sábado, 2 de noviembre de 2024

El cáncer se vive

Olvidé que puedo morir

Este relato es la segunda parte de La muerte, el chute de vida más poderoso, el principio de diez meses que me quedé con un grito hacia dentro y una sonrisa por fuera. Olvidé que podía morir, un olvido que es instinto de supervivencia en todo ser humano porque la muerte es algo que ocurre a otros mientras estamos vivos.  El cáncer que me ronda me ha generado muchas sensaciones que me gustaría compartir con la esperanza de haceros pensar en vosotros y desdramatizar la fuerza destructiva que acompaña a esta poderosa palabra: cáncer.


El cáncer es mucho más que una palabra o una enfermedad, es un estigma, una etiqueta que aparece en nuestro expediente médico y marca más a las personas que viven contigo que a uno mismo. El cáncer es silencio y grito a la vez, un grito en una frecuencia que solo se escucha por dentro cuando nadie te mira. Se le vence hablando y mirando a la cara, poniéndole nombre y aceptando la ayuda de personas desconocidas. Alguien me dijo “esto es una oportunidad, acéptalo”. ¿Una oportunidad de qué? Maldije las primeras semanas, o tal vez los primeros meses, “no me viene bien morirme ahora”. 

Cómo siempre en mi vida todo me pasa en momentos mágicos y únicos: Mis dos mejores amigos vivos se morían de cáncer mientras a mí me diagnosticaban el mío. La última canción que le envié a uno de ellos decía que los dos juntos peleábamos contra los huracanes, pero me quedé sola frente a la peor tormenta con la que he lidiado.

¡Spoiler! Esta historia de momento tiene final feliz, tendréis que seguir leyendo para saber que del cáncer se vive, y no digo se sobrevive, es mucho más.

Cáncer y las contradicciones

Una de las características del cáncer son las contradicciones que aparecen en muchos aspectos de este nuevo escenario vital en el que se entra y del que jamás se sale. La contradicción de estar sana y tener cáncer. A penas tres semanas antes de mi primera biopsia me había hecho mi analítica anual rutinaria y todo estaba perfecto. Esta contradicción te produce bastante ira e impotencia, lo que te lleva a formular preguntas que no aportan ninguna respuesta útil como, por ejemplo: ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? Duraron muy poco esas preguntas en mi cabeza porque la respuesta posible me llevaba a una situación hipotética: si no fuera yo podría ser cualquier ser querido en mi familia y ante esa posibilidad, prefiero ser yo la portadora y la que mire a la muerte cara a cara antes que otra persona de mi entorno.

Nunca he dejado de estar sana en estos meses, de cada intervención salía directa para el gimnasio y para la próxima cima. No he sentido ningún tipo de dolor o sensación que me hiciera pensar que la muerte me estaba invadiendo. El único síntoma que me acompañaba era la sensación de cansancio. Cansancio profundo y casi inmovilizante. Afortunadamente, tengo un resorte mental inexplicable que cada vez que me siento cansanda, más me exijo físicamente. En estos últimos meses, observé que no progresaba como solía hacerlo. Maldecía subiendo cimas complejas, fingía que era cosa de la edad, pero sabía que me faltaba el aire de forma extraña. Algo se estaba llevando mi oxígeno. Los médicos y paramédicos me recomendaban, “descansa”. Y yo pensaba, “ya lo haré cuando me muera, este bicho tendrá que esforzarse más que yo para devorarme”. Le llamo, “bicho”, algunos sabéis que soy de poner motes a todo. A mi bicho, mi mal bicho, estoy incluso agradecida y le he dedicado una canción de amor, Por fin de Pablo Alborán. Porque mi bicho me ha enseñado a vivir, me ha hecho mejor persona y no por simpleces como sentirse víctima o empatizar con otras personas enfermas. Algo que no puedo hacer porque nunca me he sentido enferma y no pienso hacerlo. La enfermedad es el verdadero monstruo. El miedo a la enfermedad supera con creces al de morir. La enfermedad la construímos nosotros, pero el cáncer nos elije. El cáncer me ha hecho entender que no soy eterna y que solo transcendemos con los demás. Me ha obligado a aceptar ayuda, a dejarme cuidar, a dejar de ser conductora y ser copiloto. He entendido que quien te quiere desea cuidarte. Este bicho me ha mostrado la fuerza de la bondad de personas desconocidas.

El tamaño no importa, otra contradicción, existen tumores de varios centímetros que se extirpan sin mayor problema, sin embargo, mi bicho medía 2,5 milímetros de radio lo que representa alrededor de 15.6 millones de células intentando perforar mis tejidos, reproducirse y distribuirse por mi corriente sanguíneo. 2,5 milímetros de alta displasia y de la peor calaña posible en lo que a células malignas se refiere. Células insistentemente adheridas a mí que no tenían ninguna intención de abandonar mis tejidos. Los resultados de cada biopsia eran peor que la anterior.

La muerte no es lo peor, parece contradictorio, pero morirse es bastante estresante. Aparecen muchas tareas que hay que hacer, en mi caso, quiero morir sin molestar. Y la muerte nunca llega en un momento conveniente ni para nosotros ni para los nuestros. En la tercera o cuarta biopsia solicité hablar con un médico, parece ridículo, pero todavía no había hablado con ningún profesional médico de forma tranquila. Los médicos actuaban de la mejor manera posible y no había tiempo de hablar.  De aquella conversación salí todavía peor porque sus expectativas fueron nulas: «bueno, será rápido, menos de seis meses y sin posibilidad de quimio. Te recomiendo que informes a tus hijos y que empiecen con los controles porque esto es hereditario». Recordáis el dicho, «todo podría ser peor», pues tal cual.

Morirse es algo que no he llevado mal porque ya he estado en situaciones terminales en alguna otra ocasión. Lo peor es tener que informar a mis hijos. Y lo más complicado no era decirles que yo estaba en una situación médica complicada, sino que ellos también. En ese momento, morirme era lo menos grave. Pensar que mis hijos pueden llevar mi herencia médica me creó gran impotencia y una preocupación infinita. Opté por no hablar, los que me conocéis sabéis que cuando estoy mal no hablo, sonrío y paso de largo, o desaparezco. En esta ocasión no podía desaparecer.

