domingo, 14 de marzo de 2021

365 lunes

El viernes 13 de marzo de 2020 fue mi día 0. El inicio de un periodo atemporal de 365 lunes que parece empieza a llegar a su ocaso. Vuelve a ser primavera, ahora hay un sabor a atardecer  infinito de color grisáceo. Se percibe un fuerte deseo de que llegue el martes. Un martes aburrido y normal de 24 horas. Quién imaginaba que íbamos a anhelar los días de pocas horas y de muchas actividades que solo nos hacen perder el tiempo. El ir de aquí para allá, aunque sea sin sentido, se ha convertido en un acto de rebeldía. Quién hubiera dicho que perder el tiempo como mejor nos plazca es un derecho fundamental del ser humano.

Foto de Ángeles sentada en un banco


Dicen los Estados  y sus estadísticas, todopoderosas, que vamos a ser mejores personas: más higiénicas, más humildes y más ecológicas. Me cuesta mucho sentirme mejor que hace 365 lunes: mis células han envejecido, mi cuerpo se ha oxidado por la falta de ejercicio físico y mi mente tiene agujetas por exceso de uso.

Todo lo que no hice el día 0 nunca será hecho. Se perdió en alguna dimensión espacio-tiempo que ya no me interesa. Lo curioso es que solo una acción, que no acabé en aquellos momentos de la última semana de siete días, ha vuelto a llamar a mi puerta. Sabía que ocurriría, porque así lo he deseado durante los 365 lunes. He trabajado y trabajo para hacer ese proyecto realidad y toda circunstancia en mi vida que no esté a la altura de ese objetivo, sencillamente me aburre o, se desvanece por el propio fluir de un lunes infinito, normal y corriente.

Siempre habíamos dicho que los lunes eran duros, el día de inicio de todo, vuelta al trabajo: producir, crear y avanzar. Así son los lunes. Y los últimos 365 lunes me han transformado en la columna principal de mi mundo, si yo me quiebro los lunes desaparecen. Sin duda, he jugado en casa, como pez en el agua me siento, porque los lunes siempre han sido mi día favorito y jamás pensé el vivir una vida plena en un lunes de 365 días.

Dicen que hemos vivido una guerra, algo pandémico y global. En mi ejército de vida no hemos tenido bajas, en mi legión de extraños amigos, sí. El bicho se ha cobrado vidas, incontable e innombrable legión de ilusiones quebradas por falta de oxígeno. El martes siguiente nadie las recordará porque solo importará llegar al viernes. Todo por un fin de semana, 48 horas de hacer lo que quieras sabiendo que volverá a ser lunes. Habrá lunes de regreso y lunes de ser un domingo más. Personas que no van a volver a trabajar ni a ser lo que eran, náufragos  de un pasado lejano y certezas de un futuro a la deriva.

365 lunes viviendo como muertos durmientes por miedo a morir. Los números se han vuelto líquidos, se les van los decímales y las unidades de mil por agujeros invisibles. El tic-tac de las agujas del reloj enmudeció y se abrió la dimensión donde habitan los sueños de Dalí. El maestro de los lunes eternos y de los espacios oníricos que dormían tranquilos hasta que el primer lunes de 365 días los despertó. La noche desapareció, todo era día, luz y destellos deslumbrantes aun teniendo los ojos cerrados. Hemos paseado 365 lunes por el cementerio de nuestra propia vida.

Cómo saber mañana, lunes, 15 de marzo de 2021, que será un lunes más o el lunes, 366, de la nueva normalidad. El Estado nos garantiza solo dos semanas de normalidad comparada, mientras nos exige que le entreguemos nuestra lealtad por cuatro años. ¿Cuántos lunes caben en esos cuatro años? Nadie lo sabe. Yo, por si acaso, sigo en modo lunes unas cuantas semanas más y solo intercalaré algún fin de semana entre un miércoles y un jueves, lo que todavía no tiene nombre, propongo llamarlo «miersamingo», dícese del fin de semana que puede ocurrir entre un miércoles a un domingo en la era de los lunes de 365 días. ¡Feliz lunes!

Fuente consultada: ninguna

Fuente de inspiración: Alicia.

