Olvidé que puedo morir
Este relato es la segunda parte
de La muerte, el chute de vida más poderoso, el
principio de diez meses que me quedé con un grito hacia dentro y una sonrisa
por fuera. Olvidé que podía morir, un olvido que es instinto de supervivencia
en todo ser humano porque la muerte es algo que ocurre a otros mientras estamos
vivos. El cáncer que me ronda me ha
generado muchas sensaciones que me gustaría compartir con la esperanza de
haceros pensar en vosotros y desdramatizar la fuerza destructiva que acompaña a
esta poderosa palabra: cáncer.
El cáncer es mucho más que una palabra o una enfermedad, es un estigma, una etiqueta que aparece en nuestro expediente médico y marca más a las personas que viven contigo que a uno mismo. El cáncer es silencio y grito a la vez, un grito en una frecuencia que solo se escucha por dentro cuando nadie te mira. Se le vence hablando y mirando a la cara, poniéndole nombre y aceptando la ayuda de personas desconocidas. Alguien me dijo “esto es una oportunidad, acéptalo”. ¿Una oportunidad de qué? Maldije las primeras semanas, o tal vez los primeros meses, “no me viene bien morirme ahora”.
Cómo siempre en mi vida todo me
pasa en momentos mágicos y únicos: Mis dos mejores amigos vivos se morían de
cáncer mientras a mí me diagnosticaban el mío. La última canción que le envié a
uno de ellos decía que los dos juntos peleábamos contra los huracanes, pero me
quedé sola frente a la peor tormenta con la que he lidiado.
¡Spoiler! Esta historia de
momento tiene final feliz, tendréis que seguir leyendo para saber que del
cáncer se vive, y no digo se sobrevive, es mucho más.
Cáncer y las contradicciones
Una de las características del
cáncer son las contradicciones que aparecen en muchos aspectos de este nuevo
escenario vital en el que se entra y del que jamás se sale. La contradicción de estar sana y tener
cáncer. A penas tres semanas antes de mi primera biopsia me había hecho mi
analítica anual rutinaria y todo estaba perfecto. Esta contradicción te produce
bastante ira e impotencia, lo que te lleva a formular preguntas que no aportan
ninguna respuesta útil como, por ejemplo: ¿Por
qué a mí? ¿Por qué yo? Duraron muy poco esas preguntas en mi cabeza porque
la respuesta posible me llevaba a una situación hipotética: si no fuera yo
podría ser cualquier ser querido en mi familia y ante esa posibilidad, prefiero
ser yo la portadora y la que mire a la muerte cara a cara antes que otra
persona de mi entorno.
Nunca he dejado de estar sana en
estos meses, de cada intervención salía directa para el gimnasio y para la
próxima cima. No he sentido ningún tipo de dolor o sensación que me hiciera
pensar que la muerte me estaba invadiendo. El único síntoma que me acompañaba
era la sensación de cansancio. Cansancio profundo y casi inmovilizante.
Afortunadamente, tengo un resorte mental inexplicable que cada vez que me
siento cansanda, más me exijo físicamente. En estos últimos meses, observé que
no progresaba como solía hacerlo. Maldecía subiendo cimas complejas, fingía que
era cosa de la edad, pero sabía que me faltaba el aire de forma extraña. Algo
se estaba llevando mi oxígeno. Los médicos y paramédicos me recomendaban, “descansa”. Y yo pensaba, “ya lo haré cuando me muera, este bicho
tendrá que esforzarse más que yo para devorarme”. Le llamo, “bicho”, algunos sabéis que soy de poner
motes a todo. A mi bicho, mi mal bicho, estoy incluso agradecida y le
he dedicado una canción de amor, Por fin de Pablo
Alborán. Porque mi bicho me ha
enseñado a vivir, me ha hecho mejor persona y no por simpleces como sentirse
víctima o empatizar con otras personas enfermas. Algo que no puedo hacer porque
nunca me he sentido enferma y no pienso hacerlo. La enfermedad es el verdadero
monstruo. El miedo a la enfermedad supera con creces al de morir. La enfermedad
la construímos nosotros, pero el cáncer nos elije. El cáncer me ha hecho
entender que no soy eterna y que solo transcendemos con los demás. Me ha
obligado a aceptar ayuda, a dejarme cuidar, a dejar de ser conductora y ser copiloto.
He entendido que quien te quiere desea cuidarte. Este bicho me ha mostrado la
fuerza de la bondad de personas desconocidas.
