sábado, 2 de noviembre de 2024

El cáncer se vive

Olvidé que puedo morir

Este relato es la segunda parte de La muerte, el chute de vida más poderoso, el principio de diez meses que me quedé con un grito hacia dentro y una sonrisa por fuera. Olvidé que podía morir, un olvido que es instinto de supervivencia en todo ser humano porque la muerte es algo que ocurre a otros mientras estamos vivos.  El cáncer que me ronda me ha generado muchas sensaciones que me gustaría compartir con la esperanza de haceros pensar en vosotros y desdramatizar la fuerza destructiva que acompaña a esta poderosa palabra: cáncer.


El cáncer es mucho más que una palabra o una enfermedad, es un estigma, una etiqueta que aparece en nuestro expediente médico y marca más a las personas que viven contigo que a uno mismo. El cáncer es silencio y grito a la vez, un grito en una frecuencia que solo se escucha por dentro cuando nadie te mira. Se le vence hablando y mirando a la cara, poniéndole nombre y aceptando la ayuda de personas desconocidas. Alguien me dijo “esto es una oportunidad, acéptalo”. ¿Una oportunidad de qué? Maldije las primeras semanas, o tal vez los primeros meses, “no me viene bien morirme ahora”. 

Cómo siempre en mi vida todo me pasa en momentos mágicos y únicos: Mis dos mejores amigos vivos se morían de cáncer mientras a mí me diagnosticaban el mío. La última canción que le envié a uno de ellos decía que los dos juntos peleábamos contra los huracanes, pero me quedé sola frente a la peor tormenta con la que he lidiado.

¡Spoiler! Esta historia de momento tiene final feliz, tendréis que seguir leyendo para saber que del cáncer se vive, y no digo se sobrevive, es mucho más.

Cáncer y las contradicciones

Una de las características del cáncer son las contradicciones que aparecen en muchos aspectos de este nuevo escenario vital en el que se entra y del que jamás se sale. La contradicción de estar sana y tener cáncer. A penas tres semanas antes de mi primera biopsia me había hecho mi analítica anual rutinaria y todo estaba perfecto. Esta contradicción te produce bastante ira e impotencia, lo que te lleva a formular preguntas que no aportan ninguna respuesta útil como, por ejemplo: ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? Duraron muy poco esas preguntas en mi cabeza porque la respuesta posible me llevaba a una situación hipotética: si no fuera yo podría ser cualquier ser querido en mi familia y ante esa posibilidad, prefiero ser yo la portadora y la que mire a la muerte cara a cara antes que otra persona de mi entorno.

Nunca he dejado de estar sana en estos meses, de cada intervención salía directa para el gimnasio y para la próxima cima. No he sentido ningún tipo de dolor o sensación que me hiciera pensar que la muerte me estaba invadiendo. El único síntoma que me acompañaba era la sensación de cansancio. Cansancio profundo y casi inmovilizante. Afortunadamente, tengo un resorte mental inexplicable que cada vez que me siento cansanda, más me exijo físicamente. En estos últimos meses, observé que no progresaba como solía hacerlo. Maldecía subiendo cimas complejas, fingía que era cosa de la edad, pero sabía que me faltaba el aire de forma extraña. Algo se estaba llevando mi oxígeno. Los médicos y paramédicos me recomendaban, “descansa”. Y yo pensaba, “ya lo haré cuando me muera, este bicho tendrá que esforzarse más que yo para devorarme”. Le llamo, “bicho”, algunos sabéis que soy de poner motes a todo. A mi bicho, mi mal bicho, estoy incluso agradecida y le he dedicado una canción de amor, Por fin de Pablo Alborán. Porque mi bicho me ha enseñado a vivir, me ha hecho mejor persona y no por simpleces como sentirse víctima o empatizar con otras personas enfermas. Algo que no puedo hacer porque nunca me he sentido enferma y no pienso hacerlo. La enfermedad es el verdadero monstruo. El miedo a la enfermedad supera con creces al de morir. La enfermedad la construímos nosotros, pero el cáncer nos elije. El cáncer me ha hecho entender que no soy eterna y que solo transcendemos con los demás. Me ha obligado a aceptar ayuda, a dejarme cuidar, a dejar de ser conductora y ser copiloto. He entendido que quien te quiere desea cuidarte. Este bicho me ha mostrado la fuerza de la bondad de personas desconocidas.