 

martes, 16 de febrero de 2021

Persona o ciudadana

Hace unos días, escuchando a un youtuber  hablar sobre sus razones para no votar en las pasadas elecciones, me surgió la necesidad de aclararme con  el concepto de ciudadano. El periodista en cuestión se sentía traicionado y defendía su decisión de no votar como ciudadano libre. En el preciso instante de empezar a teclear mi respuesta a su sentimiento pensé cómo puede ser ningún ciudadano libre alguna vez.

Dentro de cada ciudadano habita, dormida, una persona.


Ciudadano es, en sí misma, una palabra excluyente de libertades, sobre todo de las libertades ajenas. Desde sus orígenes, del latín, es la palabra que define a los habitantes de las ciudades, pero no  a todos, de ahí lo de excluyente, solo a los que tenían derechos. Mujeres, niños, esclavos de todo tipo y extranjeros no entraban en esa condición.

Ciudadana es, en sí misma, una palabra excluyente

Los años fueron pasando se fue preparando un nuevo concepto de ciudadano libre, fraternal e igualitario que la Revolución Francesa enalteció como avance histórico, sin duda lo fue, aunque una vez más se olvidaron de incluir a mujeres, niños y esclavos. Los pocos ciudadanos libres del momento empezaron a votar. Claro está a votarse entre ellos con total libertad y fraternidad. 

Casi doscientos años más tarde, en algún momento de este tortuoso camino de evolución histórica alguien nos ha estafado. Así me siento, porque no veo nada bueno en ser ciudadana. Los políticos o lo que es igual, las monarquías dirigentes*, sean de una lateralidad u otra, son los únicos ciudadanos libres porque no son juzgados, pueden contratar y dar trabajo a sus familias y amigos, el ejército y las fuerzas de seguridad les protegen, tienen recursos sanitarios directos e inmediatos, y dispondrán de retribución económica de por vida. Son libres de casarse entre ellos y compartir cargos públicos…Algo imposible para el resto de ciudadanos, supuestamente igual de libres. 

Los ciudadanos confraternizan y legislan, las personas nacen, crecen y se reproducen

 – si les apetece-

Pido permiso para devolver mi libertad ciudadana, -el pack completo-, hasta que incluya el mismo equipamiento de serie que el de los políticos, altos funcionarios y monarcas. Mientras llega ese momento, decido ser persona, así sin más. Prefiero ser persona que ciudadana porque es algo que eliges y construyes cuando naces  como ser humano. Ser persona es más fácil solo tienes que ser tú, lo que ya es suficiente tarea. Puedes reír, llorar y opinar. A nadie le importa, ni nadie te juzga cuando eres solo una persona más. No necesitas patria, ni estado, solo una tierra  con mar o montaña. A las personas se les recuerda por su aroma, su sonrisa, por su voz. A los ciudadanos se les recuerda en los libros de historia  por lo que escriben otros ciudadanos de ellos. Los ciudadanos son gobernados por el Estado y la patria. Las personas por la familia y los amigos. Los ciudadanos reconocen y normalizan la jerarquía. Las personas reconocen  la diversidad. Las personas son libres desde el minuto cero de su existencia, no necesitan votar para tener libertad. Los ciudadanos solo tienen libertad cuando el Estado decide convocar elecciones. Los ciudadanos confraternizan y legislan, las personas nacen, crecen y se reproducen – si les apetece-. La persona se elige a sí misma, es el grado máximo de libertad poder no ser tú mismo, sin identidad, pero con personalidad. Un ciudadano no tiene personalidad solo identidad. Una persona nace para ser amada. Un ciudadano se crea para ser respetado. Lo más bonito que se le puede decir a otra persona es te quiero. Lo más bonito que se le dice a un ciudadano es llamarlo patriota. Ser persona es un don natural. Ser ciudadano es un derecho civil… Dos mil y pico de años han conseguido crear al esclavo perfecto: aquel que elige, -votando-, a sus amos como acto de libertad.

Ser ciudadano está sobrevalorado, si probáis a ser personas seréis más felices, aunque no votéis.


* Uso el término, «monarquías dirigentes», expresamente porque apenas existen diferencias entre los privilegios de cualquier monarca y los dirigentes de los estados.