El cáncer y el miedo

«Cáncer» es una palabra muy poderosa. Cuando la situación hizo saltar por los aires mi silencio y tuve que decírselo a mis hijos, a dos familiares y a una amiga, hermana y maestra que hemos compartido muchas cosas. Callé para el resto de humanidad. Era mi cumpleaños, que maravillosa contradicción celebrar la vida y un año más pensando que podría ser el último. La vida juega con nosotros con una extrema ironía. Me manipuló a su antojo e hizo que todas las situaciones de mi vida de proximidad fueran medidas en porciones temporales de seis meses: seis meses para tener mi coche nuevo, seis meses para acabar mi carrera, seis meses para irme de vacaciones. Me reía por dentro cuando estaba con amigos y hacían planes a un año: el año que viene iremos al Mont Blanc, el año que viene volveré a Perú…Qué distancia tan anodina crea el cáncer. Distancias inalcanzables en mi cabeza que a falta de competencias matemáticas no sabía cuándo empezar a contar esos seis meses. La curiosidad infinita que me habita se disparó y generó grandes ideas sobre la realidad espacio-tiempo que por alguna extraña razón me han dado paz. El tiempo tiene algo de orgánico, de químico, por eso no aciertan las fórmulas de cómo viajar en él. Hay que formularse preguntas más allá de la física cuántica y de las matemáticas y contar con factores bioquímicos. El Universo es químico.

El miedo alcanzó a todos los que sabían de mi situación. Y constaté dos tipos de personas en función de su reacción: los que el miedo les hacía callar y alejarse. Y aquellos que se crecían y buscaban soluciones y alternativas sin preguntarme, «¿cómo estás?».

La pregunta que más odio, «¿cómo estás?». No quiero que ninguna relación tenga esa locución como fundamento. Y las personas que el miedo las vence siempre usan esa pregunta para contactar contigo. Ya no te invitan a cenar o a salir, todo gira en torno a «¿cómo estás». No les guardo rencor porque percibí su miedo, su temor a que me ocurriera algo, su inmenso amor hacia mí congelado ante la posibilidad de que se repitiera lo que les había ocurrido a tantos familiares nuestros. Por mi parte, jamás contesto a esa pregunta, (“¿cómo estás?”), construyo una situación alternativa que nos aleja de la visión de la enfermedad terminal. Hacía ironías jocosas y posiblemente sin nada de gracia.

Entre las personas que se crecen y buscan alternativas están mis hijos, por supuesto, su reacción ha sido ejemplar. Su ánimo, su normalidad, no han evitado que sienta que se mueren por dentro ante la incertidumbre de mi diagnóstico. La vida nos ha hecho pasar situaciones terriblemente duras juntos y ahora esto, toda la situación es como una gran putada. Estamos solos los tres, solos ante la vida y ante la muerte. Reconozco que me atormentaba la idea de no llegar a verlos totalmente independizados, junto a personas dignas de amar e incluso con hijos. ¡Cómo me gustaría ser abuela! Serán unos padres y compañeros increíbles.

El miedo me ha inquietado y perturbado, pero jamás me ha dominado en estos últimos meses. No es valentía sino falta de sentido común. Porque sentir miedo es lo normal en situaciones de peligro. Lo que más me ha afectado ha sido en mi trabajo, me costaba concentrarme y yo necesito justamente eso, concentración. Creo, reviso y busco contenido informativo, a veces también académico. El ruido mental que produce la idea de la proximidad irreversible de mi propia muerte es incómodo. Un cosquilleo que me obliga a moverme, a ponerme en pie, a beber agua. A distraerme para no sentir mi temblor mental irrefrenable.

 

El cáncer y la vida. Una situación de muerte inminente es como una cuenta atrás para preparar toda mi vida sin mí. No he leído libros de autoayuda para afrontar la muerte porque la mayoría te invitan a hacer cosas que no has hecho. Tampoco tiene mucho sentido leer contenido de autoayuda si me voy a morir, sobre todo porque tengo títulos esperando a ser leídos. Para mí, aceptar la autoayuda es reconocer que tu vida no te ha llenado. Y en mi caso, mi vida me encanta. He hecho mucho más de lo que la gente sueña en un solo día, he vivido muchas vidas en apenas 54 años de existencia. No quiero cambiar ni un ápice de mi existencia solo pretendo que mi vida pueda seguir sin mí. Y eso afectó a mi familia, a mi trabajo y a nada más, en ese momento.

En los últimos meses, me he esforzado en promover la reunión de amigos y el contacto transversal de muchas personas cercanas, familiares y personas que para mí son más que familia. Necesito saber que estarán los unos para los otros, ahí, siempre. Cualquier excusa es buena para juntarnos y hablar. Eso me ha permitido ver mi vida con la distancia suficiente para saber que «todo estará bien» cuando yo no esté.

Los buenos deseos de los otros curan

La gravedad de un diagnóstico médico se puede medir con precisión según los días que tardan en contactar contigo después de una intervención. En septiembre a penas pasaron diez días desde mi última biopsia, cuando me llamó una doctora con la que no había hablado antes. Le pareció que el “bicho” llevaba demasiado tiempo dentro de mí y que había que hacer algo más agresivo. Me habló de un dispositivo nuevo y que debía dar mi autorización para usarlo y para que estuvieran más personas en mi intervención. Había bastante riesgo porque iban a hacer incisiones más profundas. Acepté sin pensarlo. Y me dijo un día, el 24 de septiembre, y yo respondí: tengo programada una travesía de montaña. Cuando una doctora te escucha y te dice, “ves, ves a la salida. La retrasamos, yo me encargo.” La situación y el tono de la doctora sonaron más a “últimas voluntades” que a ganas de tener un paciente menos en cirugía aquel día. Y se trasladó al día 1 de octubre.

