Hoy he ido a una tienda de los chinos a comprarme una libreta, un euro me
ha costado. Estoy emocionada usando las discretas líneas azules que pautan cada página, así
escribo mejor. Como a todo en mi vida le he puesto un nombre: el diario del
tren. Sí, otro diario más, ya tengo el de la mesita de noche, el de los viajes,
el blog digital, mi revista…
Nadie escribe en el tren, de hecho ya casi nadie lee, pero aquí estoy
incomodando a las miradas furtivas con esta inmensa libreta azul. Creo que los
momentos que paso viajando en tren o en metro bien merecen permanecer guardados
en un espacio único porque en realidad se trata de un ecosistema complejo y
cambiante que se desplaza rápida y sigilosamente entre las vías.
Todo tiene un sentido y una dirección cuando vamos en tren. Puedo reconocer
a las personas según en el vagón que viajan y cómo se mueven por los andenes:
Los viajeros que suben en los primeros vagones son usuarios esporádicos y personalidades
despistadas que desconfían en llegar a tiempo a sus destinos. Los pasajeros más tristes eligen los vagones
del medio, son personas rutinarias que esperan la llegada de su tren sentados,
se levantan en el último segundo y se mueven de forma pausada. Prefieren estar
debajo del techado de la estación. Yo soy de los viajeros que elegimos los vagones
de cola: sabemos a dónde vamos, no es casualidad, elegimos los vagones traseros
según la puerta de salida que tomaremos en el andén que nos bajaremos. Somos
pasajeros en tránsito, nos esperan kilómetros de vías hasta nuestro destino
final.
Otro detalle importante es la línea de tren por la que entras a la gran ciudad.
Yo pertenezco a la línea R2 de cercanías, la de las playas del Sur de Barcelona,
es una línea amable, de gente guapa y morena todo el año, personas de mediana
edad y muchos descendientes de centro
europeos. Es una línea silenciosa y multirracial, los viajeros parecen en paz
consigo mismos. Cuando entro en mi vagón elegido me siento en los bancos del
principio, los pasajeros suelen hacer como en los cines, ocupan las filas del
medio. Mi elección implica ir hacia
atrás y de cara al resto de pasajeros. Pero me gusta la sensación en mi
estómago de avanzar hacia atrás. Me deleito mirando a cada uno de los
pasajeros. He aprendido que las personas se incomodan si haces cosas extrañas
como sonreír o llorar sin llevar auriculares. Porque llevar auriculares es un
pase mágico que te permite gesticular, reír o hasta tararear canciones sin que
nadie te mire mal. Por esta razón, ahora
viajo disfrazada de viajera de cercanías corriente, me he puesto auriculares,
lo que la gente no sabe es que no escucho nada, así paso desapercibida y tengo
total libertad para mirar y escuchar sin ser descubierta.
La línea R2 casi siempre llega a Barcelona por el andén 13 de la Estació de
Sants, es una estación importante y el vagón se vacía y se llena otra vez de
pasajeros que no tienen nada que ver con los que estamos dentro. La mezcla y posibilidades de personas es casi
infinita. Todo empieza a tomar otro ritmo, ya no estamos en las afueras, avanzamos de forma trepidante por el centro de la ciudad a unos cuantos metros bajo tierra.
La próxima parada es la mía, no me levanto hasta el último momento, de
hecho casi siempre debo salir corriendo al andén pero me resulta sencillo
avanzar porque estoy prácticamente delante del pasillo por el que tendré que
caminar durante más de diez minutos hasta mi próximo tren que será un
metro. Los ritmos, los viajeros, y los habitantes del metro no tienen nada que
ver con los de una línea de extrarradio, os lo explicaré en otro viaje.
Curiosa reflexión! El transporte público, aeropuertos, estaciones, son una fuente inagotable de inspiración. Miles de personas anónimas que se transforman en personajes y vidas inventadas que alimentan nuestra imaginación.
ResponderEliminarA mi también me gusta leer, escribir y sobre todo, observar mi entorno cuando viajo.
Un abrazo