El tamaño no importa, otra contradicción, existen tumores de varios centímetros que se extirpan sin mayor problema, sin embargo, mi bicho medía 2,5 milímetros de radio lo que representa alrededor de 15.6 millones de células intentando perforar mis tejidos, reproducirse y distribuirse por mi corriente sanguíneo. 2,5 milímetros de alta displasia y de la peor calaña posible en lo que a células malignas se refiere. Células insistentemente adheridas a mí que no tenían ninguna intención de abandonar mis tejidos. Los resultados de cada biopsia eran peor que la anterior.

La muerte no es lo peor, parece contradictorio, pero morirse es bastante estresante. Aparecen muchas tareas que hay que hacer, en mi caso, quiero morir sin molestar. Y la muerte nunca llega en un momento conveniente ni para nosotros ni para los nuestros. En la tercera o cuarta biopsia solicité hablar con un médico, parece ridículo, pero todavía no había hablado con ningún profesional médico de forma tranquila. Los médicos actuaban de la mejor manera posible y no había tiempo de hablar.  De aquella conversación salí todavía peor porque sus expectativas fueron nulas: «bueno, será rápido, menos de seis meses y sin posibilidad de quimio. Te recomiendo que informes a tus hijos y que empiecen con los controles porque esto es hereditario». Recordáis el dicho, «todo podría ser peor», pues tal cual.

Morirse es algo que no he llevado mal porque ya he estado en situaciones terminales en alguna otra ocasión. Lo peor es tener que informar a mis hijos. Y lo más complicado no era decirles que yo estaba en una situación médica complicada, sino que ellos también. En ese momento, morirme era lo menos grave. Pensar que mis hijos pueden llevar mi herencia médica me creó gran impotencia y una preocupación infinita. Opté por no hablar, los que me conocéis sabéis que cuando estoy mal no hablo, sonrío y paso de largo, o desaparezco. En esta ocasión no podía desaparecer.

El cáncer y el miedo

«Cáncer» es una palabra muy poderosa. Cuando la situación hizo saltar por los aires mi silencio y tuve que decírselo a mis hijos, a dos familiares y a una amiga, hermana y maestra que hemos compartido muchas cosas. Callé para el resto de humanidad. Era mi cumpleaños, que maravillosa contradicción celebrar la vida y un año más pensando que podría ser el último. La vida juega con nosotros con una extrema ironía. Me manipuló a su antojo e hizo que todas las situaciones de mi vida de proximidad fueran medidas en porciones temporales de seis meses: seis meses para tener mi coche nuevo, seis meses para acabar mi carrera, seis meses para irme de vacaciones. Me reía por dentro cuando estaba con amigos y hacían planes a un año: el año que viene iremos al Mont Blanc, el año que viene volveré a Perú…Qué distancia tan anodina crea el cáncer. Distancias inalcanzables en mi cabeza que a falta de competencias matemáticas no sabía cuándo empezar a contar esos seis meses. La curiosidad infinita que me habita se disparó y generó grandes ideas sobre la realidad espacio-tiempo que por alguna extraña razón me han dado paz. El tiempo tiene algo de orgánico, de químico, por eso no aciertan las fórmulas de cómo viajar en él. Hay que formularse preguntas más allá de la física cuántica y de las matemáticas y contar con factores bioquímicos. El Universo es químico.

El miedo alcanzó a todos los que sabían de mi situación. Y constaté dos tipos de personas en función de su reacción: los que el miedo les hacía callar y alejarse. Y aquellos que se crecían y buscaban soluciones y alternativas sin preguntarme, «¿cómo estás?».

La pregunta que más odio, «¿cómo estás?». No quiero que ninguna relación tenga esa locución como fundamento. Y las personas que el miedo las vence siempre usan esa pregunta para contactar contigo. Ya no te invitan a cenar o a salir, todo gira en torno a «¿cómo estás». No les guardo rencor porque percibí su miedo, su temor a que me ocurriera algo, su inmenso amor hacia mí congelado ante la posibilidad de que se repitiera lo que les había ocurrido a tantos familiares nuestros. Por mi parte, jamás contesto a esa pregunta, (“¿cómo estás?”), construyo una situación alternativa que nos aleja de la visión de la enfermedad terminal. Hacía ironías jocosas y posiblemente sin nada de gracia.