El tamaño no importa, otra contradicción, existen tumores de varios
centímetros que se extirpan sin mayor problema, sin embargo, mi bicho medía 2,5
milímetros de radio lo que representa alrededor de 15.6 millones de células
intentando perforar mis tejidos, reproducirse y distribuirse por mi corriente
sanguíneo. 2,5 milímetros de alta displasia y de la peor calaña posible en lo
que a células malignas se refiere. Células insistentemente adheridas a mí que
no tenían ninguna intención de abandonar mis tejidos. Los resultados de cada
biopsia eran peor que la anterior.
La muerte no es lo peor, parece contradictorio, pero morirse es
bastante estresante. Aparecen muchas tareas que hay que hacer, en mi caso,
quiero morir sin molestar. Y la muerte nunca llega en un momento conveniente ni
para nosotros ni para los nuestros. En la tercera o cuarta biopsia solicité
hablar con un médico, parece ridículo, pero todavía no había hablado con ningún
profesional médico de forma tranquila. Los médicos actuaban de la mejor manera
posible y no había tiempo de hablar. De
aquella conversación salí todavía peor porque sus expectativas fueron nulas: «bueno, será rápido, menos de seis meses y
sin posibilidad de quimio. Te recomiendo que informes a tus hijos y que
empiecen con los controles porque esto es hereditario». Recordáis el dicho,
«todo podría ser peor», pues tal
cual.
Morirse es algo que no he llevado
mal porque ya he estado en situaciones terminales en alguna otra ocasión. Lo
peor es tener que informar a mis hijos. Y lo más complicado no era decirles que
yo estaba en una situación médica complicada, sino que ellos también. En ese
momento, morirme era lo menos grave. Pensar que mis hijos pueden llevar mi
herencia médica me creó gran impotencia y una preocupación infinita. Opté por
no hablar, los que me conocéis sabéis que cuando estoy mal no hablo, sonrío y
paso de largo, o desaparezco. En esta ocasión no podía desaparecer.
El cáncer y el miedo
«Cáncer» es una palabra muy
poderosa. Cuando la situación hizo saltar por los aires mi silencio y tuve que
decírselo a mis hijos, a dos familiares y a una amiga, hermana y maestra que
hemos compartido muchas cosas. Callé para el resto de humanidad. Era mi
cumpleaños, que maravillosa contradicción celebrar la vida y un año más
pensando que podría ser el último. La vida juega con nosotros con una extrema
ironía. Me manipuló a su antojo e hizo que todas las situaciones de mi vida de
proximidad fueran medidas en porciones temporales de seis meses: seis meses
para tener mi coche nuevo, seis meses para acabar mi carrera, seis meses para
irme de vacaciones. Me reía por dentro cuando estaba con amigos y hacían planes
a un año: el año que viene iremos al Mont Blanc, el año que viene volveré a
Perú…Qué distancia tan anodina crea el cáncer. Distancias inalcanzables en mi
cabeza que a falta de competencias matemáticas no sabía cuándo empezar a contar
esos seis meses. La curiosidad infinita que me habita se disparó y generó
grandes ideas sobre la realidad espacio-tiempo que por alguna extraña razón me
han dado paz. El tiempo tiene algo de orgánico, de químico, por eso no aciertan
las fórmulas de cómo viajar en él. Hay que formularse preguntas más allá de la
física cuántica y de las matemáticas y contar con factores bioquímicos. El
Universo es químico.
El miedo alcanzó a todos los que
sabían de mi situación. Y constaté dos tipos de personas en función de su
reacción: los que el miedo les hacía callar y alejarse. Y aquellos que se
crecían y buscaban soluciones y alternativas sin preguntarme, «¿cómo estás?».
La pregunta que más odio, «¿cómo estás?». No quiero que ninguna
relación tenga esa locución como fundamento. Y las personas que el miedo las
vence siempre usan esa pregunta para contactar contigo. Ya no te invitan a
cenar o a salir, todo gira en torno a «¿cómo estás». No les guardo rencor porque
percibí su miedo, su temor a que me ocurriera algo, su inmenso amor hacia mí
congelado ante la posibilidad de que se repitiera lo que les había ocurrido a
tantos familiares nuestros. Por mi parte, jamás contesto a esa pregunta,
(“¿cómo estás?”), construyo una situación alternativa que nos aleja de la
visión de la enfermedad terminal. Hacía ironías jocosas y posiblemente sin nada
de gracia.
Entre las personas que se crecen
y buscan alternativas están mis hijos, por supuesto, su reacción ha sido
ejemplar. Su ánimo, su normalidad, no han evitado que sienta que se mueren por
dentro ante la incertidumbre de mi diagnóstico. La vida nos ha hecho pasar
situaciones terriblemente duras juntos y ahora esto, toda la situación es como
una gran putada. Estamos solos los tres, solos ante la vida y ante la muerte.