La gravedad de la situación me obligó a tener que hablar con mis compañeros de trabajo y mi amiga, la que también tenía cáncer, y pedirle por segunda vez en mi vida: “reza por mí que yo no sé rezar”. La volvía a necesitar como siete años atrás, aquella vez fue “estoy en el infierno y no se salir, reza por mí”. Y salí llevándome al monstruo por delante. Esta vez ha vuelto a funcionar. 21 días más tarde me volvió a llamar la misma doctora emocionada y sorprendida porque no había células del bicho. Todo hace pensar que estaré bien aunque dentro de seis meses volverán las intervenciones.

A mis compañeros de trabajo les pedí disculpas porque no había estado a la altura de su calidad y profesionalidad: he sido un lastre durante muchas semanas y el embudo en mi propia empresa. Si bien, apliqué la misma estrategia que en mi vida privada: trabajar para que todo funcione sin mí. He creado protocolos de todos los procesos internos, he formado a varias personas en tareas que solo hacía yo. He adecuado aplicaciones para la organización de proyectos según las características de cada persona del equipo…En fin, he hecho lo que debería haber hecho antes de mi diagnóstico: liderar facilitando el trabajo y la progresión de todo el equipo.

Mi caso es un ejemplo de éxito médico contra todo pronóstico y existen factores que creo han influído aunque nunca sabré en qué medida:

La alimentación. El mismo día que fallecía mi amigo y a mi me confirmaban que tenía un cáncer de alta displasia y de origen genético salía para una travesía de alta montaña en la que me encontré con un investigador en biomedicina (y más ámbitos), a mi me faltaba el óxigeno, mi mente estaba totalmente desbordada por la impotencia, mientras subíamos le conté mi diagnóstico pidiéndole que no se lo dijera a nadie. Y lo ha hecho, guardar mi secreto y darme el mejor consejo de mi vida: “deja el azúcar y el gluten, alimentan las células cancerígenas, hay que evitar la metástasis”. Y adiós a casi toda la fruta, pan, helados, chocolate, pasta, arroz…Cambié mi dieta desde ese momento hasta hoy. No ha sido fácil. He sufrido ansiedad por mi adicción a la dopamina que produce la ingesta de azúcar, algo socialmente aceptado y fomentado. Ahora ya me he acostumbrado. Si bien, siempre he llevado una alimentación sana, en estos momentos es otro nivel, se trata de un dogma en mi vida y quien no lo entienda o no lo respete está fuera de mi mundo.

La fuerza de los buenos deseos. Hace pocas semanas recibí uno de los regalos más bonitos y generosos que me han hecho: una meditación creada para mí desde Bali (Indonesia) por una persona con la que jamás he hablado y que ,posiblemente, nunca lo haga. Una meditación guiada de 30 minutos que trabaja un aspecto que es mi mayor debilidad. Una emoción que me resisto a abandonar: la culpa.

Mi organismo, un tablero de ajedrez y el cáncer el bando enemigo

Hace cuarenta años que práctico meditación, para mí no es nada místico sino un ejercicio físico mental. Nada me perturba si yo no lo permito. Por eso afronto mejor la muerte, meditar te acerca a ella con control y una perspectiva de calma. El cáncer te mata sin permiso. Antes de este curioso regalo me esforzaba en llegar al bicho, intentar visualizarlo con la ingenua ilusión de poder eliminarlo, así de fácil. La meditación me guió para entender que no tenía que atacarlo a él, sino hablar con todo mi organismo y ordenarle que actúe, que se active. Se convirtió en un juego mental, mi organismo en un tablero de ajedrez y el cáncer en el bando enemigo. Gracias a leer sobre medicina y visualizar animaciones pude dar forma a las células inmunitarias como soldados a los que cuidar, animar y dirigir con mi intención: “Vamos a trabajar, vamos a por el bicho, que no quede ni rastro”. Intención y determinación durante 30 minutos por la mañana, 30 minutos por la noche. Sesiones que se extendieron a cada vez que respiraba y me invadía un pensamiento negativo.

Estar sano ayuda, también cuando tenemos cáncer

Para ir acabando, si es que hay alguna persona que lea este texto hasta aquí, me gustaría deciros que vale la pena cuidar la alimentación y hacer deporte. Hace unos días, la doctora me volvió a llamar y tuve la oportunidad de preguntarle: ¿por qué me ha elegido a mí para realizar la prueba de este material quirúrgico innovador? Y su respuesta fue: “eres el expediente médico con mejor clínica y eso ofrece más garantías”. Estar sano ayuda, también cuando tenemos cáncer. Y recordad, el cáncer es vida.

¡No dejéis de lado a nadie diagnosticado de cáncer! Animarle a ser positivo y confiar en la medicina, roza la magia alquímica. Recordarle que de esto se vive. Y sobre todo no le preguntéis jamás: “¿Cómo estás?”. Invitarle a un café o a un cine.

El cáncer es un gran maestro, su estrategia de enseñanza te transforma y consigue que cambies hábitos y rutinas sin quejarte: he dejado el azúcar, he aprendido a aceptar ayuda, he sabido cuánto me quieren aquellos que quiero, trabajo de forma más eficaz, entreno mi cuerpo con más fuerza y el sentimiento de culpa se desvanece, aunque todavía no ha desaparecido, sigo aprendiendo…

Enlace a la canción, Por fin, de Pablo Alborán

PS: La medicina preventiva es la medicina que más vidas salva. Si os llega a casa avisos para hacer pruebas en la farmacia o en vuestro centro más cernano. ¡Hacedlas! Y cuidaros, la muerte nos espera a todos pero llegar a ella sanos depende solo de vosotr@s 

martes, 23 de abril de 2024

Mi geranio y yo


Cada día más dragón y menos princesa

¡Feliz Sant Jordi! Hoy he descubierto que me cuesta decir Dia Internacional del Libro. Para mí, Sant Jordi es la celebración más bonita de este pequeño país que no siento mío. Soy una eterna refugiada de la Tierra y una «sinpapeles» para los humanos aborígenes. Mi nacimiento es un accidente en mi vida, como mi vida misma. Hoy no he hecho nada especial, al final he cancelado bajar a Barcelona por alergia a tanta humanidad, he concedido mi tiempo a una personita con la que no habrá demasiadas ocasiones de estar o, mejor dicho, de seguir estando. 

Imagen real del geranio que crece junto al romero.

