martes, 3 de diciembre de 2019

¡Ya es diciembre!


Y diciembre llegó, así  de repente…

Parece que era ayer cuando le decía a 2018, « ¡Adiós espero no volverte a encontrar en la vida!». Aunque 2018 fue menos malo que el anterior, menos malo no es sinónimo de mejor. Se puede considerar que estoy en un progreso correcto, como diría un maestro de escuela. Evitaremos las comparaciones y las calificaciones numéricas. Pero lo mejor es llegar al final del año con la sensación que ha durado una semana y no cincuenta y dos. Voló el tiempo y yo con él. ¡Ha sido y todavía es tan intenso!, hay tanto en juego en las próximas semanas que creo que este mes va a  parecerme un año entero.

Por aquí camino feliz, sobrepasada, como siempre, por mi día a día. Dicen que conforme te haces mayor debes reducir tus expectativas, sin embargo yo he aumentado exponencialmente las mías y de momento las cumplo. El precio es no rendirse nunca, elegir bien quien camina contigo y la persona que no siga tu ritmo, apartarla. He apartado a mucha gente de mí, otra vez. Ya es un hábito. Y cada persona que descarto me duele menos porque lo justifico más. Pero no es culpa mía. Ni de nadie. La culpa de todo es de la tecnología, sí, porque nos ha enseñado lo fácil que es bloquear a una persona. ¡Y lo eficaz que resulta! Fácil y eficaz, la fórmula del éxito.


Pautas nada científicas para gestionar la ansiedad

Nos seleccionamos los unos a  los otros constantemente. Eso nos genera ansiedad, vivimos en un estado de ansiedad permanente. Antes de la era de la conectividad, las personas conectaban entre ellas. Ahora la angustia y el estrés nos devora por dentro, al otro lado del Whatsapp, en soledad, sin que nadie lo sepa. Te propongo remedios para gestionar esa angustia:

  • Levántate y haz todo lo que no deberías de hacer: se maleducada, di lo que sientes aunque no lo pienses demasiado.
  •  Si un proyecto es de futuro, pues déjalo ahí, no pienses hoy en él. No te anticipes.
  • Cuando tengas mucho trabajo, es el momento de parar, respirar y dormir. Rendirás mucho mejor.
  • Cuando no sepas qué hacer sobre algún problema, no hagas nada. Décide mañana. El tiempo es tu mejor aliado. 
  • Cuando no sepas qué decir, no inventes. Practica el silencio  


Si hago memoria de lo hecho este año hay algo que marca la diferencia, he practicado el silencio. Sí, de pronto sentí silencio, algo difícil de explicar, silencio ante personas que solía querer. Silencio ante situaciones que solía discutir. Silencio ante situaciones por las que solía gritar. Y es una herramienta poderosa. ¡Mágica! Se cambian cosas con el silencio, aprendí de la peor manera posible que el silencio mata, por eso grité, para sentirme viva,  pero ahora el silencio me ha transformado. Sobre todo porque te permite escucharte a ti misma, y a las personas que te rodean, lo que llegan a hablar para no decir nada. Mi débil garganta me lo ha agradecido. He cambiado las palabras por una sonrisa. La gente no entiende porqué sonrío, incluso cuando camino sola y no digo nada. Pero estoy tan a gustito así en silencio, conmigo misma.

El silencio te permite escuchar. Escucharlo todo. Personas que se cruzan con nosotros, conferencias, charlas, vídeos, audiolibros, música, música y más música. Y cuando se acabó el ruido pude escucharme a mí misma. Desde la calma, mi palabra volvió a salir, cambiándolo todo. Sin gritar, sin forzar, solo palabras escuchadas y entendidas y poco a poco recuperé mi poder: hacer realidad lo que sueño. Me había olvidado de soñar, porque vivir tanto tiempo en una pesadilla  hace olvidarte de saber distinguir entre cuando duermes y cuando estás despierta. Pero el verdadero sueño es el que vivimos cuando no dormimos. Y no al revés.

 En resumen, ha sido un año intenso y todavía promete más y mejor. Prometo  dejar todo atrás: mis cuarenta y nueve años se quedan en el suelo como una piel muerta que  se ha quedado estrecha.


Todo puede pasar en mi nueva vida, con mi nueva piel. Eso me excita y me provoca. Sigo sola pero no estoy en soledad, lo que es una gran diferencia. De momento esquivo sutilmente a D. Cupido pero  sigo jugando solo durante 90 minutos (*) con personas a las que dejo en el mismo lugar donde las encontré, sin decir palabra. Allí se quedan con sus circunstancias, porque no me interesan las circunstancias ajenas. Así todo es mucho más intenso, 90 minutos de los que mi mejor amigo- mi teléfono inteligente- me despierta a golpe de alarma que me devuelve a mi sueño, a mi cielo con nubes de colores y unicornios voladores. Allí dejo mi recuerdo, mi silencio, y mi lado más tierno. Así construyo una dimensión desconocida de imposible acceso. Sin códigos ni llaves. Creo que vivo algo parecido a la libertad, mi palabra favorita. El nirvana prometido por todos los gurús. La libertad es un estado sin banderas ni idiomas, no hay espacio delimitador porque la libertad se vive en silencio, y cada día cuando me despierto y digo « te quiero» a mi gato Simón, mis sueños calientan motores y empiezan a construirse. ¡Feliz mes de diciembre!

(*) La ley de los 90 minutos. Funciona, no sé si me atreveré a contar cómo la escribí hace 4 años atrás. Los seres humanos somos capaces de morir por textos constitucionales escritos por extraños, pero nunca escribimos nuestros propios textos constitutivos, inviolables aunque actualizables con el tiempo. ¡Pensar en ello!


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