Reconozco que me atormentaba la idea de no llegar a verlos totalmente
independizados, junto a personas dignas de amar e incluso con hijos. ¡Cómo me
gustaría ser abuela! Serán unos padres y compañeros increíbles.
El miedo me ha inquietado y
perturbado, pero jamás me ha dominado en estos últimos meses. No es valentía
sino falta de sentido común. Porque sentir miedo es lo normal en situaciones de
peligro. Lo que más me ha afectado ha sido en mi trabajo, me costaba concentrarme
y yo necesito justamente eso, concentración. Creo, reviso y busco contenido
informativo, a veces también académico. El ruido mental que produce la idea de
la proximidad irreversible de mi propia muerte es incómodo. Un cosquilleo que
me obliga a moverme, a ponerme en pie, a beber agua. A distraerme para no
sentir mi temblor mental irrefrenable.
El cáncer y la vida. Una situación de muerte inminente es como una
cuenta atrás para preparar toda mi vida sin mí. No he leído libros de autoayuda
para afrontar la muerte porque la mayoría te invitan a hacer cosas que no has
hecho. Tampoco tiene mucho sentido leer contenido de autoayuda si me voy a
morir, sobre todo porque tengo títulos esperando a ser leídos. Para mí, aceptar
la autoayuda es reconocer que tu vida no te ha llenado. Y en mi caso, mi vida
me encanta. He hecho mucho más de lo que la gente sueña en un solo día, he
vivido muchas vidas en apenas 54 años de existencia. No quiero cambiar ni un
ápice de mi existencia solo pretendo que mi vida pueda seguir sin mí. Y eso
afectó a mi familia, a mi trabajo y a nada más, en ese momento.
En los últimos meses, me he
esforzado en promover la reunión de amigos y el contacto transversal de muchas
personas cercanas, familiares y personas que para mí son más que familia.
Necesito saber que estarán los unos para los otros, ahí, siempre. Cualquier
excusa es buena para juntarnos y hablar. Eso me ha permitido ver mi vida con la
distancia suficiente para saber que «todo estará bien» cuando yo no esté.
Los buenos deseos de los otros curan
La gravedad de un diagnóstico
médico se puede medir con precisión según los días que tardan en contactar
contigo después de una intervención. En septiembre a penas pasaron diez días
desde mi última biopsia, cuando me llamó una doctora con la que no había
hablado antes. Le pareció que el “bicho”
llevaba demasiado tiempo dentro de mí y que había que hacer algo más agresivo.
Me habló de un dispositivo nuevo y que debía dar mi autorización para usarlo y
para que estuvieran más personas en mi intervención. Había bastante riesgo
porque iban a hacer incisiones más profundas. Acepté sin pensarlo. Y me dijo un
día, el 24 de septiembre, y yo respondí: tengo
programada una travesía de montaña. Cuando una doctora te escucha y te
dice, “ves, ves a la salida. La
retrasamos, yo me encargo.” La situación y el tono de la doctora sonaron
más a “últimas voluntades” que a ganas de tener un paciente menos en cirugía
aquel día. Y se trasladó al día 1 de octubre.
La gravedad de la situación me
obligó a tener que hablar con mis compañeros de trabajo y mi amiga, la que
también tenía cáncer, y pedirle por segunda vez en mi vida: “reza por mí que yo no sé rezar”. La
volvía a necesitar como siete años atrás, aquella vez fue “estoy en el infierno y no se salir, reza por mí”. Y salí
llevándome al monstruo por delante. Esta vez ha vuelto a funcionar. 21 días más
tarde me volvió a llamar la misma doctora emocionada y sorprendida porque no había células del bicho. Todo hace pensar que estaré bien aunque dentro de seis
meses volverán las intervenciones.
A mis compañeros de trabajo les pedí disculpas
porque no había estado a la altura de su calidad y profesionalidad: he sido un
lastre durante muchas semanas y el embudo en mi propia empresa. Si bien, apliqué
la misma estrategia que en mi vida privada: trabajar para que todo funcione sin
mí. He creado protocolos de todos los procesos internos, he formado a varias
personas en tareas que solo hacía yo. He adecuado aplicaciones para la
organización de proyectos según las características de cada persona del equipo…En
fin, he hecho lo que debería haber hecho antes de mi diagnóstico: liderar
facilitando el trabajo y la progresión de todo el equipo.