El trabajo tampoco ayuda a desconectar y más cuando implica conexión y cobertura. Tener que cubrir cómo la gente se llena de letras y páginas con probabilidad casi certera de que no las leerán me resulta más difícil cada día, y lo he delegado.  Hace unos días un heroico profesor de catalán para adultos me confesó que lleva tres semanas para que sus alumnos, funcionarios en su mayoría, elijan un libro en catalán para leer y hacer una ficha resumen. ¡Se han estresado! - así se lo han confesado. Funcionarios de instituciones públicas catalanas estresados por leer en catalán. Un buen aforismo para este día. Una prueba de que la ficción se ha normalizado en nuestra realidad. A mí me ocurre justo lo opuesto, tengo varias listas de libros por leer y voy tachando a un ritmo más lento del que voy añadiendo. Una lista que ahora asumo que no completaré. Mi tiempo es finito y mi inquietud académica infinita.

Empiezo a sentirme dragón y no solo por el fuego que habita en mí, que no se apaga, sino por el peso de mis escamas que se van oxidando de tanto volar. Este año me he alejado de jóvenes caballeros no sea que me alcancen el corazón. Pensándolo mejor no me he alejado, sencillamente les sobrevuelo a mi antojo, mi naturaleza dragón me obliga a alimentarme de caballeros que creen que podrán convertirme en princesa. Y es que no se enteran que cuando naces así solo tienes lacayos. Arlequines que en cuanto dejan de hacerme reír los condeno a las mazmorras del olvido.  Mi colección de rosas propias con pichos sinuosos que más que herir entretienen. En mi mundo, las rosas las regalo yo. Y a mi me regala la Naturaleza, esa que está ahí fuera y dentro de nosotros. Esa que solemos ignorar. Naturaleza todopoderosa y omnipresente en mi vida a la que proceso una fe devota. Hoy esa Diosa auténtica e infinita me ha regalado una flor, salvaje y resistente. Un pequeño tallo verde que llegó arrastrado por el Garbí a mi terraza, una semilla despistada que arraigó en una pequeña maceta junto a un brote de romero. Hace varios años que dejé de quitar lo que se conoce como, hierbas malas, dicen que son aquellas que chupan el alimento de las otras plantas. Pero en mi caso, tal vez por mi gran miopía, no alcanzo a distinguir las plantas malas de las buenas, todas tienen utilidad. En mis tierras las plantas malas son tréboles, la mayoría con tres hojas, pero con intención de tener una cuarta. O plantas sin nombre que florecen en amarillo y alegran todas las macetas. No veo la inutilidad ni la maldad en ningún ser vivo, será un defecto de dragón.  Mi regalo de hoy, del día de los enamorados de Catalunya, es un geranio. Un hermoso y exuberante geranio que me ha brindado una flor lila. No imagino un regalo mejor. Cada día salgo a saludarlo en cuanto me levanto. Una semilla que ha decidido arraigar a mi lado, a gustito, tallo junto tallo, entre el romero y la pared de tocho rojo mediterráneo, amparado de la Tramontana del norte que cuando azota lo hace sin piedad. Mi geranio y yo, parece el título de un libro lo que resulta adecuado para otro 23 de abril sin rosas y sin espinas.    

sábado, 9 de marzo de 2024

Mujer y punto


Ni feminista, ni machista

Escribo hoy porque ayer, 8M, me pilló trabajando.



No celebro el feminismo actual politizado y tan excluyente como el machismo. Incapaz de unirse en una única manifestación. Cada vez hay más mujeres con poder y se limitan a hacer lo mismo que los hombres que ocuparon los cargos antes que ellas: abusar, dominar  y controlar.

  • Seré feminista cuando no haya hijos de otras mujeres muriendo en guerras.
  • Seré feminista cuando no haya mujeres vendiendo a otras mujeres.
  • Seré feminista cuando las mujeres de occidente dejen de usar el matrimonio y la maternidad como fuente de ingreso vitalicio, yo le llamo «prostitución sistémica legislada» o modelo de mujer “Priesley”.
  • Seré feminista cuando una mujer no contrate a otra para limpiar su propia mierda.
  • Seré feminista cuando una mujer deje de pedir igualdad salarial mientras ella le paga en negro y una miseria a su «chacha» o a su «peluquera».
  • Seré feminista cuando la mujer deje a otra mujer cubrir su cabeza con lo que le apetezca.
  • Seré feminista cuando la mujer occidental diga que tiene que ser fuerte y ello no se entienda como ser tan cabrona como el peor de los hombres cabrones.
  • Seré feminista cuando se reconozca el lado femenino del hombre, que muchos hombres son mejores madres que una gran mayoría de mujeres.
  • Seré feminista cuando la maternidad no sea mal vista como símbolo de debilidad o de dominación del patriarcado y no como el derecho natural que nos apetece ejercer a algunas.
  • Seré feminista cuando seamos más seres humanos y menos hombres, mujeres y lo que te apetezca.
  • Seré feminista cuando como empresaria vaya al banco y una mujer no me niegue un préstamo porque soy madre soltera y no puede firmar ningún hombre como aval.
  • Seré feminista cuando las mujeres no miren mal a otras mujeres por elegir dar el pecho y alimentar a sus hijos como les de la gana, sin sentirse mal por ello.
  • Seré feminista cuando haya un ejército de mujeres armadas y capacitadas para defender a otras mujeres, y no solo un ejército de mujeres dispuestas a llevar camisetas con lemas feministas por las calles protegidas por hombres.
  • Seré feminista cuando el género o el sexo no tenga que ser reportado a las instituciones de control feminista como principio de igualdad.
  • Seré feminista cuando dejen de existir tribunales feministas que castran la cultura con paridades injustas y sin tener en cuenta competencias y habilidades de las personas.
  • Seré feminista cuando dejen de existir comisiones feministas que con vocación inquisitoria  pretenden transformar el pasado y olvidan la construcción de un presente más justo y equitativo para todos los seres humanos y no humanos.
  • Seré feminista cuando la justicia social en nombre de la paridad deje de condenar a los “hombres” solo por su nacimiento como hombres.