Entre las personas que se crecen y buscan alternativas están mis hijos, por supuesto, su reacción ha sido ejemplar. Su ánimo, su normalidad, no han evitado que sienta que se mueren por dentro ante la incertidumbre de mi diagnóstico. La vida nos ha hecho pasar situaciones terriblemente duras juntos y ahora esto, toda la situación es como una gran putada. Estamos solos los tres, solos ante la vida y ante la muerte. Reconozco que me atormentaba la idea de no llegar a verlos totalmente independizados, junto a personas dignas de amar e incluso con hijos. ¡Cómo me gustaría ser abuela! Serán unos padres y compañeros increíbles.

El miedo me ha inquietado y perturbado, pero jamás me ha dominado en estos últimos meses. No es valentía sino falta de sentido común. Porque sentir miedo es lo normal en situaciones de peligro. Lo que más me ha afectado ha sido en mi trabajo, me costaba concentrarme y yo necesito justamente eso, concentración. Creo, reviso y busco contenido informativo, a veces también académico. El ruido mental que produce la idea de la proximidad irreversible de mi propia muerte es incómodo. Un cosquilleo que me obliga a moverme, a ponerme en pie, a beber agua. A distraerme para no sentir mi temblor mental irrefrenable.

 

El cáncer y la vida. Una situación de muerte inminente es como una cuenta atrás para preparar toda mi vida sin mí. No he leído libros de autoayuda para afrontar la muerte porque la mayoría te invitan a hacer cosas que no has hecho. Tampoco tiene mucho sentido leer contenido de autoayuda si me voy a morir, sobre todo porque tengo títulos esperando a ser leídos. Para mí, aceptar la autoayuda es reconocer que tu vida no te ha llenado. Y en mi caso, mi vida me encanta. He hecho mucho más de lo que la gente sueña en un solo día, he vivido muchas vidas en apenas 54 años de existencia. No quiero cambiar ni un ápice de mi existencia solo pretendo que mi vida pueda seguir sin mí. Y eso afectó a mi familia, a mi trabajo y a nada más, en ese momento.

En los últimos meses, me he esforzado en promover la reunión de amigos y el contacto transversal de muchas personas cercanas, familiares y personas que para mí son más que familia. Necesito saber que estarán los unos para los otros, ahí, siempre. Cualquier excusa es buena para juntarnos y hablar. Eso me ha permitido ver mi vida con la distancia suficiente para saber que «todo estará bien» cuando yo no esté.

Los buenos deseos de los otros curan

La gravedad de un diagnóstico médico se puede medir con precisión según los días que tardan en contactar contigo después de una intervención. En septiembre a penas pasaron diez días desde mi última biopsia, cuando me llamó una doctora con la que no había hablado antes. Le pareció que el “bicho” llevaba demasiado tiempo dentro de mí y que había que hacer algo más agresivo. Me habló de un dispositivo nuevo y que debía dar mi autorización para usarlo y para que estuvieran más personas en mi intervención. Había bastante riesgo porque iban a hacer incisiones más profundas. Acepté sin pensarlo. Y me dijo un día, el 24 de septiembre, y yo respondí: tengo programada una travesía de montaña. Cuando una doctora te escucha y te dice, “ves, ves a la salida. La retrasamos, yo me encargo.” La situación y el tono de la doctora sonaron más a “últimas voluntades” que a ganas de tener un paciente menos en cirugía aquel día. Y se trasladó al día 1 de octubre.

La gravedad de la situación me obligó a tener que hablar con mis compañeros de trabajo y mi amiga, la que también tenía cáncer, y pedirle por segunda vez en mi vida: “reza por mí que yo no sé rezar”. La volvía a necesitar como siete años atrás, aquella vez fue “estoy en el infierno y no se salir, reza por mí”. Y salí llevándome al monstruo por delante. Esta vez ha vuelto a funcionar. 21 días más tarde me volvió a llamar la misma doctora emocionada y sorprendida porque no había células del bicho. Todo hace pensar que estaré bien aunque dentro de seis meses volverán las intervenciones.

A mis compañeros de trabajo les pedí disculpas porque no había estado a la altura de su calidad y profesionalidad: he sido un lastre durante muchas semanas y el embudo en mi propia empresa. Si bien, apliqué la misma estrategia que en mi vida privada: trabajar para que todo funcione sin mí. He creado protocolos de todos los procesos internos, he formado a varias personas en tareas que solo hacía yo. He adecuado aplicaciones para la organización de proyectos según las características de cada persona del equipo…En fin, he hecho lo que debería haber hecho antes de mi diagnóstico: liderar facilitando el trabajo y la progresión de todo el equipo.

