Todo mi camino pasado me ha traído hasta este momento, confinada con un
adolescente, un anciano octogenario, una madre que no he soportado nunca y un
gato. Todo se desvanece, el mundo en el que vivía antes ya no existe y me
esfuerzo por mantener mis objetivos, mis rutinas. Pero empiezo a olvidarme del
por qué escribí esos objetivos, por qué tenía esas rutinas, creo que cuestiono
mi propia identidad. Estamos en un momento crítico en este encierro, aquel en
el que no se ve la luz al final del túnel, ni la del principio. Ahora solo hay
oscuridad y yo. Un yo que cada nuevo día me resulta más extraño. ¿Cómo hemos
desarrollado nuestra identidad con tanto ruido? No somos nadie sino nos compartimos, sino nos reconocen los otros.
Pero este viaje a una nueva era no solo nos afecta a nosotros, a nuestro yo
individual. A la vez se desvanecen conceptos de identidad colectiva como patria, nacionalidad, fronteras. No quedan lugares sin
coronavirus, no existen razas privilegiadas ante la hegemonía del Covid-19. El
lado oscuro gana fuerza al mismo ritmo
que crece el miedo, la arma de control más eficaz de todos los tiempos: « Por
miedo te hago patriota, por miedo te militarizo,
por miedo te controlo a dónde vas, por miedo te silencio…» El miedo es la
oscuridad, la nada, hay que alejarse de él para poder mantener nuestra
identidad desnuda e ingenua como cuando nacimos, desnudos de todo y sin documento
alguno de identidad. Nacemos sin nada, vacíos de todo lo malo y ávidos de
llenarnos de un universo maravilloso sin miedo.
En estos días de conspiraciones y de razones sin causa poco importa dónde
nació el bicho, un mal bicho que cuestiona quién vive y quien muere en función
del poder que tienes: los monarcas y políticos no mueren, todos los demás sí.
Se han roto las diferencias entre la identidad del rico y la del pobre, al
virus no se le compra con dinero pero sí con recursos y poder. ¿Quién tiene
poder para hacer test, para tener atención sanitaria correcta, y respiradores?
Hombres y mujeres que ejercen sus puestos elegidos por nosotros, ahora ellos deciden
quien entra en la muerte con silencio y sin etiquetas. Los más afortunados
serán recordados por ser la víctima número x de la pandemia pero y todos los otros que se
asfixiaron hasta llegar a la muerte y se les niega la identidad de ser
reconocidos como víctimas. Tal vez ahora más ciudadanos entiendan lo que
significa ser víctima, que alguien decida agredirte y el sistema lo justifique
y lo normalice. O tal vez no, esta sociedad llega adormecida a esta pandemia, (sedación
moral de una colectividad sin identidad), porque hace ya tiempo que había
normalizado a asesinos. Asesinos que ahora son parte de la oligarquía
selectiva que ofrece a sus seres queridos el poder de respirar, mientras
nosotros, las víctimas, no podemos ofrecer ni memoria a nuestros muertos.
En mi derrumbe imaginario no atisbo a recordar cómo era antes de este
confinamiento, pero tengo una herramienta de construcción personal eficaz:
tener muy claro lo que NO voy a ser después de este virus.
Tienes razon, no vemos ni la luz del final ni la del principio. Y sin punto de referència estamos perdido.
ResponderEliminarBé, tots els dies surt el sol, també quan estem a casa. Haurem de gaudir el moment, tot i que no sempre ens agradi. Keep calm!
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