Nací mujer, persona humana, mujer y punto. Así vivo y así moriré. Sin “ismos”.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Mis deseos para el 2024


Vacío, tocar suelo, gemidos (respirar), y risas

Como algunos ya sabéis no celebro el año nuevo occidental, si surge la oportunidad de una buena fiesta pues sí, pero en general he vivido casi todas las vacaciones de navidad de mi vida como época de exámenes y de estudio. Y este año no es una excepción. Dejo el año nuevo para febrero, mi nacimiento, el año nuevo chino y el tibetano. Soy pagana y naturista y ello implica una celebración constante de la vida. No me rijo por las leyes humanas. Pero me sumo a lo que hace la mayoría, y en esta ocasión toca pedir deseos para el nuevo año occidental tan disruptivo y miserable como todos los años: medio mundo se emborrachará mientras el otro medio morirá aplastado por alguna bomba fabricada en el territorio de los «(h)ebrios». 

Imagen del vídeo de la canción, Earth Song, de Michael Jackson, aviso contiene imágenes muy duras, 



 Y es que la sociedad occidental siempre pretende llenarse de todo, de lo material e inmaterial: de ideas a dinero, de objetos e ideologías. Una sociedad de ocio y entretenimiento donde la gente llega a los 45 años virgen de vida, acumulando horas de futbol, televisión y altos niveles de videojuegos. En medio de este caos normalizado, yo busco el vacío. El concepto de vacío ha sido mi gran duda, la pregunta que más me ha motivado este año, 2023: ¡Somos vacío! Las expresiones populares llevan siglos afirmándolo, «no somos nada». Y es que la «nada» es tanto que ni alcanzamos a imaginarlo. La humanidad se empeña en estudiar la luz, pero a mí me consume la duda de la oscuridad, de la nada. ¡Cómo entenderla! Mi cabeza no ha descansado entre el asombro y el regocijo que aporta intuir algo que no estoy preparada para entender. Me falta mucha ciencia, mucha metafísica y a pesar de que he pasado horas de audio y de lectura en estos temas no consigo explicarlo, pero sí sentirlo. Ese vacío casi mágico que nos une, literalmente, y nos hace parte del Universo. Resumiendo lo entendido: somos 99,99% vacío, que es la parte de materia opaca en un átomo, según esto, ese 00,01% es lo que somos y lo que arma tremendo revuelo de humanidad. Y pretendemos entendernos. ¿Cómo conocer nuestro vacío si no paramos de llenarnos de todo? Por esta razón, os deseo mucho vacío, ese vacío mágico que llenáis de ruido continuamente. Ese 99% de vosotros mismos que tenéis olvidado. ¡Feliz vacío 2024! 

Pies en el suelo. Otra inquietud que me ha sobrevenido en este 2023 es el hecho de tocar el suelo. No pensar en doble sentido, sino en el acto físico y literal. Un familiar me dijo que lo que más le cuesta al hacerse mayor es alcanzar el suelo y recuperar la verticalidad, que es mucho más difícil que estirarse. Y empecé a darle vueltas a esa idea. La mayoría de ejercicios ahora trabajan el estiramiento, el levantarte más deprisa, correr más kilómetros, repetir movimientos contra una pared, pero es que nadie piensa en alcanzar el suelo, y precisamente ocurre porque parece alcanzable al estar siempre bajo nuestros pies. Cuando haces montaña juegas a perder el suelo de tus pies. Y aprecias lo importante que resulta que el suelo siga ahí, justo en ese punto: bajo nuestros pies. Yo he cambiado mi rutina diaria de ejercicios, esa que algunos sabéis que hago cada día cuando me levanto, y trabajo ejercicios algo complejos que se basan en alcanzar el suelo, estirarte y volver a la verticalidad. Cada día me recuerdo que el suelo sigue ahí, bajo mis pies. Y que puedo alcanzarlo. Si os apetece podéis probar. Los pies en el suelo es lo que hace posible caminar y avanzar. ¡Os deseo un 2024 con los pies en el suelo los 365 días del año!

Gemidos, seguro que al leer la palabra ya estáis pensando en un tipo de gemidos. Yo también, los práctico a diario, y sí podéis pensar todo lo mal y pervertido que os apetezca. Pero gemir para mí también está dentro de la respiración. Es un tipo de respiración consciente. Y yo respiro de forma consciente siempre que lo recuerdo. Porque respirar es algo que hacemos de forma refleja desde que nacemos, es el camino de llegar a nuestro vacío, y llenarnos de lo que nos ofrece la naturaleza y el Universo a la vez. Aire, simple aire, sin él, moriríamos. Los gemidos pueden ser de placer y de esfuerzo. En este 2023, me he quedado literalmente colgada de un precipicio rocoso y cortante y el peso de la mochila me empujaba al vacío. El brazo de mi compañero no me alcanzaba y mi cuerpo respiró, los hombros controlaron el peso de la mochila y mi pie volador se agarró a la piedra como una araña a su presa. Pero el auténtico motor que me elevó fue mi respiración, todavía no puedo explicar cómo lo hice, pero ocurrió así. Con la respiración impulsé mis diferentes partes que se balanceaban en el vacío y sobre todo mi cerebro mantuvo la calma. Todo ocurrió en segundos. Segundos de la respiración más precisa y profunda que he realizado nunca. Nadie se percató, fue un leve gemido que me hizo retroceder el espacio perdido y anclarme a la roca. O sea, que gemir cuando no podáis más, cuando estéis hasta las narices de todo lo que os agobia, gemir por placer o por hartazgo. ¡Felices gemidos 2024!

Sonrisa, la sonrisa también es un acto reflejo que se aprecia en los bebés a las pocas semanas de haber nacido. De hecho, cuando un bebé no sonríe es un síntoma de problemas en su desarrollo. Cuántas personas no sonríen nunca, sus bocas se vuelven planas, sus labios se marchitan y su cara se llena de arrugas. Qué gran mentira nos han contado al afirmar que sonreír envejece. Mentiras sociales que se han extendido para interés de los que siempre lo controlan todo. Los señores de la desesperanza, y señoras. Sonreír es una forma de convertirse en antisistema, sonreír nos hace guerreros de lo intangible, la sonrisa es el heraldo de la felicidad y la locura. Yo no quiero estar cuerda, bien al contrario. Prefiero ser una cabra loca desafiante de la gravedad y los caminos establecidos. O sea, que levantaros y sonreír a vuestras personas o animales favoritos, o a vosotros mismos. Sonreír porque estáis llenos de gemidos que todavía no habéis respirado. ¡Por muchas sonrisas en el 2024!