Mi caso es un ejemplo de éxito
médico contra todo pronóstico y existen factores que creo han influído aunque
nunca sabré en qué medida:
La alimentación. El mismo día que fallecía mi amigo y a mi me
confirmaban que tenía un cáncer de alta displasia y de origen genético salía
para una travesía de alta montaña en la que me encontré con un investigador en
biomedicina (y más ámbitos), a mi me faltaba el óxigeno, mi mente estaba
totalmente desbordada por la impotencia, mientras subíamos le conté mi
diagnóstico pidiéndole que no se lo dijera a nadie. Y lo ha hecho, guardar mi
secreto y darme el mejor consejo de mi vida: “deja el azúcar y el gluten, alimentan las células cancerígenas, hay que
evitar la metástasis”. Y adiós a casi toda la fruta, pan, helados,
chocolate, pasta, arroz…Cambié mi dieta desde ese momento hasta hoy. No ha sido
fácil. He sufrido ansiedad por mi adicción a la dopamina que produce la
ingesta de azúcar, algo socialmente aceptado y fomentado. Ahora ya me he
acostumbrado. Si bien, siempre he llevado una alimentación sana, en estos
momentos es otro nivel, se trata de un dogma en mi vida y quien no lo entienda
o no lo respete está fuera de mi mundo.
La fuerza de los buenos deseos. Hace pocas semanas recibí uno de
los regalos más bonitos y generosos que me han hecho: una meditación creada
para mí desde Bali (Indonesia) por una persona con la que jamás he hablado y
que ,posiblemente, nunca lo haga. Una meditación guiada de 30 minutos que
trabaja un aspecto que es mi mayor debilidad. Una emoción que me resisto a
abandonar: la culpa.
Mi organismo, un tablero de ajedrez y el cáncer el bando enemigo
Hace cuarenta años que práctico
meditación, para mí no es nada místico sino un ejercicio físico mental. Nada me
perturba si yo no lo permito. Por eso afronto mejor la muerte, meditar te
acerca a ella con control y una perspectiva de calma. El cáncer te mata sin
permiso. Antes de este curioso regalo me esforzaba en llegar al bicho, intentar
visualizarlo con la ingenua ilusión de poder eliminarlo, así de fácil. La
meditación me guió para entender que no tenía que atacarlo a él, sino hablar
con todo mi organismo y ordenarle que actúe, que se active. Se convirtió en un
juego mental, mi organismo en un tablero de ajedrez y el cáncer en el bando
enemigo. Gracias a leer sobre medicina y visualizar animaciones pude dar forma
a las células inmunitarias como soldados a los que cuidar, animar y dirigir con
mi intención: “Vamos a trabajar, vamos a por el bicho, que no quede ni rastro”.
Intención y determinación durante 30 minutos por la mañana, 30 minutos por la
noche. Sesiones que se extendieron a cada vez que respiraba y me invadía un
pensamiento negativo.
Estar sano ayuda, también cuando tenemos cáncer
Para ir acabando, si es que hay
alguna persona que lea este texto hasta aquí, me gustaría deciros que sí vale
la pena cuidar la alimentación y hacer deporte. Hace unos días, la doctora me
volvió a llamar y tuve la oportunidad de preguntarle: ¿por qué me ha elegido a
mí para realizar la prueba de este material quirúrgico innovador? Y su
respuesta fue: “eres el expediente médico
con mejor clínica y eso ofrece más garantías”. Estar sano ayuda, también
cuando tenemos cáncer. Y recordad, el cáncer es vida.
¡No dejéis de lado a nadie diagnosticado
de cáncer! Animarle a ser positivo y confiar en la medicina, roza la magia
alquímica. Recordarle que de esto se vive. Y sobre todo no le preguntéis jamás:
“¿Cómo estás?”. Invitarle a un café o a un cine.
El cáncer es un gran maestro, su
estrategia de enseñanza te transforma y consigue que cambies hábitos y rutinas
sin quejarte: he dejado el azúcar, he aprendido a aceptar ayuda, he sabido
cuánto me quieren aquellos que quiero, trabajo de forma más eficaz, entreno mi
cuerpo con más fuerza y el sentimiento de culpa se desvanece, aunque todavía no
ha desaparecido, sigo aprendiendo…
Enlace a la canción, Por fin, de Pablo
Alborán
PS: La medicina preventiva es la medicina que más vidas salva. Si os llega a casa avisos para hacer pruebas en la farmacia o en vuestro centro más cernano. ¡Hacedlas! Y cuidaros, la muerte nos espera a todos pero llegar a ella sanos depende solo de vosotr@s