Mi caso es un ejemplo de éxito médico contra todo pronóstico y existen factores que creo han influído aunque nunca sabré en qué medida:

La alimentación. El mismo día que fallecía mi amigo y a mi me confirmaban que tenía un cáncer de alta displasia y de origen genético salía para una travesía de alta montaña en la que me encontré con un investigador en biomedicina (y más ámbitos), a mi me faltaba el óxigeno, mi mente estaba totalmente desbordada por la impotencia, mientras subíamos le conté mi diagnóstico pidiéndole que no se lo dijera a nadie. Y lo ha hecho, guardar mi secreto y darme el mejor consejo de mi vida: “deja el azúcar y el gluten, alimentan las células cancerígenas, hay que evitar la metástasis”. Y adiós a casi toda la fruta, pan, helados, chocolate, pasta, arroz…Cambié mi dieta desde ese momento hasta hoy. No ha sido fácil. He sufrido ansiedad por mi adicción a la dopamina que produce la ingesta de azúcar, algo socialmente aceptado y fomentado. Ahora ya me he acostumbrado. Si bien, siempre he llevado una alimentación sana, en estos momentos es otro nivel, se trata de un dogma en mi vida y quien no lo entienda o no lo respete está fuera de mi mundo.

La fuerza de los buenos deseos. Hace pocas semanas recibí uno de los regalos más bonitos y generosos que me han hecho: una meditación creada para mí desde Bali (Indonesia) por una persona con la que jamás he hablado y que ,posiblemente, nunca lo haga. Una meditación guiada de 30 minutos que trabaja un aspecto que es mi mayor debilidad. Una emoción que me resisto a abandonar: la culpa.

Mi organismo, un tablero de ajedrez y el cáncer el bando enemigo

Hace cuarenta años que práctico meditación, para mí no es nada místico sino un ejercicio físico mental. Nada me perturba si yo no lo permito. Por eso afronto mejor la muerte, meditar te acerca a ella con control y una perspectiva de calma. El cáncer te mata sin permiso. Antes de este curioso regalo me esforzaba en llegar al bicho, intentar visualizarlo con la ingenua ilusión de poder eliminarlo, así de fácil. La meditación me guió para entender que no tenía que atacarlo a él, sino hablar con todo mi organismo y ordenarle que actúe, que se active. Se convirtió en un juego mental, mi organismo en un tablero de ajedrez y el cáncer en el bando enemigo. Gracias a leer sobre medicina y visualizar animaciones pude dar forma a las células inmunitarias como soldados a los que cuidar, animar y dirigir con mi intención: “Vamos a trabajar, vamos a por el bicho, que no quede ni rastro”. Intención y determinación durante 30 minutos por la mañana, 30 minutos por la noche. Sesiones que se extendieron a cada vez que respiraba y me invadía un pensamiento negativo.

Estar sano ayuda, también cuando tenemos cáncer

Para ir acabando, si es que hay alguna persona que lea este texto hasta aquí, me gustaría deciros que vale la pena cuidar la alimentación y hacer deporte. Hace unos días, la doctora me volvió a llamar y tuve la oportunidad de preguntarle: ¿por qué me ha elegido a mí para realizar la prueba de este material quirúrgico innovador? Y su respuesta fue: “eres el expediente médico con mejor clínica y eso ofrece más garantías”. Estar sano ayuda, también cuando tenemos cáncer. Y recordad, el cáncer es vida.

¡No dejéis de lado a nadie diagnosticado de cáncer! Animarle a ser positivo y confiar en la medicina, roza la magia alquímica. Recordarle que de esto se vive. Y sobre todo no le preguntéis jamás: “¿Cómo estás?”. Invitarle a un café o a un cine.

El cáncer es un gran maestro, su estrategia de enseñanza te transforma y consigue que cambies hábitos y rutinas sin quejarte: he dejado el azúcar, he aprendido a aceptar ayuda, he sabido cuánto me quieren aquellos que quiero, trabajo de forma más eficaz, entreno mi cuerpo con más fuerza y el sentimiento de culpa se desvanece, aunque todavía no ha desaparecido, sigo aprendiendo…

Enlace a la canción, Por fin, de Pablo Alborán

PS: La medicina preventiva es la medicina que más vidas salva. Si os llega a casa avisos para hacer pruebas en la farmacia o en vuestro centro más cernano. ¡Hacedlas! Y cuidaros, la muerte nos espera a todos pero llegar a ella sanos depende solo de vosotr@s 

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