El resumen de esta tremenda parrafada es que sigo siendo platónica y moonwalker, (seguidora de la filosofía de Platón y de Michael Jackson), y que las cosas más simples son las más complejas y necesarias. Todo el equipamiento de serie que traemos al nacer es el que menos usamos: respirar, sonreír y caminar.

 ¡Feliz 2024!

jueves, 7 de diciembre de 2023

La muerte, el chute de vida más poderoso

Parece un título de una película de domingo por la tarde, pero es el resumen perfecto de mis últimas dos semanas. A penas recuerdo que era martes, no me encontraba muy bien y decidí salir a correr para estimular mi organismo. Después de la carrera mi malestar empeoró. A las pocas horas estaba en una consulta médica diagnosticada de posible gripe A con bronquitis, y se cruzó un informe médico que yo no había prestado atención: Recomendaba hacerme una prueba médica urgente con sedación para hacer unas biopsias. La sombra genética del cáncer volvía alcanzarme y una carrera médica por haber quién hacía una prueba antes que otra consiguió romper mis rutinas de vida. “Hay muchos indicios” decían los médicos, y yo estoy harta de esos indicios que nunca se cumplen. Pero esta vez, no había sonrisa, ni duda detrás de los médicos, mi mundo se detuvo no tanto por la presencia inmovilizante de la idea de una posible enfermedad grave y terminal, sino porque toda mi familia se fue contagiando, todo mi equipo de trabajo y mi mundo entero tuvo que detenerse. 

Imagen creada por realidad vitual, Dall.e

Ha sido como un simulacro de pandemia global, pero a escala personal. Todo dejó de tener sentido. Mis excursiones, mis carreras, cancelé toda mi agenda, no respondí mensajes y mi cabeza solo tenía ruido. Invitaciones a salir, a cenar, a celebrar año nuevo, todo silenciado…Ruido de la tos incesante, de la fiebre exagerada, ruido de la idea de que esta vez la parca me había alcanzado. Desde hace años se que llevo la estirpe del cáncer en mi ADN y que tarde o temprano se hará presente. Yo inicié el estudio familiar y sigo siendo cobaya de pruebas en varios campos en los que solo se me pide una analítica y mucho de mis hábitos diarios de alimentación, deporte y demás. Firmé un testamento vital para que nadie me medique cuando llegue el caso, y esta vez ha sido la primera ocasión en la que recordé mis propias palabras escritas ante notario y que debería de cumplir, por coherencia ideológica hacia mí misma, aunque la muerte fuera el resultado. Y creí estar segura, ahora ya no lo sé. Todo se ha borrado. La presión encerrada en mi cabeza se ha liberado ante unos resultados positivos, y según me han contado lo primero que hice al despertar de la anestesia, ante el asombro de los doctores y el ridículo de mis hijos, fue ponerme de pie y hacer estiramientos, es que es mi rutina diaria. Lo que sí recuerdo fue lo último que pensé mientras me administraban la anestesia: “Con esto asesinaron a Micheal Jackson”.  Y me dormí.

Y como una película de domingo, mi vida de los últimos meses pasó con detalle por mi cabeza: todas las personas que había dejado y todas las que han llegado a mi vida, como un huracán de eso, precisamente, de vida. Han roto todas mis defensas de chica dura e independiente y me han vuelto a dar el valor auténtico de un abrazo. El abrazo más bonito que hay el que dice “gracias por estar aquí, ahora”. Abrazos gratuitos de niños y niñas capaces de romper sus rutinas para saludarme. Un pequeño ejército en el que nadie confía, en el que no se les concede ni el derecho a suspender. Somos iguales, marginados de un sistema: yo no venceré a la muerte, y ellos, tal vez, consigan vencer al sistema a pesar de su diagnóstico.

Y aquí estoy superdopada de vida, parece un cuento de navidad, pero es totalmente cierto, no hay nada tan estimulante como sentir que te vas a morir para apreciar lo que nos rodea. He vuelto a creer en las palabras, porque una sola palabra me ha rescatado de las tinieblas del averno, “Angie”, mi palabra prohibida desde hace más de 35 años. Murió en un accidente de coche en silencio. Quedó encima de una calle que ni conozco. Angie ha vuelto, he dejado que me llamen así, aunque solo a una persona. El poder de una invocación en apenas cinco fonemas. Una llave a mi mundo silenciado por tanto tiempo, un hechizo que tal vez se acabe con las campanadas del nuevo año. Pero eso será otra historia. Lo importante no es cómo acabará mi historia, es algo obvio, sino como escribiré cada palabra que viva en los días que me quedan.

 Porque escribir ha sido, como siempre, mi refugio en estos días. Cuando enfermé elegí el libro que me acompañaría justo después de sacar a la luz mi diario, mi espejo vital de verdades y mentiras. Porque también nos mentimos a nosotros mismos. Nos mentimos cuando pensamos que todo irá bien, pero los finales no son ni buenos ni malos, solo son finales. Y lo verdaderamente importante es todo lo que hemos respirado en esos instantes de vida que nos ha tocado. Y depende de nosotros darle sentido o esperar que se lo den otros. Yo no pretendo que nadie me recuerde, solo que se queden con lo que han sentido cuando han estado conmigo. Lo considero ser de utilidad para otros, si las personas a las que tocamos las transformamos conseguimos una inmortalidad involuntaria y terrenal, poco divina, pero muy pragmática. Ese es mi ikigai (propósito de vida).  Ahora mismo siento mi vida como un aliento de un caramelo Halls de sabor suave y fresco, un aliento que reconforta y evita la tos. Hoy he vuelto a responder a mis WhatsApp, editar, corregir, entregar guiones, estudiar y avanzar en mi tesis, achuchar a los míos, ir a comprar y hablar con mi persona favorita, olvidando por completo que la gente normal tiene fiesta. Hoy, ha sido un día de mi vida. Uno más que suma y negocia entre Chronos y la espada de Damocles, por eso nunca llevo reloj.  Porque mi tiempo suma y ya restaremos en otro momento.  

jueves, 17 de agosto de 2023

25 años de maternidad

Que nadie empiece a leer estas líneas buscando un homenaje egocéntrico a mi papel de madre como celebración del veinticinco aniversario de mi primer hijo, tengo dos, se hace raro numerarlos. Quiero compartir una reflexión respetuosa y personal de lo que significa la maternidad. Porque todavía hoy, veinticinco años después de ese primer instante de tener a mi hijo en brazos puedo afirmar que tengo más claro las incertezas que las certezas sobre la maternidad.



