Cada día más dragón y menos princesa
¡Feliz Sant Jordi! Hoy he descubierto que me cuesta decir Dia Internacional del Libro. Para mí, Sant Jordi es la celebración más bonita de este pequeño país que no siento mío. Soy una eterna refugiada de la Tierra y una «sinpapeles» para los humanos aborígenes. Mi nacimiento es un accidente en mi vida, como mi vida misma. Hoy no he hecho nada especial, al final he cancelado bajar a Barcelona por alergia a tanta humanidad, he concedido mi tiempo a una personita con la que no habrá demasiadas ocasiones de estar o, mejor dicho, de seguir estando.
El trabajo tampoco ayuda a desconectar y más cuando implica conexión y cobertura. Tener que cubrir cómo la gente se llena de letras y páginas con probabilidad casi certera de que no las leerán me resulta más difícil cada día, y lo he delegado. Hace unos días un heroico profesor de catalán para adultos me confesó que lleva tres semanas para que sus alumnos, funcionarios en su mayoría, elijan un libro en catalán para leer y hacer una ficha resumen. ¡Se han estresado! - así se lo han confesado. Funcionarios de instituciones públicas catalanas estresados por leer en catalán. Un buen aforismo para este día. Una prueba de que la ficción se ha normalizado en nuestra realidad. A mí me ocurre justo lo opuesto, tengo varias listas de libros por leer y voy tachando a un ritmo más lento del que voy añadiendo. Una lista que ahora asumo que no completaré. Mi tiempo es finito y mi inquietud académica infinita.
Empiezo a sentirme dragón y no
solo por el fuego que habita en mí, que no se apaga, sino por el peso de mis
escamas que se van oxidando de tanto volar. Este año me he alejado de jóvenes
caballeros no sea que me alcancen el corazón. Pensándolo mejor no me he alejado,
sencillamente les sobrevuelo a mi antojo, mi naturaleza dragón me obliga a
alimentarme de caballeros que creen que podrán convertirme en princesa. Y es
que no se enteran que cuando naces así solo tienes lacayos. Arlequines que en cuanto
dejan de hacerme reír los condeno a las mazmorras del olvido. Mi colección de rosas propias con pichos
sinuosos que más que herir entretienen. En mi mundo, las rosas las regalo yo. Y
a mi me regala la Naturaleza, esa que está ahí fuera y dentro de nosotros. Esa
que solemos ignorar. Naturaleza todopoderosa y omnipresente en mi vida a la que
proceso una fe devota. Hoy esa Diosa auténtica e infinita me ha regalado una
flor, salvaje y resistente. Un pequeño tallo verde que llegó arrastrado por el
Garbí a mi terraza, una semilla despistada que arraigó en una pequeña maceta
junto a un brote de romero. Hace varios años que dejé de quitar lo que se conoce
como, hierbas malas, dicen que son aquellas que chupan el alimento de las otras
plantas. Pero en mi caso, tal vez por mi gran miopía, no alcanzo a
distinguir las plantas malas de las buenas, todas tienen utilidad. En mis
tierras las plantas malas son tréboles, la mayoría con tres hojas, pero con
intención de tener una cuarta. O plantas sin nombre que florecen en amarillo y
alegran todas las macetas. No veo la inutilidad ni la maldad en ningún ser
vivo, será un defecto de dragón. Mi
regalo de hoy, del día de los enamorados de Catalunya, es un geranio. Un
hermoso y exuberante geranio que me ha brindado una flor lila. No imagino un
regalo mejor. Cada día salgo a saludarlo en cuanto me levanto. Una semilla que
ha decidido arraigar a mi lado, a gustito, tallo junto tallo, entre el romero y
la pared de tocho rojo mediterráneo, amparado de la Tramontana del norte que cuando
azota lo hace sin piedad. Mi geranio y yo, parece el título de un libro lo que
resulta adecuado para otro 23 de abril sin rosas y sin espinas.