Escribo desde la
fase 0 de una desescalada que nos debe llevar a una anhelada normalidad. Hoy he
ido al centro de la pequeña ciudad donde vivo y todo parece resurgir. Caminaba
como si fuera una superviviente que viera todo por primera vez. Me he dado
cuenta que sonrío mientras camino a pesar de que la mascarilla que visto no
deja ver mi sonrisa. Siento que la gente sonríe también. Nos alegramos de
vernos aunque no nos conozcamos. ¡Estamos aquí y estamos bien! Qué fácil y
sencillo sentirlo, y a la vez, resulta un gran motivo de celebración.
Percibo una nueva
energía que nos cambiará a todos o tal vez ya nos ha cambiado y por ella nos
sentimos «nuevos». Así es como me siento, nueva, «nueva de mí», a pesar de
que mi físico se ha deteriorado, imagino que el de todos, y no a nivel estético
sino a nivel muscular. Tal vez nuestra mente ha cambiado y con ella nuestra
«alma». Las personas con las que he hablado han sido felices y productivas
durante el confinamiento. Productivas sobre todo con ellas mismas: se han
cuidado más que nunca y han aprendido a disfrutar de todo lo que tienen en
casa. El salir al mundo exterior se ha convertido en una obligación que rompe
esa producción holística de autoservicio y auto beneplácito.
Existe una teoría
en Psicología que llama, «vida provisional», a la que se tiene cuando se pasa un
tiempo en la cárcel, o en un hospital, o en un confinamiento. En mi caso creo
que la vida provisional la llevábamos todos antes de esta pandemia. Una vida
subrogada a los demás, llena de huidas de nosotros mismos. Cuando tienes que
convivir contigo mismo durante más de 50 días, sin fugas efímeras, aprendes a
reconocer que lo que no echas de menos es lo que te deconstruía de más. Nos
hemos desintoxicado de tantas cosas y de tantas personas innecesarias en
nuestras «vidas pre pandemia» que somos «nuevos nosotros».
Siempre había
entendido que se necesita mucho tiempo para construirte y muy poco para
romperte. Hemos tenido tiempo, horas y horas para creer y crear nuevas versiones
de nosotros mismos que deberemos cuidar
en un futuro próximo y no contaminar con viejas costumbres. Recuerda que
derribar lo construido es casi instantáneo.
Por ello el peligro de los que abogan por la incongruente «nueva
normalidad». Quién quiere ser «normal» pudiendo ser extraordinario. Qué
obsesiva costumbre tienen todos los estados con hacer «normales» a sus
ciudadanos. ¡Dejadnos ser extraordinarios! Porque así nacimos.
En mi opinión
personal, si miro históricamente a otras guerras, veo una obsesiva necesidad de
reconstruir lo derrumbado pero no de crear algo nuevo. ¡Derrumbamos y volvemos
a construir! Así un siglo tras otro. Tal vez, por esa razón llegamos a esta
pandemia con los niveles de humanidad tan precarios. De hecho, propongo
extinguir la palabra «humanidad», hacer un encuentro global transgeneracional y
buscar una nueva palabra que nos defina como especie y demuestre nuestro
regreso al reino animal con humildad y agradecimiento y olvidar nuestro propio inframundo humano pasado. Que
las nuevas generaciones no asocien al ser humano con matar y esclavizar como formas de economía global
normalizada.
Cada uno de
nosotros tenemos una oportunidad de reinventarnos de la forma que mejor nos
parezca, no existe una forma de proceder única y estandarizada para
reinventarse, a pesar de que los medios digitales están inundados de nuevas
ideas de autoayuda. Tal vez, esa es la cuestión, ya no vamos a necesitar la
«auto ayuda» en ningún ámbito, porque vamos a ser capaces de ayudar a los demás
aunque sea solo con una sonrisa y un «buenos días» mientras esperamos en
cualquier cola, de las tantas que hay en cada ciudad. No está mal hablar a dos
metros de alguien que no conoces, si lo piensas con detenimiento resulta hasta
poca distancia, las palabras también acarician y nos hacen vibrar. Después de llevar casi tres meses hablando a
un clic de otra persona, dos metros de
distancia real no me parece tanto.
Listos para la
fase 1: Susurrar con la mirada mientras nuestros labios permanezcan ocultos.
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