La maternidad, para mí, como todo lo femenino, resulta complicado conceptualmente hablando. Pero es complicado «per se». Ser madre es algo físico, psicológico, cultural y económico a la vez. Y cada ámbito condiciona y transforma al resto y al concepto de ser madre en su totalidad.

Las dos cosas que más han determinado mi vida han sido los perros y la maternidad. Mis hijos ya conocen la historia, o sea que nadie sufra porque se puedan sentir ofendidos. Bien al contrario, los perros han determinado nuestra vida en muchos aspectos, todos buenos. Después de los perros, la maternidad ha sido la experiencia más mágica, desconcertante y determinante de mi existencia. No obstante, no fue así en el primer momento, porque al prinicipio de ser madre todos mis esfuerzos se dirigían a intentar que no cambiara nada en mi vida, siguiendo la consigna de mi pareja y progenitor de mis hijos en el momento del nacimiento de los mismos. Sin duda, la maternidad superó la experiencia de vivir en pareja y me convertí en madre soltera sin elección.

No me he percatado de lo duro de lo vivido hasta unos meses atrás, porque en el día a día no hay tiempo de reflexionar ni mirar atrás, solo de correr hacia adelante como si un ejército de zombis hambrientos me persiguiera. Pero no quiero explicar batallas de madre soltera, porque no creo que existan diferentes tipos de madres, madres buenas o malas. La realidad constata que solo existe un único tipo de madre: las malas madres. Hay blogs que tratan el tema de la «malamaternidad», pero habitualmente se centra en las acciones cotidianas que generan culpa a la madre. Yo creo que la maternidad es una apuesta ganadora a saber que siempre harás algo mal, aunque hagas cosas buenas y seas una persona ejemplar. Porque la maternidad es un proyecto «coconstruido» entre los dos agentes intervinientes: la madre y el hijo. Eso es un axioma evidente, no necesita demostración, o sea, hagamos lo que hagamos siempre lo haremos mal en alguna ocasión o en muchas. Y para colmo los hijos solo recuerdan las veces en las que lo hicimos mal.

La maternidad es algo unidireccional, siempre va de la madre hacia al hijo. Tal vez, se pueda mal interpretar esto, no quiero excluir a los hombres de la maternidad, los hombres (padres o madres) pueden identificarse, igualmente, en esa unidireccionalidad en su paternidad o maternidad, según lo que tengan. Tanto la maternidad como la paternidad no pueden tener bidireccionalidad, es una acción de sentido único que sale de las madres y de los padres llega a los hijos y jamás regresa. No recorre el camino de vuelta. Hay una expresión que decía mi abuela y creo que puede ayudar a entender el concepto: «la casa de los padres es la casa del hijo, pero la casa del hijo no es la casa de los padres».

Tampoco se puede compartir, la maternidad no se comparte, se vive. Se puede compartir la crianza con el otro progenitor, con los abuelos, con otros miembros de la familia o con extraños que dejemos entrar en nuestra vida familiar. Pero la maternidad no se comparte se vive, se siente, se respira y se transforma en algo intangible que permanece en nuestros hijos. Es una relación exclusiva, personal e intransferible a terceros, no se puede delegar la maternidad, solo la guardia y custodia.

La maternidad es tan mágica que supera la presencialidad, es decir se actúa sobre el hijo sin estar presente: desde preparar la cena a enviar un pensamiento positivo cuando sabes que lo necesita. Por ello, la maternidad es atemporal e infinita podemos morir como madres, pero la maternidad sobrevivirá en nuestros hijos. Al igual que si perdemos un hijo, no dejamos de ser madres por ello. Es una relación inquebrantable.

La maternidad es un instinto, un impulso natural, interior e irracional que provoca una acción o sentimiento sin que se tenga conciencia de la razón a la que obedece, (Oxford dictionary online), por ello no hace falta elegir el querer como madre ni como hijo. Se elige un amante, un amigo o una mascota, pero no elegimos nuestros hijos ni ellos a nosotras. Es algo dado por el universo y la genética, una selección única que no se comparte entre hermanos. La maternidad es diferente para cada hijo, porque es una fórmula única y crea vínculos diferentes para cada ocasión. Por lo que es imposible querer más un hijo que a otro, cada maternidad será distinta para cada uno de nuestros vástagos. Tengamos uno, dos o media docena de ellos. 

En mi caso, nada me duele más que una discusión con mis hijos, es algo que lo supera todo. Nada me inhabilita para la vida tanto como tener una discusión con ellos. La verdad es que discutimos poco porque nuestra vida no ha sido un camino de rosas y la adversidad saca lo mejor y lo peor de ti, normalmente primero sale lo peor y luego aparece lo mejor.  Y en nuestro camino juntos ha habido momentos en los que todos hemos sacado lo peor. Entenderlo, asumirlo y no juzgarlo nos ha hecho más fuertes.

La maternidad puede ser algo distinto para cada madre. Para mí es algo que no se puede entender desde el intelecto solo desde el corazón. Ha sido un auténtico regalo del universo que anti todo pronóstico me haya concedido el privilegio inmenso de ser madre y, además, madre de mis hijos, no es cualquier cosa, hace falta estar a la «altura» y dar «la talla», juego con las palabras porque los dos son más altos que yo y hoy, veinticinco años después, me sigo preguntando lo mismo que se preguntaba el pediatra que nos atendió a mi hijo mayor y a mí a los pocos días del parto: «cómo un cuerpo tan pequeño puede criar un niño tan grande».

