Yo, si el universo me deja, seguiré con mi vida terrenal aunque prometo asistir a esas clases de yoga por puro interés espiritual y científico, nada más. ¡FELIZ 2020!