Así me siento, diminuta y bendecida ante la magnitud de mi maternidad y de lo que sigo percibiendo en esta relación maravillosa que me sorprende cada día con todo lo que surge de dentro de mis hijos y de poder disfrutar de las personas en las que se han convertido. Espero seguir disfrutándolo otros veinticinco años más, como mínimo.

¡Feliz cumpleaños Mark!

jueves, 2 de febrero de 2023

Problemas de vida y problemas de muerte

Ando entre congresos de educación emocional y problemas de salud mental en los jóvenes. El mundo parece empezar a entender que somos mucho más de lo que nos han hecho creer en los últimos dos mil años. Las personas se están despertando de un letargo histórico y eso pasa factura.

Como buena escéptica, estoy buscando la trampa. Porque con el medio siglo y pico que visto tengo recuerdos de otros momentos sociales en los que parecía que «esto» iba a cambiar, que ya nada sería como antes. Desde el Rock & Roll al New Age ochentero en el que Kitaro, Enya e instrumentalistas varios nos hacían imaginar un universo navegable y amigo que no estaba allá, lejos, sino que vivía en nosotros. Luego empezó el yoga, la meditación, las artes marciales…Tal vez, el orden que indico no es el correcto. Pero en este totum revolutum de intenciones holísticas siguieron guerras y más muertes, y más hambre y más pobreza. Y esto no tiene pinta de mejorar. Y es que los jóvenes son de todo menos imbéciles. La sociedad tiende a pensar que por ser viejo eres más listo, nada de eso, el joven idiota será un idiota anciano con toda seguridad, si no pone remedio a su idiotez antes de su vejez.

Los adultos les vendemos la moto con realidades virtuales y metaversos que ellos saben que no existen. Qué sentido tiene tener internet y poder enviar gente a la luna sino no podemos detener el cambio climático o mejorar la injusticia social. Si a los jóvenes no les apetece vivir es porque les hemos dejado un mundo en situación crítica, y encima les cuestionamos diciendo que son «poco fuertes» para plantarle cara a los problemas. Hemos inventado la palabra «resilientes» como si nacieran así, con la resiliencia de serie. Mi generación, la vuestra supongo, porque nadie joven leerá este blog, somos decadentes, adictos a casi todo y poco disciplinados, y generalmente, bastante ocupados en actividades sin ningún sentido (a pesar de que un alto porcentaje está en paro). Ser joven hoy en día me produce angustia y sobre todo mucho respeto. ¡Vamos que estoy a escasos días de mi cincuenta y tres cumpleaños y no me cambio por nadie de veinte! Claro está que soy todo un Ferrari sin pegatinas y no es por mi carrocería de estética totalmente cincuentañera, sino por mi capacidad de reacción de 0 a 100 en menos de 10 segundos. Y eso, también, es generacional. Si es que aprendimos a hacer todo en masa: veíamos la televisión cuando todo el país lo hacía, íbamos de vacaciones todos en agosto, y ahora nos falta tiempo para entrar todos en Tik-Tok y la última red que toque. ¿Por qué? Pues, porque somos rápidos y muy chulitos. Qué rápido es abrirse un perfil en cualquier red social, sin embargo, que difícil es ver todo lo que hemos destrozado por el camino. Un treinta y cuatro por ciento de los jóvenes menores de 24 años ha pensado en quitarse la vida, mientras, nosotros seguimos queriendo aprender cómo hacer un selfi y sonreír a la vez.
"Soy un Ferrari sin pegatinas, no por mi carrocería sino porque paso de 0 a 100 en 10 segundos"

Los que habéis leído el blog sabéis que siempre hago referencia a palabras, porque este espacio nació por mi trabajo en la edición literaria. Hace tiempo que la sustituí por la edición periodística, y dejé de leer a amantes de la prosa por estudios e informes estadísticos de realidades, principalmente, del entorno educativo y social. Desde una visión literaria me gustaría encontrar la palabra que defina una sociedad que ha conseguido crear una generación de jóvenes que quieren morir antes de seguir viviendo aquello que nosotros hemos construido. En Japón, ya existe la figura del asesor anti suicidio en los institutos, y es como poner una tirita a un enfermo de cáncer. Mejor será prevenir la situación antes de que se produzca. Pero los de mi quinta, como he dicho, siempre estamos ocupados y no tenemos tiempo de hablar con nuestros hijos y menos con los hijos de los demás. Los jóvenes hablan, los que lo hacen, a través de imágenes y emoticonos. Este silencio asesino e incómodo solo podemos romperlo nosotros si levantamos la mirada y buscamos dónde mirar.

Si miramos con calma podremos detectar problemas de vida y problemas de muerte. Los primeros son, básicamente, todos los problemas. Los segundos son aquellos en los que ya sabes el final antes de empezar. Todo es un problema de vida mientras estamos vivos: el paro, un mal día en el trabajo, una infidelidad, un amor no correspondido, un accidente de tráfico, un examen…Los problemas de muerte son los que hay que mirar de frente y sonreír cuando solo te apetece llorar. Llorar hasta morir. Si no naturalizas los problemas de vida como una oportunidad, entonces, puede llegar el día que tengas un problema de muerte, y tal vez, no lo reconozcas. Yo estoy con un problema de muerte, otra vez, y esta vez he vuelto a mirar a la cabrona de la Parca a la cara y cuándo me ha preguntado, «¿te cambiarías por ella?», he respondido que no, tan rápido como un Ferrari, apretando el acelerador hacia la vida, la mía. Vida que disfruto inexplicablemente feliz, sin motivo aparente, casi siempre en soledad y en ocasiones revuelta. Pero estoy a gustito aquí en mi historia, alocada, excéntrica e inalcanzable para la mayoría, y en mi territorio ya no se muere nadie más sin mi permiso. Porque hay personas que necesito para dibujarme cada día, saber que están ahí, cerquita de mí, aunque miles de kilómetros nos separen, no puedo dejarlas marchar, aunque la física cuántica, esa de las narices, diga que todo es una misma energía, yo quiero las partículas de las personas que son mis vitaminas aquí conmigo, y el universo que nos espere, allá, bien lejos.